Las comparaciones

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Una de las herramientas más utilizadas por el ser humano es la comparación. Sirve para casi todo: para minimizar la culpa, justificar el ex-abrupto, respaldar una tesis o demostrar un fallo. Y aparentemente funciona, pues desencadena un océano de pasiones en el que inevitablemente zozobra la lógica y la buena o mala intención de quienes inician la discusión.

El hecho cierto es que cada quien es responsable de sus actos. Lo burdo y vulgar no se justifica a través de la comparación ni se ensalza con el motivo. Igual de desagradable resulta el insulto proferido por un dirigente político o un periodista desubicado, sea cual fuere su ideología.

La elegancia en la diatriba sigue siendo una cualidad y un privilegio para quienes la expresan y quienes la escuchan.

No existen eufemismos para disfrazar una patanería ni es justificable invocar inacciones previas para perdonar la andanada posterior. Probablemente, la mediocridad ha ganado espacio en todas las disciplinas públicas. Bajo la excusa de la broma, se escuchan groserías mal embozadas, comparaciones grotescas y opiniones descabelladas. Bajo la lógica del desquite, se dan rienda suelta a extremismos, actitudes racistas, comentarios homo fóbicos y revanchas odiosas.

Tan reprochable es la posición de los anteriores como la de los actuales y probablemente la de los futuros tribunos de opinión. La procacidad, inaugurada por el populismo, se ha convertido en el enganche para llegar a un pueblo hastiado y resentido con sus líderes. Y el descenso es inevitable.

Vamos a velocidad imparable hacia los albañales en muchas actividades diarias. Y es lamentable. No podemos seguir el sendero de odio que ha caracterizado a las últimas décadas. Porque de la violencia verbal se escala a la física y luego al caos.

Los dardos tienen que ser certeros, pero elegantes y aleccionadores. Los criticas duras pero frontales son bienvenidas. Es importante tener en cuenta que se puede desarmar un argumento sin tener que humillar a quien lo emite. Y es deseable que una justicia ágil sancione y frene los excesos de palabra y obra.

Es un esfuerzo de todos evitar caer en la provocación, en el infundio y en la maledicencia. Antes de dar por hecho un comentario o emprender en una fiscalización, un brevísimo análisis puede evitar iniciar un incendio que, además de peligroso, deja huellas y provoca daños innecesarios.

Es de esperar que el mensaje tenga eco, y no se olvide al vaivén del estiércolero al que hemos estado sometidos estos últimos años. Que la categoría, el nivel y la calidad de los enfrentamientos refleje una cultura elemental es una ganancia para todos los que anhelamos vivir en paz y democracia. Respetemos para ser respetados! Este es un pedido cordial pero firme para encontrar un norte que nos es esquivo y que nos hace mucha falta en estos momentos.

La Posta XXX. Foto difundida por TC Televisión.

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