Una pena

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Eso es lo que siento. Una inmensa pena. Pena por una población dividida e inerme. Por tanto extravío y ceguera. Por la insensibilidad cívica y la insensatez partidista. Por la irresponsabilidad de los dirigentes. Por la torpeza de las autoridades. Por el absoluto irrespeto a las leyes y a los reglamentos.

Somos aún un país de conquista, fácil de apantallar y de engañar, en el que la violencia y la agresividad despiertan simpatía, y la ponderación y la lógica pasan a segundo plano. No voy a analizar los resultados. No pienso responsabilizar a nadie por su éxito o fracaso en las urnas. Finalmente, es el pueblo en su conjunto el que elige su destino.

Los nombres y los membretes son pasajeros. Al igual que los candidatos. Lo que está sobre el tapete el día de hoy es otra cosa. La peligrosa combinación del populismo, la ignorancia, la insensibilidad y la ceguera. El cinismo en la sintonía de los lideres con la masa. El cambio de simpatías sin argumentos válidos. El resentimiento latente y lo superficial de la elección. La suma de sinrazones que se convierte en razón.

Por supuesto, habrán siempre adeptos para cualquier corriente. Los explica todo. Los oportunistas. Los del cabildeo. Los que se apuran a tomar partido a ver que beneficio sacan, y los que piensan que a ellos no les va a llegar la furia popular porque a pesar de su estatus, sonrieron a los menesterosos desde su balcón florido.

Las lecturas que ofrecen los resultados de ayer son muchas. Pero el efecto es el mismo. Un mensaje de urgencia que supera cualquier otra consideración. La necesidad de identificarse con alguien que entienda su desesperanza y su desesperación. La poca cohesión de las élites y la total incoherencia de la juventud.

El mundo cambia, y todos apuntan en la dirección contraria a la del vecino. Y por tanto, seguimos empantanados. Giramos en el mismo terreno sin entender nuestra circunstancia. Buscar culpables es nuestra diversión favorita. Eso tranquiliza nuestra conciencia. Nadie reconoce su culpa en el caos que nos carcome. Y así vamos por la vida. Llenos de amor propio, odio y afición por lo ajeno. Lo que convenga.

El País por supuesto sobrevivirá. Cada vez más maltrecho, más alejado del progreso, de la producción y de la apertura al mundo. Pero sobrevivirá. Y quizás, cuando nosotros seamos un recuerdo, recupere el buen sentido. Pero ha quedado claro que este no es el momento. ¡Buena suerte, Ecuador! ¡La vas a necesitar!

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