El país del día después

Gonzalo Ruiz Álvarez. Quito, Ecuador.

Gonzalo Ruiz Álvarez

Quito, Ecuador

Ejerciendo y acatando el silencio electoral, no podemos tomar partido, aunque si es importante fijar posturas y tener sentido.

Aunque en realidad en el Ecuador bien mereceríamos tener una oferta sólida de partidos políticos por los cuales afirmar tendencias ideológicas y preferencias de modelos.

Lo que tenemos no es un sistema de partidos sino una chacota que ha crecido como avalancha sin que los propios políticos y las autoridades del espectro se hayan interesado ante las insistentes súplicas para acotar el número de partidos, organizarlos de manera estructurada, crear y fortalecer militancia y formación de cuadros, desaparecer las empresas electoreras, los ‘vientres de alquiler’ de oportunistas y los membretes o slogans que han sustituido a los lemas que antes expresaban sustento de ideales. Cerca de 280 partidos y movimientos es una feria, una broma de mal gusto.

En fin, terminados los comicios y los conteos habría que insistir en una reforma integral al llamado Código de la Democracia con la suficiente distancia del siguiente proceso electoral, para dar una muestra clara de querer arribar a una sociedad responsable y madura.

La primera tarea que se impone al día siguiente de las elecciones y más allá de algún festejo y de una honda reflexión al pronunciamiento popular, es la de volver los ojos a la construcción de una institucionalidad demolida. No hay sociedad contemporánea adulta que no fije en sus instituciones, en su fortaleza y respetabilidad, las bases de una convivencia democrática abierta, plural y respetuosa de las leyes.

El siguiente tema que esperamos se aborde con civismo y sentido de patria es aquel de la estabilidad democrática. Los discursos estridentes y los movimientos sinuosos que han demostrado un afán de oposición ciega no conducen a buen puerto. La posición crítica y hasta dura es bienvenida como el libre juego de las ideas y es inherente al ejercicio de la democracia. La conspiración y el cargamontón solo muestran las bajas pasiones de quienes no tienen principios y solo buscan en la destrucción del enemigo político, su propia proyección. Si no alcanzamos a distinguir que en la lucha política no debieran existir enemigos sino rivales y el debate se debe orientar a las ideas y a los modelos por encima de los egos y los caprichos de grupo, no habremos dado el paso indispensable hacia la construcción de una democracia sólida.

El silencio electoral de tres días, sin proselitismo es un momento para la reflexión sensata. La multitud de indecisos que se expresaban en las últimas encuestas que fue posible publicar expresa el hastío de una sociedad cansada, donde el repudio a la clase política va tocando fondo. Nunca antes, a pocos días de las votaciones la indecisión ha sido tan alta.

Por eso es urgente bogar por un voto responsable y reflexivo. No es aceptable que los ciudadanos den su voto de forma despreocupada por candidatos que representen a la corrupción. La sola posibilidad de participación de ese tipo de actores políticos es una lacra social y la opción de que miles de personas voten sin tomar en cuenta esa barrera ética entre quienes han mostrado poca decencia, desprecio a las leyes y al manejo de los dineros públicos, que debieran ser sagrados, es una bofetada a la convivencia pública civilizada.  El solo hecho de la existencia de una comunidad que premie con su voto a corruptos e incapaces sería una derrota moral inferida a los ciudadanos de bien.

El Ecuador merece una lectura adecuada del resultado electoral en aquello que parece muy importante: el referendo y la consulta popular. La mayoría de la gente siente que la inseguridad es el problema más acuciante del momento. El Gobierno debe fortalecer su músculo para la lucha sin tregua, con la ley en la mano y el convencimiento de que la paz pública se fundamenta en el derecho a circular libremente y con tranquilidad sin que la gente sienta su vida e integridad amenazada; en esa arquitectura estriba la primera tarea del Estado y sus fuerzas operativas. Si estamos penetrados por el crimen organizado y las mafias narcotraficantes el presente de la colectividad y el futuro de las siguientes generaciones está hipotecado al miedo y al fracaso de la convivencia en sociedad.

Si los violentos prevalecen tendremos un reguero de sangre.

Si el trabajo digno, el empleo justo, la producción de pequeños campesinos, empresas familiares y grandes conglomerados productivos no son garantizados por el Estado y la amenaza a la libertad de circulación, los bloqueos y la destrucción de la producción nacional prevalecen el país irá para atrás. Sería terrible volver a repetir los denigrantes episodios de confrontación de octubre de 2019 y junio de 2021. Un paro indígena contra el resto de la sociedad, por legítimas que parezcan las reivindicaciones no debe tener lugar. Ya hemos visto la fractura social que esa vía supone.

Merecemos un espacio para crear riqueza, para que venga la inversión extranjera legal y la generación de miles de plazas de trabajo.

Debemos apostar por una minería seria, respetuosa de las comunidades vecinas, de la naturaleza, que no contamine las fuentes de agua y una autoridad ética que haga cumplir las exigentes normas en la materia. A la vez el progreso del país requiere de divisas y no debemos dejar de extraer esa riqueza con todos los esfuerzos y la tecnología puesta al servicio de la sociedad. Allá donde la minería responsable y comprometida con los principios ambientales y sociales tiene trabas, las mafias de la minería ilegal, vinculadas al lavado de dinero, al tráfico de armas, trata de personas y actividades delictivas conexas hacen su agosto.

La minería ilegal ha sido declarada como una amenaza contra la seguridad del Estado. El Estado debe actuar con la ley en la mano, pero con toda su fuerza para erradicarla.

Nuestro gran reto es construir institucionalidad, un país de leyes y jueces justos, un país donde los delincuentes no sean favorecidos del mal entendido garantismo y los jueces siniestros hagan fortunas. Hay que limpiar la justicia con funcionarios probos, bien preparados académicamente y con sentido de país.

Los cambios y la construcción de una sociedad mejor son muchos, pero debemos fijar al día después de las elecciones metas de altura, quizá como una última oportunidad antes de convertirnos en una sociedad fallida y liquidar al Ecuador que queremos, con leyes, justicia social y camino de futuro.

Nuestro voto del domingo debe ser un punto de partida, no solo la meta fugaz de los intereses personales sino el principio de una nueva historia.

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