
Rochester, Estados Unidos
Hace años entendí que apostar a personas sin tacha ni pasado al mando de los distintas funciones del Estado es una utopía.
Así no funciona. Esas son personas a las que el poder jamás llamará. Porque no son negociables. No se vendieron ni se comprometieron con un mundo diseñado para la argolla y la conveniencia de los grandes intereses. Porque no pertenecen a esa red invisible que mantiene a los equilibristas en la superficie aunque sus compromisos deberían hundirles.
Prefieren a nombres que se repiten en los gobiernos, en los rumores periodísticos, en las cúpulas de los partidos. Son los sabidos, los bien colocados, los que vetan presurosos el nombre de algún patriota genuino cuando se lo pone sobre la mesa. Porque les tienen miedo y saben que jamás fueron serviles ni interesados. Saben que no podrán manipularlos.
Para doblegarlos tienen que recurrir a la calumnia, la deshonra, la búsqueda de alguna falla en el ayer para enrostrársela de cualquier forma. Aunque no conozcan la historia completa. No importa. Lo que importa es apartarlos del botín.
Así han reinado, sin interrupciones, llenos de testaferros, de amigos de nuevo y viejo cuño, de incondicionales desperados por el consabido hueso que arrojan los poderosos. Porque el camino al poder no es ingenuo. Se compone de una amalgama de dinero, influencia y complicidad, puesta a disposición de aquel que, con buenas o malas intenciones, trata de hacerse cargo de los entuertos nacionales. Primero lo rodean, lo apoyan, lo catapultan y luego le pasan la factura.
Así ha sido, así es, así será. Solo queda rezar para que la factura no sea demasiado alta. Que los compadres no sean muy hambrientos, que el País no sea tan ingenuo. Las plataformas no se hacen en el aire, sino con sólidos cimientos, financiados aunque sea honradamente.
Allí se arriman quienes no han cometido errores de bulto en el ascenso.
El uso y abuso son parte del juego indiscriminado del poder. Nadie escapa a ello. Mientras más rápido lo entendamos, más sencillo será repudiar a los oportunistas y respaldar a los patriotas. Esa es la tarea. Acabar con una jauría de calumniadores a sueldo, de comerciantes de la cosa pública, de escurridizos del poder, dispuestos a jurar por su honor que los demás son desleales, delincuentes y vividores, y que solo ellos son los adecuados para manipular los destinos del Estado. Es increíble verlos caer estrepitosamente y luego revivir porque así lo quieren quienes los respaldan. Y la rueda sigue girando.