Terrible matanza

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

La matanza en las carceles, el poderío del narcotráfico, la invasión de la guerrilla, la violencia y el robo son ya noticia casi diarias en el país. Y eso crea una atmósfera de inseguridad y frustración en el Ecuador entero. Comprensible.

Lo que no lo es tanto es la pléyade de explicaciones al respecto, que aparecen como diagnóstico para justificar los excesos destructivos, revolucionarios y totalitarios de los extremistas de ambas vertientes, que no pierden oportunidad para validar sus tesis a través de interpretaciones inexactas y delirantes.

Ni tampoco se entiende la exagerada relevancia que se da a lo malo en contraste con lo bueno. Parece que nos hemos olvidado que todos estos fenómenos violentos no son únicamente de nuestro peculio, y que diariamente conflictos tanto o más graves ocurren en el mundo.

La muerte injustificable de cien y más reos es sin embargo menor al de la suma de los migrantes desaparecidos en manos de los coyoteros, o la de las víctimas de la pedofilia o de la desnutrición. Y más allá de lo dolorosos que resultan estos números, hay problemas muy de fondo que hay que resolver para aquellos que se debaten en la miseria por falta de oportunidades.

Se destaca y fabula sobre el poderío del narcotráfico, pero solo se menciona al pasar lo exitoso de las medidas que se han tomado para enfrentarlo.

La suma cada vez más alta de hallazgos de droga demuestra que la policía logra éxitos impensables hace apenas un año. La violencia y el robo no son responsabilidad exclusiva de extranjeros, sino un problema de larga fecha y dirigido por delincuentes nacionales.

La terrible lacra de la corrupción en la esfera pública, que ocupa prominentes espacios en la noticia y el escándalo, y se mantiene allí por largo tiempo, contrasta con el breve espacio que se reserva a la conclusión, a la sanción o al exilio de los culpables.

Y curiosamente, a pesar de sus responsabilidades, se les sigue otorgando espacios de prensa y poder como si nada hubiese acaecido.

Se dilata y acalla la investigación cuando apunta a los cómplices, a las empresas privadas que pagaron las coimas, a los funcionarios de alto rango que ayer como hoy se enriquecieron y pasean tranquilamente por nuestras calles.

Y todo esto sucede porque hay una estructura de privilegios montada alrededor del Estado. Privilegios que se traducen en leyes, acuerdos, liberaciones y subsidios para unos en detrimento de otros, y que adquieren singular importancia cuando un régimen trata de eliminarlas. Y esto se constata a los dos extremos del túnel.

Tan privilegiado es el empresario establecido, aquel que logró acumular ingentes ingresos gracias a políticas de Estado dictadas desde su escritorio, como el trabajador protegido por un código anquilosado e inamovible, que impide emplearse y progresar a millones de personas.

Finalmente, ambos grupos se beneficiaron de la ignorancia y credulidad del resto. Y por ello, la desesperación por captar el poder es el nirvana de los políticos. Desde allí podrán formar parte de esa maquinaria insaciable que reparte los fondos públicos para beneficio de grupos de poder. Es ese y no otro el motivo de nuestro subdesarrollo.

Nuestra incapacidad para entender que las agrupaciones políticas, tal como están diseñadas, están allí para servir a sus líderes antes que al bien común. Que nuestro subdesarrollo no es únicamente económico, sino cultural y social, porque nos indignamos por la situación imperante pero no nos atrevemos a tomar el sendero del cambio.

Porque preferimos apuntar a los lunares antes que mirar la extensión de las reformas, porque buscamos culpables externos antes que asumir nuestras responsabilidades ante el despilfarro y el fracaso de modelos superados y líderes populistas.

Durante décadas, nos enseñaron a despreciar al adinerado, a hacerlo responsable de nuestras carencias, a agredir a quienes, de una u otra forma, nos ofrecieron ayuda como país. Nos vendieron la idea de un Estado súper poderoso e intocable, indispensable para todos, solo para descubrir su incapacidad para resolverlo todo.

Nuestra incapacidad para buscar el equilibrio, el punto medio, nos ha embarcado en discusiones interminables a sabiendas que no hay respuesta satisfactoria.

Ayer fueron los hacendados y los exportadores, hoy los EEUU y el FMI, mañana cualquiera que esté lo suficientemente lejos para echarle la culpa.

Ahora estamos nuevamente ante un impasse. Porque una minoría, la minoría extremista y comprometida con sus propios intereses, pretende someter a la mayoría silenciosa. Y mientras esa mayoría no comprenda que el Ecuador es más importante que sus dirigentes políticos, que el bienestar de la mayoría significa romper esa cadena de privilegios y temores que la tienen secuestrada, poco se podrá hacer por un País que no despega por la poca preparación de su pueblo.

Si queremos ser productivos y competitivos, tenemos que entender lo que eso significa. Si nuestra mano de obra es superior, hay que demostrarlo con resultados abiertos y no con leyes proteccionistas. Si necesitamos capital e inversión para crecer, no podemos espantarla con leyes y declaraciones oscurantistas. Si queremos salir del subdesarrollo, tenemos que salir del diagnóstico hacia la cura, del problema hacia la solución, del proteccionismo hacia la competitividad.

No es trabajo de los políticos únicamente el lograr esto. Es trabajo de la sociedad civil informar e informarse de manera profesional y técnica, y es obligación de los medios desterrar esa tendencia al escándalo y lo negativo como forma de vida y reemplazarla por información más objetiva y seria.

Menos teóricos del desastre y más estadísticas comparativas pueden ser un principio para entender nuestras carencias. Menos notas lacrimógenas y más preparación sobre los derechos y obligaciones ciudadanas. Menos retórica y más concreción.

Vayamos por ese camino para lograr al menos una mejor información y quizás un cambio de actitud. El desarrollo es una tarea de todos. Y el pueblo tiene que hacer escuchar su voz.

Familiares de reos fallecidos esperan en los exteriores de la morgue para que les entreguen los cuerpos de los reos asesinados hoy en Guayaquil (Ecuador). Amparadas por el decreto de excepción decretado por el presidente Guillermo Lasso, las Fuerzas Armadas de Ecuador llevan a cabo desde esta madrugada una operación para requisar armas en la penitenciaria del litoral, donde el martes fueron asesinados 116 reos en una brutal ola de violencia entre bandas. EFE/ Marcos Pin

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