El mundo, después de Gorbachov

Edgar Molina Montalvo

Quito, Ecuador

Era verano, julio de 1961. Una mañana soleada en el enorme parque de exhibiciones de Moscú. Miles de personas, de todas las nacionalidades, deambulaban por los distintos estantes, que exhibían muestras del desarrollo tecnológico y de toda índole que orgullosamente la Unión Soviética mostraba al mundo.

De entre todas las atracciones, había una que destacaba y atraía la curiosidad por el impacto universal que representaba: era la reproducción a escala real de la cápsula en que Yuri Gagarin había circunvalado la Tierra desde el espacio por primera vez en la historia. Era la atracción principal, particularmente para los niños rusos, que asistían por centenares y tenían la posibilidad de entrar a la cápsula y vivir el sueño de ser astronautas como algo realizable, posible.

El hecho histórico enardeció a la sociedad rusa. Tenía connotaciones militares, políticas y económicas de innegables consecuencias. Nikita Jrushchov era el gobernante soviético y, exacerbado de orgullo, convocó un Foro Mundial de la Juventud. A quinientos delegados de América Latina y África nos reunieron en Viena y fuimos transportados en tren a través de Austria, Checoslovaquia, Polonia y Bielorrusia, hasta Moscú. Terminado el evento, los asistentes fuimos esparcidos por el inmenso territorio de la Unión Soviética.

Yo asistía en representación de la FEUE, de la cual era secretario nacional. Tenía 22 años, estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad Central y era el más joven de los centenares de delegados. A la delegación ecuatoriana le tocó, por suerte, ir a la entonces Leningrado, hoy San Petersburgo, el destino más deseado por su trascendencia histórica, su riqueza artística y el cofre mayor de todos los tesoros culturales de Rusia.

El 6 de agosto nos instalamos en esta ciudad y aconteció que un segundo piloto soviético había repetido la hazaña de circunvalar la tierra, su nombre era Guerman Titov. Por este motivo, cuando llegó el 10 de agosto de ese año, el mayor día cívico del Ecuador, el pueblo ruso seguía en celebración y la coincidencia de las fechas era mencionada con aplausos para la delegación ecuatoriana.

La hazaña de Titov tuvo una dimensión consagratoria. En medio de las alegrías era común observar el llanto de algunas personas. El hecho me pareció curioso. Entonces le pregunté al ecuatoriano Gandhi Burbano, que estudiaba en Rusia, la razón del llanto y me dijo que lloraban porque sentían la emoción de la seguridad. La sensación del espíritu liberado del temor, el temor frente a la amenaza nuclear que pendía sobre todo el territorio ruso, por el asedio y la vigilancia de los bombarderos supersónicos norteamericanos.

En aquel entonces, el estado soviético alcanzaba una superficie de 22 millones de kilómetros cuadrados. Era el verano de 1961 y las dos exitosas expediciones extraterrestres de la Unión Soviética tornaban obsoletos los aviones norteamericanos a nivel global. Pues si los rusos podían poner personas en el espacio con cohetes, podían poner bombas atómicas en cualquier parte del planeta.

Este hecho tecnológico les dio a los rusos la certidumbre de seguridad competitiva. La llamada Guerra Fría entró en un campo que eliminó las supremacías y empezó a hablarse de la convivencia pacífica. La competencia cobró una dimensión galáctica. Estados Unidos se dedicó al desarrollo de su sistema balístico y puso un hombre en la Luna en julio de 1969. Sólo así se equiparó con Rusia en materia de misiles para desplegar armas atómicas. 

Las diferencias entre el desarrollo capitalista y el socialista eran evidentes para las poblaciones de ambos sistemas: el nivel de vida en los países desarrollados de Occidente -Estados Unidos y Europa Occidental- era muy superior. Claro, sin contemplar las enormes diferencias y el atraso de los países subdesarrollados occidentales.

Y no faltaron eventos dramáticos en la pugna Este-Oeste. El levantamiento del Muro de Berlín y la posterior Crisis de los Misiles de 1962 en Cuba, fueron evidencias de la tensión que quedó latente, como una herencia palpitante para los sucesivos gobiernos del campo socialista y del campo capitalista. Se puede decir, generalizando, que Occidente se identificaba con el desarrollo material y un alto nivel de vida, dentro de una democracia liberal con economía de libre competencia, mientras que Rusia era en teoría el emblema de la igualdad y la justicia distributiva para las poblaciones bajo su sistema socialista.

Intelectuales de Estados Unidos, como Adlai Stevenson, quien recorrió el territorio ruso, observó los enormes progresos de esa sociedad, que se afincaba en un sistema educativo que era de universal acogida, sin considerar el origen económico o social de los jóvenes, que constituían ejército de desarrollo y garantía de progreso futuros; frente al sistema occidental, con una educación determinada por la clase social. 

Durante las décadas 60, 70 y 80 se sucedieron en la Unión Soviética y sus estados satélites gobiernos enmarcados en el esquema marxista y de un socialismo supuestamente científico, que enarbolaba la dictadura del proletariado, pero que en realidad era la dictadura del aparato represor, ya que las protestas eran sofocadas por las policías secretas o las invasiones de fuerzas blindadas contra las poblaciones insurgentes, como en Hungría y Checoslovaquia.

Sin embargo, en la política soviética se estaba consolidando una personalidad de enorme trascendencia para el Partido Comunista, que llegaría al poder en 1988, en un contexto trazado por la necesidad de un replanteo ideológico en el seno de la sociedad soviética. Este deseo de reconfiguración fue expuesto en dos obras, de enorme contenido intelectual y reformador, tituladas Perestroika y Glasnost. La primera abordó la reforma del esquema del poder en la estructura política, y la segunda, el desmantelamiento de la corrupción en esa misma estructura, dominada por el Partido Comunista soviético, que reinaba en todo el ámbito socialista del planeta. Era Mijaíl Gorbachov su autor, quien había logrado escalar desde las bases del partido hasta la jefatura del Estado. Esto planteó un desafío colosal.

En noviembre de 1989, se derrumbaba el Muro de Berlín y caían los regímenes comunistas de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania y la República Democrática Alemana. Era la desintegración del bloque comunista en Europa, sin que la Unión Soviética moviese un dedo para impedir la debacle del enorme bloque geopolítico que había construido después de la Segunda Guerra Mundial.

El leitmotiv de esa mecánica reformadora era la urgencia de salir del sistema socialista de producción, dirigido por el Estado y controlado por el Partido Comunista, para adherirse al sistema de libre competencia occidental, que exhibía mejores estándares en el nivel de vida y libertad. Era la reforma planteada por Gorbachov. En su intento, fue temporalmente detenido en Crimea, por el grupo opuesto a sus reformas, lo que constituyó un intento de golpe de Estado. Poco tiempo después, los días de Gorbachov en el poder se acabaron, también así los días de la Guerra Fría y la Unión Soviética, que fue disuelta el 26 de diciembre de 1991.

El colosal Estado socialista había sido fundado por Vladimir Lenin en 1917. Con su fin, se había hecho realidad en forma fulminante la perspectiva ideada por Gorbachov, en el proyecto de transformación política diseñado en su Perestroika. La humanidad fue testigo del pacífico e indetenible derrumbe de la más grande estructura política de la historia, sin disparar un tiro.

Gorbachov, quien impulsó esa grandísima transformación, murió el 30 de agosto del año 2022. Su obra, el devenir transformador hacia la libertad, no ha sido debidamente estudiada. Fue el desmontaje del Estado socialista soviético de Lenin, articulado en el frenesí de la lucha revolucionaria en tiempos de la Rusia zarista y su colapso.

En cualquier caso, Gorbachov será materia de estudio en el futuro y se lo recordará como uno de los grandes estrategas políticos de la humanidad. Su desaparición física aconteció en el complejo 2022, el año en el que el titular del gobierno ruso, Vladimir Putin, ordenó iniciar la invasión de Ucrania. Un país independiente desde la disolución de la Unión Soviética en 1991. Un hecho que, tanto tiempo después del fin de la Guerra Fría, reconfigura la geopolítica universal y pone sobre el tapete, una vez más, la posibilidad de una guerra nuclear.

Y aunque la literatura técnica, científica y popular descalifica una iniciativa atómica, hay que temer el falso cálculo de una mentalidad macerada en las sordideces del espionaje como forma de vida. El vicio es su segunda naturaleza y está enraizado en la personalidad de un poderoso Jefe de Estado, con discreción nuclear. El panorama es aterrador.  

Mijaíl Gorbachov, el último dirigente de la extinta Unión Soviética. Foto de Archivo, La República.

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