El pájaro azul entra en una nueva etapa

Yoani Sánchez

La Habana, Cuba

¿Volará más alto o se estrellará contra el suelo? La pregunta sobre el futuro de Twitter llevaba tiempo rondándonos, pero tras el anuncio de que Elon Musk compró la red social por aproximadamente 44.000 millones de dólares, la interrogante ha ganado fuerza. No se trata solo de un espacio virtual para famosos y políticos, sino también es el altavoz y escudo protector de miles de activistas y periodistas en el mundo.

Desde hace 14 años tengo una cuenta en el pájaro azul, me sumé en el verano de 2008 cuando ya el legendario tuit de Jack Dorsey, en el que escribió «Just setting up my twttr», era reverenciado como la rama inicial de un nido que podía cobijarnos a todos. Desde entonces, primero con 140 caracteres y luego con los actuales 280, su trino me ha salvado de algunos horrores y me ha ayudado a contar mi país.

La primera vez que la prensa oficial cubana mencionó a Twitter la definió como «una tecnología creada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés)». Como ante todo fenómeno nuevo, los propagandistas del castrismo abrieron fuego contra algo que no entendían pero que creyeron efímero. Su rechazo por un lado y la necesidad de activistas y periodistas independientes de tener una herramienta de publicación inmediata, por otro, marcaron el vuelo sobre la Isla de aquellas alas azules.

Twitter tuvo un carácter contestatario desde los momentos iniciales en que comenzó a ser usado por los cubanos. Cuando la Plaza de la Revolución comprendió su verdadero alcance, ya los grupos opositores, los medios alternativos y los ciudadanos más críticos llevaban meses o años publicando tuits. Entonces el Partido Comunista de la Isla desembarcó también en la red de la que hasta hacía poco renegaba.

¿Volará más alto o se estrellará contra el suelo? La pregunta sobre el futuro de Twitter llevaba tiempo rondándonos, pero tras el anuncio de que Elon Musk compró la red social por aproximadamente 44.000 millones de dólares, la interrogante ha ganado fuerza. No se trata solo de un espacio virtual para famosos y políticos, sino también es el altavoz y escudo protector de miles de activistas y periodistas en el mundo.

Desde hace 14 años tengo una cuenta en el pájaro azul, me sumé en el verano de 2008 cuando ya el legendario tuit de Jack Dorsey, en el que escribió «Just setting up my twttr», era reverenciado como la rama inicial de un nido que podía cobijarnos a todos. Desde entonces, primero con 140 caracteres y luego con los actuales 280, su trino me ha salvado de algunos horrores y me ha ayudado a contar mi país.

La primera vez que la prensa oficial cubana mencionó a Twitter la definió como «una tecnología creada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés)». Como ante todo fenómeno nuevo, los propagandistas del castrismo abrieron fuego contra algo que no entendían pero que creyeron efímero. Su rechazo por un lado y la necesidad de activistas y periodistas independientes de tener una herramienta de publicación inmediata, por otro, marcaron el vuelo sobre la Isla de aquellas alas azules.

Twitter tuvo un carácter contestatario desde los momentos iniciales en que comenzó a ser usado por los cubanos. Cuando la Plaza de la Revolución comprendió su verdadero alcance, ya los grupos opositores, los medios alternativos y los ciudadanos más críticos llevaban meses o años publicando tuits. Entonces el Partido Comunista de la Isla desembarcó también en la red de la que hasta hacía poco renegaba.

Aquel arribo de las huestes oficialistas a la red estuvo marcado por las consignas repetidas con formalidad y cero espontaneidad, la creación de bots que se dedicaban a acosar a los disidentes y el avituallamiento de todo un ejército de ciberpolicías que supervisaban quién se pasaba de la raya con las críticas al Gobierno. Tales prácticas han sido detectadas por el gigante de San Francisco que ha respondido, con frecuencia, con suspensiones de cuentas apócrifas y otras amonestaciones por amenazas oficiales contra ciudadanos indefensos.

La historia que acabo de contar se repite en casi cualquier país bajo un régimen autoritario, con algunos ejemplos extremos como el de China, donde Twitter apenas puede decir ni pío debido a la férrea censura imperante en la nación asiática. Otras dictaduras, además, han pasado del rechazo inicial a un intento de utilizar el servicio para sus fines de propaganda e intimidación. Con el nuevo cambio de propietario de la empresa, la gran pregunta es si les será más fácil su objetivo a estos modelos tiránicos o, por el contrario, no podrán seguir con sus sucias triquiñuelas digitales.

El hombre más rico del mundo se enfrenta ahora a un desafío. Ha prometido que hará de Twitter un espacio «mejor que nunca» para la libertad de expresión, pero ha adquirido el mundo virtual donde habitan más de 300 millones de identidades, muchas reales y otra buena parte apócrifa o declaradamente ficticia. Más allá de las celebridades, los multimillonarios y los presidentes, la duda que tenemos los usuarios más vulnerables es si el pájaro azul seguirá llevando nuestra voz lejos: hasta las alturas en que un breve tuit pueda detener el golpe, abrir los cerrojos de una celda o impedir el tiro de gracia.

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