Bukele viene a Ecuador

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Lo que ocurre en Ecuador es un caso paradigmático de cómo se destruye una democracia.

Los signos de que estamos yendo a toda prisa al encuentro de un Bukele son los siguientes:

  • La mayoría de la población ha dejado de creer que la democracia es el sistema más adecuado para atender las necesidades colectivas y personales; y desconfía de las instituciones públicas y el resto de ciudadanos.
  • Se ha instalado, en la conciencia de las personas, la idea de que la solución de los problemas colectivos está en el uso de una fuerza que desborde los límites de la legalidad porque la legalidad ya ha sido rebasada por quienes atentan contra la sociedad y el Estado.
  • Se ha propagado, bajo el membrete de pensamiento crítico, un discurso antisistema, y se niega o minimiza cualquier avance hecho por el Estado en la solución de los problemas sociales y políticos.
  • Las organizaciones de la sociedad civil se han vuelto hipercríticas con la política y las instituciones de la democracia y, encerradas en los temas que les dan razón de ser, han adoptado el maximalismo como principio de interlocución y exigencia al Estado.
  • Ha surgido un poder paraestatal con gran capacidad de movilización al que el Gobierno ha convertido en interlocutor único.
  • El resto de la sociedad y de sus corporaciones se siente desplazado y marginado del debate público y la toma de decisiones.
  • La oposición política tiene como tarea principal impedir que el Gobierno gobierne. Se exige que actúe de manera eficaz, pero, desde otras entidades estatales y organizaciones políticas y civiles, se hace lo posible para negarle el acceso a las herramientas legales que necesita para hacerlo.
  • El Gobierno es débil y, ante quienes lo amenazan, actúa como si debiera pedir perdón por ser amenazado y solicitar permiso para actuar y cumplir con sus deberes y funciones.

Todo esto ocurre en un contexto en el que la violencia del crimen organizado parece incontenible y en el que la gobernabilidad, con frecuencia, es víctima de interrupciones violentas que generan, en la mayoría de la población, un sentimiento de vulnerabilidad e impotencia.

Hay, para la generalidad de las personas, algo más dañino que la opresión: el desorden. En medio del caos, sienten que han perdido todo control sobre sus vidas y circunstancias, y claman por alguien capaz de imponer un orden, preferiblemente rígido, porque donde hay orden la vida es más controlable y predecible. 

Mientras más nos empeñamos en boicotear la marcha de los negocios públicos, exigir lo imposible y echar tierra sobre la democracia, más contribuimos al desorden del ambiente y más nos acercamos al autoritarismo. Las condiciones están dadas. Falta que arribe nuestro Bukele.

Nayib Bukele

Más relacionadas