Los éxitos nacionales

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Todo éxito, es sabido, conlleva muchos padrinos. El de Carapaz no podía ser una excepción.

La necesidad de exhibir, explicar, criticar y aportar al hecho es inherente a la naturaleza humana. Hay que decir algo. Es necesario treparse al carro del vencedor. Y criticar a quienes no lo hacen.

No es posible disfrutar en el entorno personal, con lágrimas de emoción y alegría, del extraordinario triunfo de un compatriota. Hay que añadirle folklore. Divinizarlo, satanizarlo, dotarle de aristas no conocidas, dorarlo o convertirlo en prueba irrefutable de lo que pensábamos antes del triunfo.

Nuestra irrefrenable actitud de sabelotodos aflora inmediatamente. Según la visión del marchante, es indispensable sancionar al poder ineficaz, a las otras disciplinas inútiles, a la desigualdad social, y de paso responsabilizar al Imperio de nuestras carencias.

Y así, un triunfo deportivo se convierte en un estandarte de reivindicaciones y lucha cuyos alcances son incalculables. De allí a elevar al vencedor a estadista, al goleador a Presidente, al deportista excelente en una disciplina a experto en todo hay un paso que muchos no dudan en cruzar.

Probablemente eso se deba a la mirada simplona que tenemos de la vida. O a la profunda ironía popular que, harta de los lideres tradicionales, busca a sus representantes entre gente que siente suya, porque representa sus valores ante la adversidad.

Pero el hecho cierto es que es imposible dimensionar en su justa medida una medalla olímpica sin caer en patriotismos excesivos, reprimendas odiosas, novelas con final feliz y acusaciones fuera de tono.

En Italia, con fina ironía, eligieron una actriz porno al Congreso. En Ecuador, hemos tenido varios futbolistas y deportistas calentando curules a pesar de su evidente falta de conocimiento en temas elementales.

Hasta ahora no hemos sido capaces de entender la diferencia entre la disciplina y tesón del cuerpo y la formación y cultura del intelecto. No nos interesa la preparación. No nos interesa hacer ni apreciar el esfuerzo para lograr la hazaña. Nos interesa el resultado.

Y así, con estulticia, labramos ídolos con pies de barro, creamos iglesias para adorar a futbolistas drogadictos, o nos convertimos en seguidores de milagrosos líderes, más parecidos a los cuenteros que venden sus pócimas milagrosas en las afueras del mercado que a estadistas con una formación sólida.

Y mezclamos sin temor un éxito deportivo con la política y como debe ser manejada. ¿Será una medalla olímpica más importante que una política de Estado exitosa? Es con toda seguridad más difundida y gloriosa, pero sin duda menos eficaz y beneficiosa en el largo plazo.

Sin embargo, la felicidad, aunque efímera, es parte de la vida, y nos llena de una alegría que inconscientemente repicamos con el nombre de la hazaña y el aplauso a quien la logra.

Nos regocijamos en la anécdota, nos burlamos de las autoridades que no supieron “ver y apoyar“ al hoy ungido, exigimos pronto castigo a su ceguera e interminables fondos para evitar que otros héroes anónimos sigan penando por falta de apoyo.

La realidad es que el éxito se reconoce cuando se ha logrado. Que cuando el deporte es un negocio tiene más dirigentes ávidos que practicantes satisfechos. Que las disciplinas individuales tienen menos apoyo que las colectivas, y que es muy difícil financiar a todos los deportistas por igual.

Y cuando los Perez, los Carapaz y los Vera hacen noticia, lo hacen en base a su esfuerzo individual y a su disciplina y fortaleza.

Tienen un inmenso mérito y todo el derecho de reclamarlo como propio. Y cuando son generosos, luego de haber liberado la frustración y adrenalina de tantos años de humillación y esfuerzo personal, nos permiten compartir el triunfo bajo una sola bandera, tenemos que agradecerles.

Porque el mérito es de ellos y la alegría es de todos. Mañana no habremos aún resuelto los serios problemas nacionales ni nuestras carencias personales, pero hoy estamos más cerca de la felicidad, y eso también cuenta. ¡Gracias Richard!

El medallista de oro Richard Carapaz (C) de Ecuador, el medallista de plata Wout van Aert de Bélgica y el medallista de bronce Tadej Pogacar (R) de Eslovenia durante la ceremonia de entrega de medallas para la carrera masculina durante los eventos de ciclismo de ruta de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en el Fuji International Autopista de Oyama, Japón, 24 de julio de 2021. (Ciclismo, Bélgica, Japón, Eslovenia, Tokio) EFE / EPA / CHRISTOPHER JUE

Más relacionadas