Guayaquil, Ecuador
Tuve la suerte de conocer a Dale Carnegie muy joven, cuando siendo adolescente curioseaba entre los libros de mis hermanas. Carnegie fue un estadounidense, escritor de libros que tratan sobre relaciones humanas y comunicación eficaz, y resultó ser una gran ayuda para mí.
Su libro «Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida» me ayudó mucho a superar mi terror a los ladrones. Desde muy chiquita yo me había autonombrado encargada de la seguridad familiar, y todas las noches solía revisar que estuvieran bien cerradas todas las puertas y ventanas y de supervisar que todo esté en orden cada vez que mi perro ladraba.
Debo decir en mi descargo que una vez vi como unos delincuentes caminaban por el muro que separaba nuestra casa de la del vecino, en el sur de Guayaquil, llevándose cosas. Otra vez agarraron a uno en fraganti en mi patio. Dale Carnegie logró, citando la Ley de las Probabilidades, hacerme entender que si no habían robado en mi casa en los últimos cinco años, el peligro de que eso ocurriera era muy pequeño, y con eso contribuyó muchísimo a calmar mi ansiedad y a mejorar mi sueño.
Carnegie tenía excelentes consejos como estos:
Cinco consejos para vencer las preocupaciones:
#1. Ocúpate del ahora.
#2. Analiza las situaciones de forma realista.
#3. Mantente ocupado.
#4. Coopera con lo inevitable.
#5. No te preocupes del pasado.
Los libros de Carnegie son el resultado de unos cuadernitos que escribió para los alumnos de los cursos que daba, pero terminaron siendo un enorme éxito de ventas. Recuerdo que decía que era uno de los más sorprendidos autores que había en el mundo.
Justamente estos días me vino a la memoria algo que dijo él sobre un tema que me intriga. No soy nada adicta a las redes sociales, no necesito saber qué comen las estrellas de cine en el desayuno, no tengo Twitter y no siento la necesidad de cotillear sobre los demás.
Por eso me interrogo sobre por qué puede resultar tan divertido insultar a otros, ridiculizarlos o amenazarlos, como parece ahora tan común en Twitter. ¿Qué morbosa satisfacción puede obtenerse de burlarse de una persona que tiene una enfermedad, un defecto físico, o que simplemente comete un error?
Se me ocurre que talvez se trata de ese mecanismo humano de proyección que hace que veamos en el otro los defectos que odiamos en nosotros mismos. Un mecanismo que se puede describir como «Atribúyele tus faltas al vecino y te verás libre de ellas».
Me pregunto cómo puede un ser humano tolerar la avalancha de negatividad que nos llega de las redes. Recuerdo haber leído a la preciosa y talentosa Megan Fox decir que si quieres encontrar razones para suicidarte, debes leer lo que han escrito sobre ti en Twitter.
Pienso que existe algo mejor que toda esa negatividad, y de lo que también somos capaces como seres humanos: la empatía, la generosidad, la corrección fraterna, la solidaridad, la cortesía, las buenas maneras.
Dale Carnegie citaba el ejemplo del explorador Richard Byrd, un contralmirante estadounidense conocido por sus audaces vuelos sobre la Antártida, que permitieron conocer mejor la configuración geográfica del continente helado. De este hombre, lleno de condecoraciones, que perdió varios dedos congelados por el frío, y que pasó un año entero solo, realizando sus investigaciones, se decía que estaba «dándose la gran vida, haraganeando en el Ártico». Para Dale Carnegie, si Byrd hubiera tenido un puesto de oficina en alguna empresa común y corriente, no hubiera despertado toda la ola de odio que provocó.
Muchas veces «una crítica injusta es en realidad un cumplido disfrazado». Si estás recibiendo una oleada de insultos en Twitter u otras redes sociales, probablemente estás haciendo algo importante, porque como dice el refrán: «nadie le pega a un perro muerto». Quizás hayas llegado a una posición a la que muchos quisieran llegar. Puede que solo se trate del viejo argumento de la fábula de la luciérnaga y el sapo. «Por qué me tapas», preguntó la luciérnaga al sapo. «Por qué brillas», respondió este, envidioso.
En estos casos, Carnegie recomendaba abrir el paraguas y dejar que caigan sobre uno la lluvia de críticas. Y citaba una frase de Robert Bloch: «Podrán romperme los huesos con palos y piedras, pero no han de dañarme las palabras de otros“, decía.