Los especialistas

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Nos rodean por todos lados. Saben y pontifican de economía, política, salud pública, negociados, comisiones, etc. Señalan a los responsables con nombres y apellidos, aunque se trate solo de rumores que no pueden comprobar. Claman por justicia y sanciones, aunque sea sólo para llenar la hoja del día pero generalmente sin pruebas adjuntas. No queda títere con cabeza. Generalizan con una ligereza que espanta, calumnian sin medida, porque saben que de la calumnia algo queda. Para el resto por supuesto. Sin embargo, cuando se trata de probar sus asertos, callan y se escabullen.

Son los especialistas del escándalo, los que viven de la miseria humana, se refocilan en los albañales y lanzan desde cualquier tribuna su maledicencia.

Para ellos, la fanesca nacional se compone de correístas, narcotraficantes, delincuentes comunes y políticos sin distingo. Los relacionan, los estigmatizan, los señalan y los condenan. Cualquier acontecimiento se convierte en prueba plena de sus asertos. No importa que en el resto del mundo existan situaciones similares, producto de la delincuencia común, de las migraciones y sus riesgos, de la maldad innata de los seres humanos. En nuestro País, los culpables ya están señalados, y la responsabilidad del gobierno se da por descontada, porque tiene que prevenir, combatir y desarmar toda violencia antes que se cometa, y aún así será criticado.

Esta terrible incapacidad de analizar y dialogar sobre las causas reales de la descomposición social provoca una marea de rumores, medias verdades y angustia total en la población, convencida que vivimos en manos de la delincuencia a todo nivel y a cada momento. La experiencia individual es prueba suficiente para generalizar y alertar al público, la desafortunada actuación de algunos policías es prueba suficiente para enlodar a toda la institución, y así vamos minando todo el andamiaje de seguridad para substituirlo por nuestros temores y odios, amén de hacerles el juego a quienes quieren destruir el status -quo.

Pedir serenidad y ponderación es una empresa imposible para una sociedad ávida de nombres, agresiones personales, acusaciones infundadas, juzgamientos apresurados y resentimientos mal disimulados.

Todos los que nos incomodan son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Para demostrar nuestra tesis no importa cuanto tengamos que estirar la soga. Lo importante es vivir angustiados y a la defensiva ante cualquier riesgo, real o imaginario.

No importa que existan funciones y responsabilidades divididas y reseñadas en el ordenamiento jurídico del Estado. La responsabilidad la tendrá siempre aquel cuya autoridad nos molesta, sea cual fuere su cargo.

¿Será posible en algún momento lograr ponderación y serenidad para analizar los temas, sin el tropicalismo y la ligereza que nos caracterizan?

¿Podremos algún momento comprender que lo que tiene que prevalecer es la honestidad y no la filiación política? ¿ Que pillos hay en cualquier vertiente del espectro político ? ¿Que la corrupción no se erradica de palabra sino de obra, combatiéndola como compromiso de gobierno?

Es menester comprender que los logros son producto de un trabajo honesto y tesonero, mas no producto de un milagro demagógico y falaz.

Hay que serenarse y serenar al público, agobiado de tanto escándalo irresuelto e irresponsablemente creado, y centrarse en los temas de fondo que el País necesita para su desarrollo, a través de una información veraz, estudiada y pragmática, que privilegie la búsqueda de logros a mediano plazo sobre los escándalos inmediatos. Si queremos hacer Pais, no nos empeñemos en deteriorarlo con tanta podredumbre a flor de piel, con tanta calumnia sin fundamento, con tanta crítica destructiva.

Reflexionemos antes de difundir rumores alarmistas. Es nuestro aporte para lograr paz y entendimientos.

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