Los santos inocentes

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Es realmente doloroso enterarse que aquel hermoso festejo quiteño se ha convertido en una referencia cuando analizamos el acontecer público ecuatoriano. Es por demás conocido aquel aforismo que dice : -La carcel está llena de inocentes-. Pero nuestras autoridades han estirado la norma y hoy todos los políticos son inocentes.

Escuchar al alcalde Yunda refinar el arte de hacerse el p…..o ante los medios, leer a Don Correone negar la evidencia procesal ante la pasividad de los entrevistadores, considerar “persecución política“ todo intento de fiscalizar contratos otorgados a dedo, contemplar absortos los errores procesales de bulto que permiten a delincuentes y asesinos salir en libertad hasta la próxima fechoría son solo algunos de los despropósitos a los que nos han acostumbrado nuestras autoridades en las últimas décadas.

Ríos de tinta se riegan antes, durante y después de las denuncias. Cada cual se siente con derecho a culpar o a exculpar al imputado según sus percepciones, y la intervención tardía de la justicia, incompleta, lenta y llena de requiebros, se encarga de licuar responsabilidades y rehabilitar responsables, aumentar la frustración entre el público y devolver a los acusados su “ honra hecha pedazos” para ulteriores demandas por daños y perjuicios, que casi nunca se ventilan por la obscura conciencia de los recién rehabilitados.

Desde que la justicia perdió su independencia por obra y gracia de la influencia política y económica de los encausados y la venalidad de los jueces, no queda sino levantar la mirada al cielo para intentar identificar a los “ santos inocentes “ en su fugaz paso por los tribunales.

Si partimos de la premisa que todos son inocentes de los peculados de los que se los acusa, hay que concluir que la justicia no tiene razón de existir para los poderosos pues su condición de próceres los exime de toda responsabilidad.

Si en cambio, asumimos que todos son culpables, tampoco es necesaria la actuación de la justicia pues lo correcto sería apalearlos en una plaza pública sin compasión.

No es tan simple por supuesto. No es un tema de blanco o negro. A pesar de nuestro prurito por condenar todo y a todos, la justicia es necesaria para establecer responsabilidades. Pero lo indignante es la cantidad de subterfugios que esgrimen quienes deberían ser los primeros en dar ejemplo de honradez y delicadeza para vigilar los bienes públicos y por el contrario han demostrado ser dueños de una refinada hipocresía.

Desde la victimización hasta el cinismo, todas las disculpas son válidas. Nadie puede investigar el porqué el hermano del ungido se convierte de pronto en un potentado, ni porqué el hijo otorga contratos en la administración del padre, sin que de inmediato se indigne la autoridad y se declare “perseguido político”, a pesar de su manifiesta complicidad en el súbito bienestar de la familia.

Y ante la impunidad imperante, se amplía el círculo a los amigos, los financistas, los contratistas y todos los integrantes del círculo de corrupción que de allí se nutre.

Se crean instancias sobre instancias para dilatar, ocultar y minimizar responsabilidades, para permitir y solapar atracos que están a la vista, o finalmente para permitir la huida de los avivados con grilletes complacientes y sentencias elásticas.

Al final del día, todos los pícaros gozan de libertades y buena salud.

Y es eso lo que ha provocado una persistente decadencia en los valores esenciales y en los dirigentes encargados de respetarlos.

Negar padre y madre es ya un argumento conocido y esgrimido por tantos tinterillos de alquiler amancebados con jueces y secretarios de juzgados ad-hoc. Y si a eso sumamos una avalancha de información contradictoria, falaz y malintencionada, resulta comprensible el desconcierto y la falta de confianza del ciudadano común.

¡Sí! La justicia tiene que cambiar. Pero también los valores de los lideres. Son ellos quienes deben demostrar al ciudadano común que merecen su confianza, su salario y sus prebendas. Son ellos los que deben recuperar el valor de la decencia, del honor, de la consecuencia con la palabra empeñada, en lugar de demostrar a diario sus dotes histriónicas en los diferentes medios con beneplácito de los contertulios, que les permiten, en aras de la libertad de expresión, inundar al público de mentiras y declaraciones de inocencia insostenibles en la práctica.

Es de esperar que un análisis urgente y oportuno por parte de quienes hacen opinión empiece a recortar las apariciones de estos siniestros embaucadores cuyas responsabilidades millonarias están a la vista, a pesar de sus deleznables declaraciones de inocencia y de su inconmensurable cinismo.

LaRepública.

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