De Caín y de Judas

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

En el canto XXXII del primer libro de la Comedia, Dante describe el primer foso del noveno y último círculo del infierno, un sitio conocido como Caína (por Caín, que mató a su hermano Abel), donde sufren tormento aquellas almas que han traicionado a sus hermanos, o en general, a sus familiares.

En el fondo glacial del noveno círculo, con los condenados sumergidos hasta el pecho en un lago “cuyo hielo tenía de vidrio y no de agua, el semblante”, el poeta divisa a Focaccia, que por envidia atacó a traición a su hermano, y más allá a Sásselo Mascheroni, florentino como él, tutor de uno de sus nietos, al que mató para apoderarse de su herencia.

En la teología dantesca, Alighieri parte del dogma central de que Dios es la Verdad. Por lo que, siendo la mentira la antítesis de la verdad, un engaño es la negación misma de Dios, esto es, el peor pecado que persona alguna pueda cometer. Y entre los engaños, ninguno más vil que la traición.

El poeta florentino Dante Alighieri, que empieza a escribir su Comedia, ya empezado el año 1300, narra que se ha extraviado “en una selva oscura, a mitad del camino de la vida, con la senda derecha ya perdida” y va a encaminarse, acompañado por Virgilio, el gran poeta romano contemporáneo del emperador Augusto y autor de la Eneida, por un camino que lo conducirá por el Infierno y el Purgatorio, en una de las obras literarias más importantes de la humanidad.

Dante postula que la peor acción que puede cometer un hombre es la traición. Ha dividido su Infierno en nueve círculos, siendo el peor, el más bajo, aquel donde se castiga a aquellos que han engañado a otros, y que se subdivide a su vez, en varias fosas.

Después de Caína, viene Antenora, en la que sufren tormento los que han traicionado a la Patria. Se llama así por Antenor, que en la oscuridad de la noche abrió las puertas de la ciudad de Troya, a cambio de dinero, para que los aqueos puedan entrar en la ciudad e incendiarla.

Más abajo está Ptolomea, donde sufren aquellos desgraciados que pagaron con mal a quienes solamente les hicieron bien. Destaca entre ellos el arzobispo Ruggiero, que arrebató el gobierno de Pisa a Ugolino, quien toda la vida había sido su benefactor, y a quien, para congraciarse con sus enemigos y obtener sus favores, no solo lo difamó públicamente, dando por cierta la propaganda enemiga, sino que también lo encerró en la Torre de Pisa con sus cuatro hijos, dejándolos morir de hambre.

Nada más ruin para Dante que traicionar a tu hermano, a tu familia, a tu Patria, pero sobretodo a un hombre que durante toda tu vida te ha hecho bien. Por eso, en el fondo del último círculo, masticado por una de las tres cabezas de Satanás (a quien identifica como Dite) se encuentra Bruto, presumiblemente hijo de César, el dictador de Roma, asesinado por una conjura de senadores que lo apuñalaron cuando entraba al Capitolio.

Suetonio narra, en su “Vida de doce césares”, que César, al fin y al cabo un hombre de armas, intentó defenderse de sus atacantes hasta que distinguió entre ellos al hijo de una antigua novia suya,  al que había apoyado siempre en todo. Y que tras exclamar “Tú también, Bruto, hijo mío”, cubrió su rostro con la túnica antes de caer muerto.

El otro es Casio, cuñado de Bruto, y que conjuntamente con él, planearon el asesinato de César. En la tercera cabeza, masticado en la boca del demonio, está Judas Iscariote, que traicionó nada menos que a Dios hecho Hombre, su maestro, con quien hace poco compartía la cena.

Es la cima de maldad, el momento culminante del Infierno, el final del Canto XXXIV, al cabo del cual, trepando por encima del gigantesco Lucifer, Dante y Virgilio logran salir y ver el firmamento. “Y otra vez contemplamos las estrellas”, dice el Poeta.

Comedia. Canto XXXII, Caína. Ilustración de Gustavo Doré

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