El extraordinario viaje de dos hermanos

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

Casi como un retrato de la Ilíada o la Odisea, el escritor y sociólogo Carlos Arcos Cabrera narra algo más que una historia de un viaje épico. «El miedo hacía presa de los que iban por primera vez, mientras que los que ya habían hecho aquella travesía dábamos alaridos de fingido terror». Si alguien dijese que es viable evidenciar toda una novela en una sola frase, Arcos Cabrera nos muestra que es posible con esta idea del primer capítulo de su nuevo libro Un día cualquiera.

La novela nos lleva al fascinante 1517.  En ese año, Francisco Hernández de Córdoba llega al actual estado mexicano de Campeche. Pasan 25 años desde el Descubrimiento de América y la concepción del mundo cambia, desde un punto de vista religioso como geográfico. En 1517 también es un año importante para la literatura pues se publica Reglas de ortografía española de Antonio de Nebrija que es uno de los humanistas más importantes de España. Además, el Imperio otomano derrota a los Mamelucos lo que causa que Egipto, Siria, Jordania y Arabia se unan en uno solo. Bajo esta perspectiva es muy curioso el título del libro Un día cualquiera cuando en ese año ocurrieron, históricamente, muchas cosas en concreto.

La gran novela de Carlos Arcos Cabrera se centra en dos hermanos: Diego y Francisco de Arcos que siendo judíos buscan borrar su pasado para evitar caer en las manos del Santo Oficio. Pero es Francisco quien decide emprender el viaje y narra, con precisión histórica, la conquista de México, Cuba y Guatemala. Una década después, Francisco regresa a Sevilla y descubre que Diego igual ha partido hacia las Indias. Al regreso de Diego, sin mayores aventuras, se encuentra con Francisco. Es así como el escritor retoma esta idea de la Ilíada como un viaje primerizo que de hecho en la Odisea se vuelve más épico. Carlos Arcos Cabrera, de esta manera, recrea lo que implica la narración heroica más allá de una nueva aventura que involucra, por sobre todo, el poder y el oro, algo que Diego prometió a Catalina y a su hija Isabel como una encomienda que se vuelve heredable. Eso nos puede recordar cuando Patroclo le aseguró a Helena que regresaría a Ítaca, pero siendo un ser nuevo, prácticamente un conquistador, alguien a quien los dioses le encomendaron un viaje de peligros, pero también de un descubrimiento personal (este hecho fue narrado en la novela La canción de Aquiles de la norteamericana Madeline Miller).

En 1511, Hernán Cortés ya logró conquistar Cuba y para 1518 ya se asienta en tierras mexicanas. Sobre estas proezas, Miguel de Cervantes en el Quijote señala: «¿Quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?». Un día cualquiera es en sí mismo ese hoyo en los navíos españoles, que con una novela más allá de ser histórica posee rasgos muy críticos a los hechos desde la sociología (no en vano la narración empieza en primera persona). Si bien, el «yo narrador» no es necesariamente el «yo autor», sí que la manera de hilar la historia le invita al lector a un estado de acercamiento muy consciente de los hechos de aquella época.

Las novelas ecuatorianas también tienen esa capacidad de viaje, no sólo a otros territorios sino a los de otros y en otras épocas. Santiago Posteguillo nos mostró el camino de lo antiguo. Carlos Arcos Cabrera también se vuelve consciente —con esta novela— sobre lo que implica la identidad. Un tema tan polémico y debatido que es imposible darle una respuesta concreta. En ese sentido, Un día cualquiera no es, para nada, una obra más ambientada en el contexto del Descubrimiento de América sino es la gran obra ambientada en esos años. El Renacimiento saluda muy agradecido a Arcos Cabrera por volverlo actual e inmortal.          

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