¿Seguiremos siendo espectadores?

Samuel Uzcátegui

Nueva York, Estados Unidos

Estás caminando por la calle en hora pico, rodeado de cientos de personas, cada uno en su mundo. De repente, un transeúnte se resbala y se lastima. Suenan par de carcajadas a lo lejos, uno que otro se preocupa, pero ninguna mano se extiende para ayudarle a pesar de que muchos pensaron en hacerlo. El hombre se levanta, se soba, pasa la vergüenza y sigue con su vida con un nuevo dolor para la colección. ¿Por qué nadie lo ayudó?

Esto tiene nombre, y se llama el efecto espectador. Es un fenómeno psicológico que implica que un individuo es menos propenso a ayudar a alguien cuando hay más gente presente a su alrededor. Se debe a una difusión de la responsabilidad donde, al haber otras personas involucradas, se crea una sensación de: “no voy a hacerlo porque alguien más lo hará”. Y si todas las personas creen que alguien más lo va a hacer, y ese alguien nunca llega, nos convertimos fácilmente en espectadores de tragedias día tras otro.

Porque el resbalón es un ejemplo común y tangible, pero el caso que dio origen al término es completamente diferente. En 1964, una bartender de 28 años llamada Kitty Genovese fue asesinada a puñaladas una madrugada enfrente de su casa, tras un ataque que tuvo dos partes. En la primera parte fue herida de gravedad, y los reportes de The New York Times dicen que 38 personas fueron testigo de sus gritos ahogados pidiendo ayuda. Pasaron diez minutos y el perpetrador volvió para terminar el trabajo, asesinándola ipso facto mientras que los vecinos, conscientes de haber escuchado y visto a una mujer pedir ayuda, seguían todos mirando por la ventana.

Ninguno llamó a la policía porque pensaban que otro ya lo había hecho, y ninguno fue a ayudar de cerca por temor a que les pasara lo mismo. En el 2004 surgieron dudas sobre la historia y el diario reculó, explicando que quizás había existido una teatrización de la información y que no había manera de probar exactamente cuantos testigos habían visto los hechos y que alguien si había llamado a la policía. Aun así, es el más antiguo y famoso caso referente a esta teoría psicológica.

El mes pasado en Italia, en la región de Marche, un hombre nigeriano de 39 años, Alika Ogorchukwu, fue perseguido y asesinado a mano limpia en plena luz del día por un ladrón mientras los testigos solo grababan. Y claro, en tal caso siempre existe el miedo de la retaliación, de tratar de jugar ser el héroe y salir lastimado, y esa es otra conversación. Lo que quiero traer a colación es como ser espectador y no actuar pensando en que alguien lo va a hacer por nosotros está más que presente en temas sociales y políticos.

Pasemos del micro al macro, la inacción por delegarle la responsabilidad a otro es algo de lo que fácilmente todos podemos ser responsables en temas ambientales. Sea por el tipo de ropa que usamos, por contribuir a la predatoria industria del fast fashion, por no ahorrar en electricidad, por no reciclar, por no pensar en aquel que tiene hambre, por no cuidar el agua. ¿De qué me sirve durar cinco minutos menos en la ducha si todos nos vamos a morir? Implica una desconexión total de aquello que necesita un esfuerzo nuestro, cuyos resultados no vamos a ver ni sentir de inmediato. Es un compromiso a sí mismo que es muy fácil de desvirtuar, ya que es algo cuyos resultados finales no vamos a alcanzar solos. Pero si todos tenemos la mentalidad de que no lo voy a hacer porque es insignificante, ¿cómo lo vamos a hacer significar? Por eso lentamente somos espectadores de como el mundo se nos va a ir cayendo encima poco a poco. Porque es más fácil ser espectador desde mi burbuja de confort que ceder parte de la comodidad que encuentro en la indiferencia.

De igual manera, probablemente habrán conocido a alguien que diga “Yo no voto”. Que se considere a sí mismo apolítico, o esté desconectado en esa área y no ejerza su derecho democrático por creerlo insignificante. Por sentir que un voto más o un voto menos ni suma ni resta. Que su voto es inútil. Con una visión muy nihilista del yo no importo y nada importa.

Porque cree que ya hay suficiente gente para llenar ese departamento, y prefiere ser espectador. Esa difusión de la responsabilidad en cuanto a temas cívicos también puede implicar que la persona sea de aquellos que decide no informarse sobre temas sociales, ambientales, raciales, de identidad, etcétera, por considerarlos muy crudos y dañinos para su pequeña burbuja. Y desafortunadamente, en el mundo en el que vivimos, esa desconexión pareciera ser cada vez la decisión más sana que tomar.

El no saber. Hay muchos que quisieran no saber La ignorancia es contagiosa y la indiferencia puede llegar a ser muy cómoda. Por eso ser espectador se nos puede hacer tan fácil. ¿Hasta cuándo lo seremos?

Día tras día somos testigos de la pura y dura crueldad de la que está llena el mundo. El internet hasta nos la recomienda para que la veamos mientras desayunamos. Al punto en el que ya estamos sensibilizados y nos tomamos todo lo denso más a la ligera. Las muertes se cuentan por número y no por nombre, el hambre es un concepto abstracto que no se entiende hasta que se vive, el planeta se muere y no hay nada que hacer porque no lo puedo salvar yo solo, y porque la ropa de Shein es muy bonita y barata como para yo querer cuidar el ambiente y/o los derechos laborales.

La naturaleza se va al carajo, se derriten los polos, cada vez más animales se van a la extinción, pero ese trabajo no me toca a mí. Hay otros que están listos para encargarse de eso. Probablemente ya hay alguien trabajando en la solución, no seré yo. Porque yo soy la excepción. Yo puedo ser espectador. Nadie tiene que actuar por mí ni debo predicar con el ejemplo. ¿Entienden lo ridículo que suena eso? ¿Hasta cuándo seremos espectadores? ¿Hasta que sea demasiado tarde para curarnos? ¿O hasta que la tierra nos obligue?

Es más fácil ver que hacer, y la ignorancia es llamativa y acogedora. Vivir sin pensar en las mil y una preocupaciones que en verdad tenemos. Pero en un mundo lleno de espectadores, ¿quién va a actuar? El individualismo es sabroso, pero el mundo no tiene una etiqueta con mi nombre. Hay que poner de nuestra parte también. Prefiero tomar la mentalidad de que, si no lo hago yo, nadie lo hará.

Y no digo que salgamos a ser vigilantes con arco y capa a evitar robos y crimen común, pero sí es hora de que cada uno despierte, asuma sus responsabilidades y actúe en consecuencia. Estamos muy grandes y el mundo está muy avanzado como para quedarnos estancados solo en el yo.  Es hora de pensar en el nosotros. Porque el mundo no necesita más espectadores. Necesita actores, y ya subió el telón.

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