¿Y el resto?

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Muy temprano en la vida se aprende que el “lobo solitario” es una excepción y generalmente una ficción. Que el ser humano funciona en manada, en “jorga”, para que le resulten las cosas con el menor riesgo posible. Que las hazañas, por individuales que parezcan, tienen siempre un trasfondo compuesto por muchos héroes anónimos sin los cuales el éxito sería imposible.

De igual manera, cuando un delito se comete, es menester reconstruir la filigrana que compone el hecho para hallar a los cómplices.

Los franceses, finos conocedores del alma humana, acuñaron la frase “chercez la femme“ (busquen a la mujer) para graficar la necesidad de buscar un cómplice detrás de algún acto delictivo. Y es que el entorno es muy importante. Si es sano, es muy difícil que un novato se salga con la suya. Si por el contrario el entorno es permisivo, lo más probable es que las corruptelas sean el signo de la organización y sus componentes parte del perjuicio a la comunidad.

El vil metal, fin último de la corrupción, se mueve sigilosamente a través de off-shores, evasión de impuestos, comisiones y remuneraciones ocultas que son auspiciadas por las principales autoridades de la entidad, pública o privada.

Lo que resulta cruelmente divertido es que la complicidad es sólida y consistente cuando beneficia a los de arriba, y dura e implacable cuando es descubierta y los pone en evidencia. Allí es imprescindible buscar un chivo expiatorio para impedir que el barco se hunda.

Los cómplices y encubridores de ayer se miran horrorizados y toman distancia del paria, incapaces de reconocer su responsabilidad en el delito, y niegan cualquier relación con el reo, aterrorizados por el solo riesgo que pueda hablar y desencadenar un derrumbe cuyos efectos los desnude ante el público.

Pero si hay la paciencia para armar el rompecabezas, resultará siempre que la ficha faltante es la de arriba, la del responsable de que las piezas se ensamblen sobre la mesa, sea por presencia o por ausencia.

Los innumerables casos de corrupción que hoy afectan al Ecuador son un claro ejemplo de lo antes descrito. La complicidad al más alto nivel es la que auspició, permitió y santificó el saqueo a las finanzas públicas, más aún cuando el país asistía absorto a las increíbles explicaciones de su presidente ante los innegables casos de corrupción que empezaban a aflorar en su gobierno.

“Acuerdos entre privados” , “Los corruptos siempre fueron otros“ , “No lo conozco“, fueron algunas de las perlas que hoy retumban en la memoria mientras la élite de la Revolución Ciudadana huye de la justicia y el dinero de la corrupción de Odebrecht aparece en los bolsillos de quien debía haber sido el custodio del dinero de todos.

Glas, el tesorero, debe retornar a la cárcel donde pertenece. Pólit, el de la limpieza, debe revelar los nombres de todos los que permitieron el regreso de Odebrecht al Ecuador a pesar de las sanciones en su contra para beneficiarse de sus sobornos. La justicia debe acelerar sus investigaciones contra estos delincuentes y el capo de la mafia debe ser exilado no únicamente del País sino de los medios y la opinión pública mientras no reconozca su grado de responsabilidad en la tramoya de corrupción que caracteriza a su infortunado paso por el poder.

El quedarnos con los chivos expiatorios y no atacar al meollo de la corrupción es quedarnos en la superficie. Es indispensable levantar el manto de complicidad que permitió este atraco a manos llenas y sancionar a perpetuidad a los actores, cómplices y encubridores de este vergonzoso episodio de nuestra vida republicana.

El mensaje final de impunidad y la admonición: “Robar al Estado está bien. Lo grave es que te trinquen” debe ser borrada de la cultura popular y substituida por el respeto y civismo como normas de conducta nacional para poder avanzar en la fundación de un nuevo País.

El exvicepresidente Jorge Glas, tras su salida del Penal de Latacunga, el 10 de abril de 2022.

Más relacionadas