Pancho Huerta

Édgar Molina Montalvo

Quito, Ecuador

Acaba de morir a los 82 años. Yo era un año mayor. Lo recuerdo desde la fulgurante década sesenta del siglo XX. La Revolución Cubana, el Che Guevara, las calles del Barrio Latino de París pintadas con las consignas de Marcuse: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Pancho Huerta era la imagen de lo que luego descubriríamos se llamaba carisma; esa capacidad de atraer a las personas con su presencia, su personalidad.

Alto, de movimientos seguros, de sonrisa fácil. Su inconfundible pronunciación costeña caracterizada, fundamentalmente, por una excelente dicción. Como orador, se empeñaba en dejar claras sus ideas. Fue dirigente estudiantil, estuvo en la FEUE y se inició en los carcelazos con la primera dictadura a la que se enfrentó nuestra generación, del 63 al 66. Al retorno constitucional, alineamos nuestras identidades en las campañas presidenciales. Apoyamos juntos al candidato liberal Andrés F. Córdoba, en 1968.

En la década del setenta, Pancho fue alcalde de Guayaquil y, con el advenimiento de las dictaduras, vivió el exilio en Costa Rica y el confinio en el Oriente ecuatoriano. También durante esa década se fueron madurando las diferencias generacionales y enfoques ideológicos. En el liberalismo ese proceso produjo el surgimiento de tres partidos: La Izquierda Democrática, liderada por Rodrigo Borja, el Partido Demócrata, por Francisco Huerta Montalvo, y el Frente Radical Alfarista (FRA), por Abdón Calderón Muñoz.

La dictadura convocó a elecciones para julio de 1978 y los tres anunciaron su candidatura presidencial. Al frente de los sondeos estaban las candidaturas de Sixto Durán Ballén, por la derecha, que contaba con la simpatía de la dictadura. Y la de Jaime Roldós, sostenida por la poderosa organización populista Concentración de Fuerzas Populares (CFP), controlada por Assad Bucaram, que dominaba Guayaquil. A la contienda también se sumó Rene Mauge, por el Partido Comunista.

La campaña empezó bajo los lineamientos de una nueva Constitución, aprobada en plebiscito. Aparentemente, Pancho tenía amplia ventaja, por su imagen, y antes de la inscripción ya muchos le veían puesta la banda presidencial.

Asuntos profesionales me llevaban con frecuencia a Guayaquil y en ocasiones visitaba a Abdón Calderón en su Oficina del Edificio Gran Pasaje, en la 9 de Octubre. Ahí coincidimos con Pancho algunas veces, pues era muy cercano a Abdón por la cepa liberal. Ambos deseaban tenerme en sus filas. Yo pensaba que debían unirse.

En Quito, Pancho Huerta tenía el respaldo de un amplio grupo de profesionales jóvenes, contactados con provincias, que le acompañaban en sus recorridos. Frente al electorado su carisma le daba un aire triunfador. Una mañana coincidimos en la playa de Atacames; al poco tiempo me envió el mensaje, con un amigo mutuo, de que me una a su campaña, que ya estaba a galope. Quedamos en que nos reuniríamos en Quito.

Efectivamente, pocos días después vino a mi oficina, y entre otras cosas, me conversó que estaba tratando de promocionar la difusión de un programa didáctico de televisión, llamado Topo Gigio, y que la Fundación Fedesarrollo, que él presidía, era la representante en el Ecuador. El programa había sido difundido ya en varios países. La mención quedó como una información de sus actividades, sin mayor importancia.

Días después recibí una llamada de Abdón Calderón, quién urgía mi presencia en Guayaquil, asegurándome que tenía un asunto de enorme interés para mí. Pensé que tal vez me iba a conectar con un cliente, para algún trámite en Quito. Llegué a Guayaquil en el último vuelo. En la oficina de Abdón había una mesa muy grande, que solía estar llena de carpetas. Me sorprendió ver que estaba vacía, excepto por dos registros oficiales en el centro.

Sabía que él tenía el hábito de leer las publicaciones del Registro Oficial, que era la fuente de sus denuncias. Me dijo: doy por descontado que conoces la Ley de Elecciones, que está en el un registro oficial, y quiero saber qué opinas del contenido subrayado que consta en el otro registro. Me centré en el subrayado y de pronto leí el nombre Francisco Huerta Montalvo. Era el contrato entre una entidad estatal y Fedesarrollo, en cuya representación firmaba Pancho como presidente de la misma, para la difusión del programa de televisión. Lo releí dos veces y no había duda. Al firmar un contrato con una entidad del Estado, Huerta se descalificó como candidato. 

La primera vuelta se dio en julio de 1978 y la segunda en abril de 1979, que la ganó Jaime Roldós. La marginación de la elección fue un duro golpe para Pancho Huerta y sus simpatizantes, pero este hecho no implicó la cancelación de sus perspectivas políticas. Él siguió adelante, con la organización de su partido, que finalmente desapareció.

Su participación y sus pronunciamientos sobre el acontecer nacional eran permanentes. En varias oportunidades fue llamado a conformar gabinetes de Gobierno y representaciones diplomáticas. Además, constituía elemento consagratorio en comisiones de investigación, como ocurrió en torno al bombardeo de Angostura y los hechos de corrupción en la administración pública que develaron la penetración en los mandos de Seguridad.

Él lo denunció en forma categórica, por las relaciones con el narcotráfico. Todo eso construyó en la personalidad de Pancho Huerta la imagen de una autoridad moral. En los albores del siglo XXI su voz encarnaba la defensa del interés público. Su última gestión fue desde la trinchera periodística, que constituyó la consagración última y definitiva de su compromiso con la defensa de los derechos de los ciudadanos y las esperanzas del país. Lo recordaremos así, después de cumplirse un mes de su partida.

Pancho Huerta.

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