El bueno, el malo y el feo: la política ecuatoriana

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Como película del viejo oeste se nos presenta el panorama post-electoral del Ecuador. Una clase política salvaje, manipuladora, donde se manda con el poder de facto y no de iure. La que siembra confusión para cosechar oportunidades, y prefiere el duelo antes que el diálogo.

Ese es el Ecuador al que quieren jugar los líderes de las facciones políticas más fuertes. Cansados de la democracia, como si de un cuento se tratase, ahora quieren “una de vaqueros». Pero claro, a la hora de identificarse con los personajes, todos quieren parecer el bueno.

Por eso se esfuerzan en crear y  tratar de convencernos con una narrativa en la que, o son hacedores del progreso y denunciantes del abuso, o víctimas traicionadas por intereses oscuros. Y, en el segundo caso, tienden a identificarse con el país mismo: lo que hiciste conmigo, lo hiciste con todos. Pretenden, falsamente, proyectar sus traumas sobre la sociedad entera.

Ahora bien, donde sí que se proyectan las consecuencias es a la hora de hacer daño. A los líderes de la oposición les gusta patear en el suelo al ya abatido gobierno; con independencia de si el golpe llega más lejos, hiriendo al país mismo. Después de todo, hay indicativos de que no se trata de encontrar salidas, sino de capitalizar oportunidades. ¿Oportunidades? Sí, de recuperar espacios perdidos, de colmar deseos de hacerse con el poder y lentamente cristalizar ciertos arrebatos autocráticos.

Así, en lugar de exacerbar los discursos dicotómicos de verdugos y víctimas, corruptos y honrados, banqueros y campesinos -entre otros binomios que cargan de moralismo estéril la arena pública-, los actores políticos deberían asumir su responsabilidad sobre la generación de acuerdos que oxigenen la permanente crisis en la que estamos sumidos.

Para ello, se necesita voluntad política y compromiso democrático. Como acertadamente ha dicho Marisol Borja (en su recomendada columna “El diálogo improbable”), hay mucho camino que desandar, tanto para el Presidente como para los líderes de la oposición.

Lo cierto es que, en plena disputa por el papel de “el bueno”, gobierno y oposición van camino a coronar una actuación impecable en los roles del malo y del feo.

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