Guerra por los amigos

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Algunos de nosotros nos sentimos atados de manos, no porque nos las hayan amarrado, sino porque, teniéndolas sueltas, no vemos cómo podrían servirnos. “Todo intento del filósofo de influir en el tirano es necesariamente ineficaz”, decía Alexandre Kojève.

Pero ya que no podemos controlar lo que nos pasa, al menos tratemos de entenderlo. Digamos, para resumir, que los amigos del pueblo están en guerra. O, más bien, los enemigos políticos internos están disputándose la amistad del pueblo. Es una guerra por los amigos.

He querido recurrir a esta clara alusión a Carl Schmitt, porque estoy seguro de que de la mano de sus ideas podremos mirar con algo de lucidez lo que está pasando en el escenario político del país. En su obra más influyente, “El Concepto de lo Político”, Schmitt plantea que la clave para entender el fenómeno político reside en la distinción de “amigo-enemigo”.

La identidad política se construye sobre la idea de que pertenecemos a un mismo grupo de amigos, en oposición a otros grupos -los enemigos- de los que tenemos que protegernos, llegando a utilizar medios extremos si fuese necesario. Siguiendo a Schmitt, lo que diferencia a los grupos políticos entre sí es la convicción recíproca de que el(los) otro(s) es un enemigo. Aún en tiempos de relativa paz, se mira al otro como la potencial contraparte de un conflicto.

Por eso, Schmitt sostenía que “la intensificación de los antagonismos internos tiene el efecto de debilitar la identidad común”. La identidad política se empieza a fraccionar porque ya no somos amigos; ahora, se convierte en un enemigo quien en su momento se definía conmigo en oposición a otro.

Así llegamos al Ecuador fraccionado que tenemos. Un país semi-construído sobre la base de la oposición a enemigos internos, cuyas columnas no terminan de levantarse porque los antagonismos no se superan, simplemente porque no hay voluntad política para hacerlo. Nuestra realidad política actual se traduce en una guerra por sumar amigos a las filas del combate. Una guerra de partidos, líderes caducos y caudillos amantes de la desestabilización, que gustan de autoproclamarse amigos del pueblo para entonces convertirse en la nueva fuerza política.

Pero nosotros, los atados de manos, podemos mirar con desapego. Podemos poner distancia entre la variedad de pretendientes y las prosas que utilizan para poder llamarse nuestros amigos. Podemos, al interior, conservar ese derecho de determinar por nosotros mismos a quién llamamos amigo y a quién enemigo. En otras palabras, podemos conservar la dignidad.

Más relacionadas