Los que hablan por nosotros

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

            Retomando con cierta libertad a Elizabeth Anscombe, podemos señalar dos formas de relacionamiento con la realidad (con lo que existe fuera de nuestro mundo interior). Una según la cuál tratamos de asimilarla para formarnos una idea de ella; y, otra por la que tratamos de transformarla, para que ella se asemeje a nuestra idea.

            En el primer caso, la inteligencia se adecúa al mundo. En el segundo, procuramos que el mundo se adecúe a la mente. Lo primero es lo propio del filósofo: por ejemplo, Aristóteles envía a sus discípulos a identificar las constituciones o formas de gobierno existentes en la civilización antigua, para estudiarlas y hacer su política. Lo segundo, en cambio, es sumamente artístico: pensemos en el autorretrato de Vang Gogh, que es la expresión de la idea que el artista tenía sobre sí mismo.

Son dos movimientos distintos: observar y transformar. Parece obvio, pero no lo es. A este propósito merece la pena traer a la luz lo escrito por Nahuel Michalski: “No creas en lo que piensas. Algún día descubrirás que la mayor parte de tus pensares no son tuyos; no te corresponden ni te pertenecen”. ¿Cómo se relaciona la afirmación de Michalski con las formas de interacción ante la realidad? Veamos.

Sucede que, a menudo, los discursos y razones en las que basamos nuestras posturas no distinguen entre la idea y la realidad. No es raro que tratemos a la verdad como si fuese un producto artístico, un coherente esquema prefabricado dentro del cual procuramos ajustar la realidad, a decir de Luigi Giussani.  Hacemos esto por practicidad, sí. Es imposible someter a escrutinio cada una de nuestras ideas para ver si coinciden con lo real.

Pero esta situación asciende a escala de conflicto cuando asignamos a nuestras ideas un valor inoponible, parámetro de la validez de todo conocimiento que se nos propone. Es entonces cuando existe “un otro hablando a tus espaldas”. Mientras la realidad es una, repetimos la narrativa (la construcción conceptual) coherente que otro ha desarrollado.

 Quien comprenda esto se dará cuenta un día, como dice Michalski, “en qué preocupante y cotidiana medida está siendo hablado por otro”. Pero, al mismo tiempo, esa conciencia es condición necesaria para quien quiere fundar su vida sobre la verdad, no sobre lo mediático, ni la opinión fabricada por uno u otro.

La fuente fundamental de consulta para el que quiere conocer algo (un objeto) es ese mismo algo (ese objeto) que se quiere conocer. Hay un germen de autonomía cuando empezamos a reconocerlo, para que la realidad misma valide nuestras premisas.

Dignidad y derecho.

Elizabeth Anscombe, filósofa británica.

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