Las peras al olmo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Nada más difícil que pedirle peras al olmo. En esencia, solo los ingenuos y las partes interesadas creen en tales milagros contra natura, como la transmutación de metales, las teorías de conspiración y los fraudes sesgados. Los demás, conscientes de la realidad, aprenden a pasar la página y buscar la explicación más sencilla.

Si alguien gana una elección, es porque tuvo más votos que quien la pierde. Si alguien cree que la prosperidad cae del cielo, es muy probable que sea cómplice de su fracaso. Si alguien piensa que no es necesario trabajar para vivir bien, irá reduciendo su forma de vida y sus ingresos en consecuencia. Pero a pesar de estas elementales advertencias, hay quienes aún creen en los camaleones de la política.

Y con una ceguera alarmante, cambian de ideología, conceptos y principios en aras del mal menor o de la conveniencia del momento. El olor a victoria y sus conveniencias personales están por encima del patriotismo, del progreso y de la lógica.

Por arte de magia, los cálculos convierten al posible vencedor en poseedor de todas las virtudes, incluida la ecuanimidad y la objetividad, aunque todos los antecedentes digan lo contrario. Y así, el furibundo resentido, el ladronzuelo prófugo, el candidato hueco de propuestas se convierten en personajes a emular, aunque sus actos y antecedentes demuestren exactamente lo opuesto.

Y cuando la ley, la lógica y las pruebas contradicen la fantasía, no falta la teoría que, como buen caldo de cultivo, convierte a los sujetos de nuestra antipatía en malos, manipuladores y tramposos, y al resto en dechado de virtudes.

No aceptar la realidad diaria es el primer requisito. Culpar al otro el segundo. Generalizar el tercero. Y de allí, cualquier simplificación es bienvenida. Y toda interpretación, por delirante que sea, tiene adeptos. La necedad tiene sólidos partidarios. Basta mirar los resultados de las elecciones a dignidades de hace pocos días.

Nos solazamos en criticar al estiércol pero poco hacemos para salir de quienes lo provocan. En Ecuador, más allá de los argumentos de los perdedores, se eligieron dos candidatos para la segunda vuelta. En pocas horas, serán ratificados oficialmente. Y esa es nuestra realidad.

La actitud «tendenciosa» de la presidencia del CNE no puede pasar desapercibida. El deseo de calentar los ánimos por parte de Perez tampoco. Ellos son las cabezas visibles de una insurrección inaceptable. Y el seguir dando oídos a sus demandas y caprichos es irresponsable. Y por sanidad nacional, es hora de callarlos.

El País y su futuro están por encima de esas desafortunadas actuaciones. Un 65 por ciento se expresó en las urnas por alternativas distintas a la continuidad del populismo correista. Todos esos votos no son de propiedad de los candidatos, sino de la voluntad de los votantes. Y hacia allá debe dirigirse el esfuerzo del candidato Lasso.

Hay que apelar a la capacidad de entendimiento del votante, a su instinto y a su afán de progreso. El deterioro general de los pueblos que han escogido la demagogia como opción es un referente ineludible. La dolorosa migración hacia otros países, un bofetón diario a las teorías populistas de igualdad y abundancia.

El discurso mentiroso cala hondo, porque ofrece una solución «infalible” a un problema irrresoluto. Es el remedio milagroso de las ferias y mercados, cuya efectividad es la misma de un placebo pero que logra el objetivo de aligerar los bolsillos del crédulo cliente. Es hora de pasar la página y enfrentar el futuro.

En nuestro voto está la opción de ratificar la opción del progreso o seguir improvisando sobre el fracaso. De eso se trata. Lo demás es papel quemado.

Partidarios de Yaku Pérez, el 18 de febrero de 2021, en Cuenca, en lo que llaman una marcha indígena que dicen avanzará hasta Quito. API

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