Rochester, Estados Unidos
En estos días hemos tenido el dudoso privilegio de mirar de cerca el porqué Ecuador va a la deriva como sistema democrático. El pésimo diseño de la Constitución, sumado al accionar irresponsable y egoísta de sus líderes políticos, marca la pauta para la desunión y caos en el que caemos con sospechosa frecuencia.
El hartazgo de la población se vio reflejado en la votación para presidente, y su mensaje claro es algo que no puede ser desoído, como plantearé posteriormente.
Intento primero reseñar este caleidoscopio para mejor comprensión de lo que el ecuatoriano ya no soporta y que ha rechazado con firmeza en los últimos días. En primer lugar, existen dos liderazgos populistas que se identifican más con las necesidades de sus cabecillas que con las del País. El correismo y el nebotcismo son dos corrientes extremas, aparentemente opuestas pero que confluyen para proteger los intereses de sus líderes.
Hay un pasado común de impunidad, negociados y negociaciones sobre los cuales se pretende extender un velo para impedir investigaciones serias que podrían afectar sus intereses. Tanto Correa como Nebot han tenido y tienen agendas propias, y no soportan intromisión alguna en ellas.
Entre estas antípodas, encontramos a Pachacutik, movimiento indígena, en sus inicios basado en reivindicaciones ancestrales y hoy convertido en una fanesca tanto por sus propuestas de gobierno como por sus intereses políticos.
Luego aparece la inefable Izquierda Democrática, que perdió hace rato los papeles por su eterna política de la avestruz y su posterior respaldo al correismo por parte de varios de sus líderes, que ejercieron cargos importantes en la última década. Hoy aparece remozada pero con los mismos defectos de origen.
Finalmente, para agregar más incertidumbre a este ya complejo entramado, aparecen desde el inicio algunos independientes cuya función irá develándose a la luz de las conveniencias políticas y personales que presente la agenda.
El convidado de piedra es el movimiento Creo, que respalda al electo presidente con diez y ocho asambleístas por el momento, y cuya negativa a seguir los mandatos de su aliado electoral aumentó el desequilibrio de fuerzas en el nuevo periodo de la Asamblea.
Decía al inicio que el mandato más importante, el del pueblo ecuatoriano, implica un mensaje fuerte y claro para detener enfrentamientos fútiles, encaminar al País a un presente libre de corrupción y que permita un camino de progreso. Sin embargo, es este mismo País el que, con su voto fragmentado e ingenuo, ha creado este Frankenstein político que hoy reconocemos, y en el que los intereses personales de los lideres pesan más que las necesidades nacionales.
Lasso ha golpeado el tablero al separarse de una alianza contra natura, encaminada a proteger intereses ajenos y a controlar esfuerzos impostergables para mirar de cerca al hoyo negro de intereses económicos, personales y políticos de los dos caudillos, y ha hecho bien.
Es el momento de hurgar en la conciencia de cada asambleísta para que entiendan que su rol no es ni enriquecerse ni convertirse en cómplices de los designios de sus líderes, sino primordialmente propender a una gobernabilidad indispensable y urgente para que el País se beneficie de su presencia.
Así, y solo así, el prestigio de la Asamblea podrá recuperarse a los ojos del gran público.
Se me permita finalmente una breve mención a la entereza de César Rohon, mi compañero de colegio y amigo de muchos años. Es la demostración más palmaria que en los universos caudillistas no es bienvenido el criterio propio, que la incondicionalidad vale más que la lealtad, y que la voluntad de los caudillos no permite democracia sino imposición.
Varios e ilustres personajes se alejaron del PSC cuando no estuvieron dispuestos a ceder ante las imposiciones de quienes fungen de gerentes propietarios. Rohon no es la excepción. No dudo que su capacidad le permitirá en poco tiempo encontrar apoyo en otros movimientos que privilegien la ética y los procesos sobre las imposiciones. La pelea recién empieza. Y hay que pelearla.