Leonora Carrington, la artista que nos sumergió en lo mágico

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

El libro de Elena Poniatowska , “Leonora “, se hubiera quedado en el desafortunado rincón de los libros ignorados, pese a las recomendaciones que recibí  sobre él, sino fuera por un artículo sobre la casa museo de Leonora Carrington en México, en el que me llamó  la atención la belleza de la artista y su penetrante mirada. Agarré el libro y no lo aflojé  hasta que no hube satisfecho la mayor parte de mi curiosidad sobre esta peculiar mujer.

De ella se ha dicho que era una beldad, una leyenda, una musa, una artista original y multifacética: fue pintora, escritora, muralista, modista de muñecas, tarotista y  alquimista.

Leonora Carrington merece una mirada comprensiva y despojada de todo prejuicio; por su talento y originalidad para que podamos captar el mensaje escondido entre las imágenes oníricas de sus cuadros. Leonora decía que pintaba los recuerdos de su infancia; su hijo Pablo le decía que la angustia que la perseguía era su aliada, porque era la que la obligaba a pintar.

«Green tea», 1942. MoMa, Nueva York.

Perteneciente a la aristocracia inglesa, nació en Clayton Green, en Reino Unido el 6 de abril de 1917, en una mansión gótica en medio del campo. Su nacimiento en esa familia  fue como si la cigüeña se hubira tropezado contra un árbol  en su vuelo y, confundida, hubiera dejada  caer en Crookhey Hall a la bebé equivocada. Heredó el carácter fuerte y dominante de su padre, Harold, y era muy amiga de hacer su voluntad, lo que fue una fuente de conflicos entre ellos.

Leonora tuvo una infancia feliz con sus hermanos Patrick, Gerard y Arhur y su niñera irlandesa,  cuyos relatos celtas descubrieron mundos fantásticos que plasmaría en sus cuadros.

Desde pequeña se advirtió que era diferente. Adoraba a todos los animales  y a la naturaleza y estaba convencida de que en el fondo de su ser era un caballo, y esa certeza la acompañó toda la vida. Incluso afirmaba que podía comunicarse con ellos. Decía que ella “hablaba caballo”.

Educar a esta jovencita excéntrica, desobediente y amiga de hacer su voluntad no fue tarea fácil para sus padres. Harold Carrington renegó de ella y terminó por desheredarla, pero ni su mamá Maureen, ni su nana,  la abandonaron nunca.

. Le gustaba aprender, pero los internados para señoritas no eran para un carácter como el de ella.  Leonora era rebelde, osada, desafiante, la expulsaron de todas partes, para mortificación de sus padres. Consideraba a su madre una snob y se negaba a seguir los rituales de su clase social.

Convencido por mamá, Harold Carrington le permite asistir a la Escuela de Arte de Chelsea, en Londres, pero no le da un centavo para mantenerse. Allí, Leonora descubre  el cuadro “Dos niños amenazados por un ruiseñor” de Max Ernst, al que una amiga en común se lo presenta. Ese sería el génesis de una gran historia de amor para ambos. Leonora asiste a la primera Exposición del Surrealismo y se encuentra a sí misma. “Así que lo que yo buscaba existe!”.

Leonora y y Max se convierten en amantes, pero la vida desodernada de Ernst crea grandes problemas. Él ha dejado a su primera mujer y a su hijo, y ahora trata de de desembarazarse de su esposa actual para quedarse con Leonora, pero la ex mujer no les da tregua, les hace escenas, escándalos, los golpea, los persigue, los acosa.

Optan por buscar refugio en St.  Martin d´ Ardèche, donde ambos pintan y pasan un tiempo de mucha  felicidad y compenetración que termina drásticamente, pues la guerra los alcanza y Max, que es alemán, por lo tanto enemigo de Francia, es tomado prisionero y enviado a un campo de concentración. Leonora no es capaz de soportar el dolor y se hunde en la depresión y en la bebida. Una mujer tan emotiva como ella siente la separación de su amante como si le desgarraran el alma. Eso junto con los horrores de la guerra que presenció,  la perturbarán profundamente y la marcarán para siempre.

“Self-Portrait (Inn of the Dawn Horse)”, 1938. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

Su padre descubre su paradero y los médicos a los que que manda a examinanarla, deciden internarla en un manicomio en  Santander, donde recibe tratamientos fortísimos que la postran aún más. Allí pasaría muchas horas amargas. Hasta que logra escapar y encontrar ayuda en el abogado mexicano Renato Leduc, quien se casa con ella y la lleva a vivir a a Nueva York y luego a México.

Este matrimonio, sin embargo no duraría y ella volvería a casarse con el fotógrafo húngaro Imre Emerico Weis , apodado Chiki, con quien tendría dos hijos. Harold Gabriel y Pablo Weisz.

Aunque pueda parecer que me haya explayado con su historia, debo asegurar que ha sido a muy breves rasgos, pues hasta el extraordinaria libro de la mexicana Elena Poniatowska, “Leonora”, ganador del Premio Biblioteca Breve 2011, se queda corto porque la vida de esta mujer es demasiado grande. Nos queda grande su ternura, su pasión, su humanismo, su sensibilidad, su talento, su imaginación, su capacidad de entregarse a todo lo que amaba.

«Are you really serious?», 1953.

Fue la consentida de los surrealistas, pero siguiendo la suerte de la mayoría de las mujeres artistas de su época, no tuvo los ingresos de los artistas hombres de su categoría. De hecho tendrían que pasar siglos para que los museos galerías hagan un “mea culpa” por las grandes artistas olvidadas y  para que se les diera el espacio que en justicia les correspondió siempre en teatros y galerías.

Leer el libro sobre Leonora es estremecerse de ternura y compasión por esta criatura de otro mundo, de esta amazona atrapada en el cuerpo de una mortal, que vino a vivir mil vidas en una y a mostrarnos con sus obras los mundos mágicos en los que ella podía entrar y salir.

«Labyrinth», 1991.

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