El señor Ándersson Boscán y el arte de injuriar

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

En su ensayo “Arte de injuriar”, Jorge Luis Borges narra (atribuyéndolo a De Quincey) que a un caballero, en una discusión teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó, sino que, tras secarse el rostro, replicó: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”.

Lo he recordado después que el señor Ándersson Boscán respondiera, llamándome algo así como “lamebotas presidencial”, “fracasado vocero”, o acusándome de que a mi familia nunca la ha perseguido nadie (?), tras la publicación de un artículo mío en que postulo que su afirmación de que las Fuerzas Armadas del Ecuador son la peor mafia que existe en el país, es falsa.

A día seguido, mi antiguo amigo Luis Eduardo Vivanco sale, lanza en ristre, en defensa de su fiel escudero, acusándome de “xenófobo, servil y mediocre”.

Debo dejar constancia que es Vivanco, y no yo, quien introduce en la discusión la nacionalidad extranjera del señor Boscán. Y que no deja de maravillarme que precisamente Vivanco, quien nunca ha dirigido nada que no haya fundado él mismo, o que pertenezca a su familia, me describa a mi como “mediocre”.

Pero quiero detenerme brevemente en la calidad de “servil” que ambos me atribuyen; como si servir en defensa de una institución histórica como las Fuerzas Armadas fuera un demérito. El señor Boscán pretende responder a mi supuesto argumento de que él defiende los intereses de la mafia, espetándome que yo, en cambio, soy un “lamebotas presidencial”, esto es, que he sido leal a un gobierno democrático, a mi juicio, el más honroso de los últimos veinte años.

El señor Boscán sospecha que lo he llamado “vendido a la mafia” y pretende injuriarme acusándome de que yo, por el contrario, he servido a las mejores causas de este país.

Vituperar al contrario, ahorra el esfuerzo de refutar sus argumentos. Pero Borges sostiene que, además de reemplazar el verdadero punto a discutir (por ejemplo, debatir sobre si soy o no un fracasado en lugar de centrarnos en si existen indicios reales para afirmar que las Fuerzas Armadas son realmente una mafia) la injuria, para realmente convertirse en tal, superando la categoría de mera respuesta de verduleras, debe además ser memorable.

El objetivo no es solo denigrar, sino que la ofensa se recuerde siempre. El “insolente recadero de la oligarquía”, pronunciado a fines de los setenta por el presidente Jaime Roldós en contra del entonces diputado opositor León Febres Cordero, quedó grabado para siempre en la memoria histórica de la nación. O como cuando el honorable legislador Carlos Julio Arosemena Monroy, también expresidente de la República, en el mismo pleno del Palacio Legislativo, increpara a otro diputado llamándolo “catador de urinarios”.

Nadie como Montalvo, quien en sus Catilinarias contra Veintemilla, elevó la injuria a género literario. O en tiempos más recientes, el gran Alejandro Carrión, quien llegó a popularizar el nombre del legislador velasquista Liborio Panchana como sinónimo que servía para describir a los legisladores vendidos al gobierno.

Sería como si alguien sugiriera llamar “un boscán” a los periodistas irresponsables o acusados, por ejemplo, de recibir pauta de organismos como la Contraloría de Pablo Celi. O a los que debiliten con injurias a las instituciones que deben defendernos de la mafia. Boscán. Dícese de los periodistas irresponsables, pauteros, o quintacolumnistas. Pero no se me ocurriría hacerlo. Sería descender a un albañal y además perder el tiempo.

  • Carlos Jijón, exdirector de LaRepública, ha sido Consejero de Gobierno del Presidente Guillermo Lasso hasta el 31 de marzo de 2022. Antes fue Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de las Américas en Quito. Empezó a ejercer el periodismo en 1982, ha dirigido el noticiero «Televistazo», de la cadena Ecuavisa, y «24 Horas» de Teleamazonas. Antes fue reportero de la revista Vistazo durante quince años, y luego Editor Político del Diario Hoy, donde ejerció también como Defensor del Lector. Tiene a su haber dos Premios Jorge Mantilla Ortega, entregados por el diario El Comercio y un Premio Eugenio Espejo, por la Unión Nacional de Periodistas.

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