¿Se necesita título para ser periodista?

Samuel Uzcátegui

Nueva York, Estados Unidos

La visión de un título como la única y exclusiva forma de considerar a alguien calificado en un arte, como lo es el periodismo, es más que simplista y se salta muchas conversaciones relevantes.

El periodismo, en su forma más pura, nace de una necesidad de comunicar que cualquier persona puede tener. De un ansía de compartir, bajo cualquier vía de expresión, aquello que sentimos debe saberse. Esa pasión y esa convicción se puede vivir con la misma fuerza y entereza sin necesidad de haber cursado una carrera.

La profesionalización del periodismo es más que excelente y algo que debe celebrarse, sobre todo si las aulas están cada vez más abarrotadas de estudiantes. Pero debe ser visto tan solo como un camino que se puede tomar para ser periodista, mas no el único, ni necesariamente el mejor.

Quizás los puritanos del oficio y aquellos que han dedicado su vida a la academia están de acuerdo con que se requiera un título para ejercer.

Al fin y al cabo, la lógica lineal nos pacta un camino sencillo; aquel que haya pasado por las aulas, tiene los aspectos técnicos pulidos y está en mejor posición que aquel que no lo ha hecho. Es una mejor manera de filtrar, también, ya que en tal época de sobre-información, donde cada persona que transita el internet puede ser un medio de comunicación, no todos tienen los escrúpulos definidos para comunicar de una forma responsable. Pero tampoco se les debe cerrar la puerta.

El periodismo no puede ser exclusivo ni elitista al punto de solo dar voz a aquel que está titulado. Puede haber voces valiosas sin título, que no pueden ser puestas en mute solo porque no tuvieron la oportunidad de ingresar a educación superior.  

Cuando estaba cursando mis estudios de periodismo en la UDLA, que, alerta de spoiler, no terminé, tuve varias veces este debate con mis docentes. Quizás estaba presagiando involuntariamente, ya que yo terminaría siendo uno más de esos que quieren ser periodista sin tener el cartón mágico. Debatíamos basándonos en la Ley Orgánica de Comunicación del Ecuador, que establece diferentes normas para el periodismo en el país, y pacta en el artículo 42 que para ejercer la profesión en el país se debía ser profesional en la materia.

Para mí, esto era hilarante. Incluso estando en un salón rodeado con otras 30 personas que buscaban profesionalizarse en el periodismo, incluyéndome. ¿Qué me causaba tanta gracia? Que la mayoría de los referentes que habíamos estudiado hasta ese punto de la carrera, no serían periodistas “profesionales” bajo los estatutos de la ley.

¿Gabriel García Márquez? Empezó a estudiar derecho y nunca se graduó. Truman Capote tampoco lo hizo. Martín Caparros estudió historia, al igual que Ryszard Kapušcinski. Rodolfo Walsh estudió letras y no terminó sus estudios. Anderson Cooper es politólogo. Leila Guerrero estudió turismo. Y podría seguir ejemplificando de tal forma, ya que no son casos aislados. Todos estos referentes del oficio, que estudiábamos como un ejemplo de lo que podríamos llegar a ser, no siguieron el mismo camino en el que estábamos.  ¿Entonces qué hacemos con ese precedente? ¿Qué nos dice? ¿Por qué la necesidad de exigir un título cuando aquel que nos está enseñando a hacer periodismo no lo tiene?

Y podría continuar el cherry-picking y nombrar a periodistas con título que han contribuido a la decadencia de la profesión con su periodismo militante, su palangrismo y la banalidad con la que tratan la profesión, pero no es la base de mi argumento. Aunque sí cabe resaltar que, en estos casos, el título no representó nada. Pesó más la malicia y las ganas de figurar.

El mismo Kapuscinski decía que las malas personas no pueden ser periodistas. Un comentario que se presta a más ambigüedades, ya que el único tribunal moral que en este caso defina quién es bueno y quién es malo, es la corte de la opinión pública, que no siempre tiene buen juicio. Pero visto desde la esencia per se de lo que decía el periodista bielorruso, es más que cierto. El periodismo requiere de un sistema de valores fuertes que no necesariamente va a ser aprendido en las aulas.

Requiere de una nobleza y unas ganas desinteresadas de aportar al mundo a través de informar y/o analizar. De hurgar aquello que no está allí, de patear las calles y buscar aquel concepto tan abstracto de “la verdad”. De buscar debajo de las piedras y hasta en el lugar más recóndito por respuestas, y presentarla en el formato que más se considere acorde. Nunca abusando de la suntuosidad, pero si permitiéndose diferentes tipos de expresión que no necesariamente están marcados por la inmediatez o la urgencia de ser el primero. Y no por decorar o embellecer la información con el lenguaje, más por dinamizarla. 

Desde hace tiempo me preguntaba si al usuario, consumidor ávido o no, le interesa si aquel que escribió la crónica que leyó en la mañana está licenciado. O si su comentarista deportivo favorito pasó por sus respectivos 4 años. O si el anchor del noticiero sabe diferenciar entre connotación y denotación en semiótica. Si es algo qué pasa por su mente, o si el trabajo habla por sí mismo, y ese logos, esa calidad del discurso y del producto, es filtro suficiente. ¿Será que es el interés que pueden llegar a despertar tus productos periodísticos aquel que marca tu rol dentro del gremio? ¿Aquel que te excluye o te abraza?

Ojo, promover que no se necesite título no implica necesariamente que se bastardice la profesión. Y que tengamos periodistas que escriben sin saber en qué formato escriben, o sin saber qué recursos literarios están usando, o sin respetar todas las distintas normas deontológicas y reglas escritas y no escritas que los periodistas han desarrollado a lo largo de la historia para garantizar el pleno ejercicio. Pero todo esto puede aprenderse fuera de las aulas. O en su defecto, fuera de las aulas de comunicación social.

El periodismo es un arte, y caer en el romanticismo del oficio más lindo del mundo quizás es abusar, pero es una profesión vital para garantizar la democracia y la libertad, si es que eso es algo que alguna vez estará garantizado. Las aulas y la academia son buenas y respetables, pero soy de los que creen que otra forma más fresca del periodismo nace de lo empírico, como lo tuvieron que vivir nuestros más grandes maestros cuando el periodismo no tenía ese respaldo académico y la calidad del trabajo hablaba por sí sola.

Cuando no había institutos, ni escuelas de periodismo, ni la carrera era una opción tangible. Cuando solo había ganas de comunicar, y tenía que encontrarse el medio de alguna manera u otra. Soy de los que creen que en la disrupción se pueden construir las mejores cosas. Y que el periodismo es una profesión de la que más se aprende sobre la marcha. Haciendo. El periodismo se aprende haciendo.

Siempre habrá aquellos dispuestos a defender y cuidar esta profesión con las mejores intenciones, sea a capa y espada, a papel y lápiz o a computador y teclado. El periodismo, que cada vez se siente más en decadencia, necesita reinventarse y respirar. Encontrar mayores motivaciones para crecer y curarse como colectivo. Y la solución creo que aún nadie la tiene, pero definitivamente, no es la de cerrar la puerta a nuevos prospectos y entusiastas a los que la vida no les permitió estudiar. Y no lo digo por mí. Pienso también en todas las camadas de periodistas que recién se gradúan y la única esperanza que ven de poder ejercer a corto y mediano plazo es fundando sus propios medios por la falta de espacios y oportunidades.

Porque las promesas que el mágico pedazo de cartón debía cumplir nunca llegaron.

Los periodistas Fernando Villavicencio (c), Christian Zurita (i) y Cristina Solórzano (d), reciben este miércoles el Gran Premio Jorge Mantilla, en Quito (Ecuador). Un trabajo de «gran impacto periodístico, político y judicial» que desveló una de las tramas de corrupción que salpican este año al expresidente ecuatoriano Rafael Correa se ha hecho acreedor este miércoles del Gran Premio Jorge Mantilla, el más importante del periodismo en Ecuador. «Desembocó en la captura de una persona clave en el entorno del expresidente Rafael Correa y el enjuiciamiento penal de quienes se consideraban intocables para la justicia», escribió el jurado al conceder el premio a los periodistas Fernando Villavicencio, Christian Zurita y Cristina Solórzano. EFE/José Jácome

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