El año en que Trump sucumbió a la covid y EE.UU. dejó de tener fe en sí mismo

Washington (United States), 04/11/2020.- People rally to demand all votes are counted the day after election day at McPherson Square, near the White House in Washington, DC, USA, 04 November 2020. Americans voted to choose between re-electing Donald J. Trump or electing Joe Biden as the 46th President of the United States to serve from 2021 through 2024. Trump has claimed victory and alleged election fraud has been committed, without citing any evidence. (Estados Unidos) EFE/EPA/MICHAEL REYNOLDS

Nueva York, 20 dic (EFE).- A comienzos de 2020, Donald Trump parecía haber puesto las bases para perpetuarse cuatro años más en la Casa Blanca: la economía crecía, los mercados se situaban en máximos, los conflictos externos se reducían y solo las tensiones internas ensombrecían el mandato del republicano. La pandemia y una nefasta gestión que la negaba trastocaron esa agenda, pusieron al demócrata Joe Biden en la Presidencia y dejó a la mitad del país llena de rencor antidemocrático.

En enero, el país estaba exhausto tras cuatro años de Presidencia de un líder polarizador, intransigente y que relegaba el rol de Estados Unidos en el mundo al de un comerciante enfadado con los negocios del anterior gerente. Pero tras haberse sobrepuesto a un «impeachment» y con el movimiento conservador más enérgico que nunca, Trump parecía destinado a volver a ganar contra todo pronóstico.

El exvicepresidente de las EEUU, Joe Biden, la noche del 6 de noviembre de 2020.

A finales de año y tras más de diez meses de dura pandemia el panorama es muy diferente: hay cerca de 300.000 muertos que se podrían haber evitado en gran parte, Trump sigue atrincherado en el Despacho Oval negando la victoria del presidente electo, Joe Biden, y siembra peligrosas dudas sobre si la democracia es el sistema más apto para imponer la voluntad de una mayoría de manera pacífica. Cada día, muchos piensan que las armas son su último recurso.

Las elecciones generales del 3 de noviembre fueron un referéndum sobre el sentir de Estados Unidos. «Sin la pandemia, Trump probablemente hubiese ganado», explica en entrevista con Efe Tom Nichols, profesor de la Universidad de Harvard y miembro de la «resistencia» detrás del «Proyecto Lincoln», un grupo de republicanos y moderados que se ha opuesto con firmeza contra lo que Trump representa.

POLARIZACIÓN

Pese a perder esos comicios, Trump y sus acólitos han conseguido mejor que nadie trasladar a decenas de millones de estadounidenses a una realidad paralela.

«Trump ha posicionado al Partido Republicano como el partido de los trabajadores, pese a que no ha representado sus intereses (…) ha lanzado todo esto a través de los algoritmos de las redes sociales para crear una realidad que no es la que muestran los hechos«, señala Kenneth Baer, consultor político y miembro del equipo de la Casa Blanca en el primer mandato del expresidente Barack Obama.

«Hubo un tiempo en que había liberales republicanos del noreste y del Medio Oeste. Esos ya no existen. El país vive en una absoluta polarización a causa de Trump», añade.

En opinión de Nichols, que recientemente publicó «Our Own Worst Enemy» (Nuestro Propio Peor Enemigo), la polarización es el producto de otro efecto que llegó con la caída de la Unión Soviética, el fin de los enemigos externos y la complacencia del capitalismo estadounidense.

«De algún modo nos convertimos en la sociedad decadente que criticaban los soviéticos» y el enemigo de EE.UU. es el propio pueblo estadounidense, enfermo de un «individualismo infantil», que ignora los deberes cívicos que demanda una democracia y ha canalizado hasta ahora su frustración a través de Trump.

Muchos demócratas se han resignado a estas alturas a la imposibilidad de tender puentes con la «Nación Trump». Estados Unidos se había acostumbrado a las salidas de tono del mandatario, su nacionalismo y sus ínfulas de hombre fuerte, que dejaba en evidencia por su sintonía con líderes de gustos autoritarios como el ruso Vládimir Putin o el egipcio Abdelfatah al Sisi, y su escasa química con la democracia más clásica de los de Canadá, Francia o Alemania.

Desde que llegó al poder la popularidad de Trump no ha subido, pero tampoco ha bajado, gracias a un electorado fiel, en ocasiones fanático, que aún confunde a los sociólogos y analistas más preclaros, para los que el “trumpismo” es casi tan exótico como una tribu guineana.

El mandatario, que en junio de 2015 era visto por el Partido Republicano como un charlatán acompañado de los mayores perdedores y excéntricos del movimiento conservador, se ha hecho con el control del «Grand Old Party» y ha tenido tiempo de nombrar a tres de los nueve jueces del Tribunal Supremo, imponiendo su rúbrica a base de tuits, desaires y un poco de suerte en la historia de Estados Unidos.

«El votante de Trump no va a desaparecer. Tal vez dentro de una década, con el relevo generacional. Pero por el momento lo que tienes es un Partido Republicano que ha perdido el contacto con la realidad y que tiene miedo de sus propios votantes. El político republicano sabe la diferencia entre realidad y fantasía, pero quieren ser elegidos y no quieren confrontar a sus votantes con la verdad», considera Nichols.

PANDEMIA

Todo empezó a torcerse en la primavera. En febrero, Trump aseguraba que el nuevo coronavirus, que hacía estragos en China, no era más que una «gripe» y que los alrededor de 15 casos que se habían detectado en el país se convertirían pronto en «cero casos».

Cuando la epidemia comenzó a remitir en el noreste, arreciaba en el sur y en el medio oeste, y hoy arrasa todo en un país con más muertos que ninguna otra nación del planeta. La covid trae consigo una crisis económica que amenaza con asentarse durante años en Estados Unidos y especialmente en grupos de población que hasta ahora disfrutaban de los frutos de una clase media cada vez más amenazada.

En primavera los muertos eran tantos, que se acumulaban en camiones fuera de los hospitales y el olor acre de la muerte era difícil de disimular. Este diciembre los cadáveres vuelven a acumularse en los hospitales de El Paso (Texas) o en Wisconsin, una prueba más de la mala gestión de la pandemia por parte de la Casa Blanca de Trump.

La escasa acción -por negación- del Gobierno estadounidense, pese a los ruidosos de las mascarillas, de las vacunas y del virus que no se ve, ha golpeado a familias en todo el país, ha dejado la economía al borde del colapso y ha llevado a muchos de los fieles de Trump a las colas del hambre o a las unidades de cuidados intensivos. Inevitablemente, le pasó factura en las urnas.

La pandemia – que va por su tercera ola, la peor- en Estados Unidos llevó hasta a los blancos más pobres a repensarse su amor por Donald Trump, y si analizamos los grupos demográficos ya solo los más ricos aumentaron su apoyo, según datos recopilados durante las elecciones por la consultora Edison Research.

«Creo que muchos votantes con altos niveles de educación, liberales y moderados llegaron a la urnas pensando: la mala gestión del presidente está afectando mi vida y no puedo permitirme que este señor siga siendo mi presidente, pese a que en otra situación habrían votado por él«, asegura Baer.

EL FIN DEL «SUEÑO«

Probablemente una de las grandes contribuciones de Trump al mundo post-2020 es haber levantado el velo de muchos estadounidenses sobre la existencia del «Sueño Americano», el mito de la nación indispensable y excepcional que premia al que trabaja duro, a los justos y que reparte justicia por el mundo en nombre de la democracia.

Ese descontento se vio en las calles de todo el país tras la muerte de George Floyd a manos de la policía en mayo y la brutalidad exhibida ante tantos otros negros, hispanos o blancos pobres. También se ha visto en el movimiento contra los desahucios y por un Estados Unidos más inclusivo.

El malestar, mezclado con la crisis ocasionada por la pandemia, se exacerbó hasta tal punto que muchos temían un enfrentamiento armado entre movimientos de ultra-derecha y grupos de la izquierda radical.

Aunque la sangre no llegó al río y la crisis de identidad de las «dos Américas» no se generalizó, puso en evidencia el descontento de grupos de población cada vez más amplios que demandan poner fin al estado policial en el país y dar oportunidades enajenadas a negros e hispanos, también mujeres, durante los últimos 400 años.

La maquinaria del Partido Demócrata se puso detrás de Joe Biden, un político con escasez de carisma y exceso de años que ha prometido sanar las heridas del país y devolver la ilusión sobre un «Sueño Americano» que está ausente para decenas de miles que esperan en las «colas del hambre», los diez millones que han perdido su trabajo por la pandemia y los muchos más que no tienen esperanzas de construir una familia en una economía cada vez más desigual.

Estados Unidos cierra un 2020 convulso, para olvidar, y se enfrenta a un futuro incierto con millones de personas sin esperanzas y otros tantos afilando los cuchillos del conflicto civil, sirviéndose de la maquinaria de la desinformación creada por Trump y que ha recibido como respuesta al gobierno moderado de Biden, una vuelta al «status quo» de Obama.

El futuro aclarará si «el experimento estadounidense» promoverá lo que el escritor E.J. Dionne describía como una nueva «democracia a la desesperada» o simplemente una desesperación con vías de expresión más oscuras, incluso, que la que ha representado Trump. EFE (I)

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