La literatura japonesa se lee con toda el alma

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

«No es cierto que los gatos nunca se rían. Los seres humanos se equivocan al pensar que son las únicas criaturas capaces de hacerlo.»

Natsume Sōseki

Los peces koi son capaces de nadar por los canales en la ciudad de Shimabara, ubicada en la isla de Kyūshū, Japón. Las más bellas novelas japonesas acogen múltiples referencias a su cultura y por ende al budismo. El sintoísmo es traducido como «el camino de los dioses». En la cultura japonesa convergen el budismo, el confusionismo (heredado de China), lo zen y el taoísmo. Por ello, la riqueza en este tipo de narración es inmensa y debe leerse humanamente, es decir con toda el alma, citando a Harold Bloom.

Las páginas de múltiples novelas, pero sobre todo en obras como A veces oigo la voz del agua (水声: Suisei) de Hiromi Kawakami o El año de Saeko (船泊まりまで: Funadomari made) de Kyoichi Katayama, poseen una fuerza en tanto a lo que implica el amor, la vida de hermanos, la soledad, el matrimonio, el sexo, el erotismo y la tragedia. A veces oigo la voz del agua y El año de Saeko, son narraciones que se centran posterior a la llamada baburu keiki, o el boom de la burbuja que fue la fuerte burbuja hipotecaria que generó una crisis económica casi sin precedentes (sólo comparada con la que generó el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki en 1945) en 1986 y que finalizó en 1991, con la terminación de la era Shōwa tras la muerte del emperador Hirohito.

La baburu keiki es vista como una tragedia tanto por Kawakami como por Katayama en un sentido de poner a prueba el lazo matrimonial y familiar. El sintoísmo enfatiza los valores como la pureza, la armonía con la naturaleza y la sinceridad. La parte confusionista posee un aspecto de respeto a los ancestros y el honor que contempló el código samurái o llamado «el camino del guerrero», es decir, el bushidō. A este concepto se uniría El gato que venía del cielo (猫の客: Neko no Kyaku) de Takashi Hiraide, que logró deslumbrar al Premio Nobel de Literatura, Kenzaburō Ōe.

En A veces oigo la voz del agua la vida se centra en la relación de hermanos entre Ryo y Miyako y una familia un tanto «disfuncional». Donde ellos incluso posen un amor más fuerte que el de la hermandad y una atracción profunda. Un hilo que conduce al matrimonio de Shun’ichi y Saeko en la obra de Katayama donde Shun’ichi se aficiona por fotografiar gatos, algo que su mujer (Saeko) lo ve como un extraño pasatiempo. Justamente, en otra obra, será un gato de nombre Chibi (literalmente “pequeño”) lo que salvará al matrimonio. Pues gracias a Chibi se demostrará que el ser humano posee máscaras para ocultar sus deseos e intenciones, la tesis que también la manejó Yukio Mishima en su novela Confesiones de una máscara (仮面の告白, Kamen no kokuhaku).  

Leerlos es nadar como un pez koi entre la tranquilidad y la vorágine de la cotidianidad. Haruki Murakami en Kafka en la orilla (海辺のカフカ: Umibe no Kafuka) puede transmitir sentimientos de dolor a través de gatos despellejados por el misterioso y sádico Coronel Sanders y luego en 1Q84 (いちきゅうはちよん: Ichi kyu hachi yon, 1984) narra de un pueblo habitado sólo por estos felinos que hablan y se comunican entre sí, con el fin de demostrar cómo funciona la sociedad.

En Japón el gato es una animal místico y protector. Su rol es distinto al del kistsune (狐) que es un espíritu en forma de zorro que cuida aldeas y bosques. El gato es además una figura de inocencia y de genio. El maneki neko (招き猫) es un gato que llama la fortuna y la prosperidad y es un objeto recurrente en las novelas murakamistas y es un objeto que se vende en múltiples tiendas.  Lo animal cobra una relevancia importante en las obras japonesas por el poderoso simbolismo que éste posee.  Por ello cobra gran relevancia Soy un gato (吾輩は猫である) de Natsume Sōseki. A través de un narrador en primera persona, Sōseki logra contar toda una novela desde la perspectiva de un gato que se burlará de la aristocracia japonesa de inicios del siglo XX.

Los conceptos y la genial (y potente) narrativa de una novela breve como La casa de las bellas durmientes (眠れる美女, Nemureru bijo) del Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata se centra en Eguchi, un hombre al que la ancianidad le genera conflicto sobre todo por un gran sentido de soledad y busca en la posada de una misteriosa mujer madura, dormir con mujeres bastante menores a él que han sido previamente narcotizadas, con el compromiso de no mantener relaciones sexuales con ellas. Pero, Eguchi justamente en la Casa de las Bellas Durmientes recordará su vida sexual pasada como un recuerdo de su juventud distante…

La narrativa japonesa invita al lector a tener un control (si puede) de sus emociones. Es posible sentir un cálido pelaje de un gato o el frío abrazo de la soledad y el pesar. Cuando Banana Yoshimoto escribió su extraña novela Kitchen (キッチン), Mikage la joven protagonista, tras la muerte de su abuela, con la que vivía en la misma casa, decide que es el único lugar donde se sentiría segura es la cocina y que dormiría junto a la nevera. Hasta que, por un milagro, aparece Yuichi, un apuesto y misterioso joven que le invita a que vaya a vivir con su madre Eriko. Eriko en realidad no es su madre, sino su padre transvestido como su esposa luego de que ésta muriera, una evocación a lo que implicó Psicosis de Robert Bloch: la transformación de un hombre a un ser amado que partió.  

La conjugación de sueños y pesadumbres de un androide —como los de la Amiga Artificial Klara protagonista de Klara y el Sol deKazuo Ishiguro que en su mente artificial logra comprender el comportamiento humano y así no poder ganarle al hecho de ser desechada como cual quiere objeto y regresar a la melancólica tienda de la que fue comprada a pesar de demostrar su humanidad— a las Notas de Okinawa de Kenzaburō Ōe, que narra cómo en 1945, las tropas imperiales ordenaban que cada hombre, mujer o niño se suicidara antes que caer en manos enemigas, precisamente como un derivado del bushidō, exploran realidades sociales aún más profundas y espirituales pero también llenas de maldad.

Así, queda demostrado que la literatura, sobre todo la japonesa, posee alma, que casi una sola idea puede traducirse en muchos campos, para bien o para mal. La novela trasgrede, cuestiona, retrata y desmiente, incluso puede generar conflictos a quien la lee. Las múltiples tramas expuestas hacen un breve recorrido, no sólo de un Japón místico e ilustre, sino pesaroso y meditabundo, donde la juventud es atesorada y la vejez es símbolo de respeto, pero ambas son solitarias en sus distintos grados. La verdad es que cada obra y su autor sorprende y fulgura con brillo propio.

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