Del país de las bananas a la ficción tercermundista

Juan Diego Vivanco Vieira

Baños de Agua Santa, Ecuador

Ante esta evidente fragmentación y deterioro ético y moral de nuestra sociedad, misma que, desde sus cimientos hasta su cúspide estructural está gravemente contaminada; y en dónde, como contrapunto: la honra, la resiliencia, la moral laboral, se vuelven cada vez más y más esporádicas y escasas; es menester que tratemos, de manera empírica pero comunitaria, de encontrar cuáles son los motivos, cuáles las fuentes, cuáles sus orígenes, cuáles los efectos y cuáles las causas de esta fragmentación y deterioro; pero sobre todo, tenemos que tratar de encontrar alguna respuesta  o alguna posible salida a este terrible atolladero.

En el proceso, probablemente nos tropezaremos con distintas disyuntivas que nos lleven inevitablemente, a hallar posibles culpables; pero para ello, necesariamente tendremos que mirarnos a nosotros mismos, tanto como víctimas, como victimarios de un sistema en el cual coexiste como un veneno, una sociedad indolente, devaluada y sin principios.  

¿A quién culpar? ¿Al actual gobernante, al anterior o a su antecesor? ¿A la derecha capitalista, a la izquierda comunista? ¿A Marx, a Engels, a Mao o a Adam Smith? ¿Al heavy metal o al reggaetón? ¿Será toda la culpa de Elon Musk, Bill Gates o del Nuevo Orden Mundial? ¿Será que estamos viviendo el principio del fin de nuestros tiempos?

¿Culparemos a nuestros padres, nuestros abuelos, al sistema educativo o a sus docentes? ¿Talvez debamos echarnos una mirada retrospectiva hacia cada uno de nosotros mismos? Podríamos pasarnos la vida entera echándonos la culpa los unos a los otros sin poder encontrar una respuesta real a nuestra interminable penuria.

Pero lo que nos es imposible negar y podemos darlo como un hecho contundente, es que somos y pertenecemos a aquellos países denominados tercermundistas. Pero, ¿qué hay de cierto en esta afirmación y que hay detrás de este concepto?

Según el periodista, académico y diplomático venezolano, Carlos Rangel (1929-1988), en su libro El Tercermundismo, editado en 1982, el término “Tercer Mundo” nació en la época de la guerra fría, la misma que empezó al término de la Segunda Guerra Mundial. Para Rangel, son aquellos pueblos que muestran muchas más divergencias que similitudes, tanto en diversidad histórica, cultural, demográfica, geográfica, como también en sus distintas facultades, niveles de vida y grado de atraso o de modernización.

Son aquellos países que aún no han sido “sovietizados” y que continuaban bajo el dominio de la explotación y el yugo de los países capitalistas, y que por lo general tienen en común, un resentimiento con relación a los miembros más poderosos y ricos de la sociedad.

Estos países no cuentan con una economía funcional, ni con instituciones políticas civilizadas y estables, tienen una actitud ambivalente y de malestar con relación a su propia cultura y tienen un sentimiento doloroso de inferioridad, una falta de autoestima y de fe en sí mismos; y como consecuencia de esto, una carencia de confianza en sus posibilidades de desenvolvimiento dentro del sistema capitalista.  

Para Rangel, América Latina merece una especial atención, puesto que nos hemos dejado en buena medida seducir por la ideología tercermundista y hemos aceptado de una manera pasiva y hasta eufórica y apasionada ser, clasificados dentro del llamado Tercer Mundo; este concepto tomó fuerza principalmente con el triunfo de la revolución cubana en 1959 y cuyo régimen dictatorial se mantiene hasta el día de hoy.

Es muy probable que una de las causas que el pensamiento comunista haya calado con tanto éxito en los países latinoamericanos se deba a la terrible regresión hacia la irresponsabilidad de parte de la clase criolla en el período de la Independencia, que provocó una mediocridad generalizada y un subdesarrollo político que hemos ido acarreando a lo largo de nuestra historia y del cual, lamentablemente, aún no hemos logrado salir.

Resulta interesante el tratar de entender, qué es lo que nos diferencia con los otros países que, a pesar de haber pasado por duras pruebas como guerras, hambrunas, pandemias y catástrofes naturales hayan logrado superarse y alcanzar un desarrollo que les ha permitido ser un ejemplo de progreso y bienestar como fue el caso de Japón que, sin necesidad de pertenecer al club capitalista, tuvo una actitud profunda para superar la postguerra.

Posiblemente sea que tiene, al igual que Alemania, Noruega o España, la capacidad de reaccionar exitosamente ante los estímulos traumáticos y pasar de ser países considerados como competidores tardíos a países con un buen índice de crecimiento económico, una buena salud pública, instrucción, consumo, como también, algo no mesurable pero esencial, como es su tono espiritual, su condición de estar despiertos, alertas y exigentes. 

¿Hasta cuándo reconoceremos que nuestro subdesarrollo y debilidad no es, solamente debido a la intromisión de un imperialismo capitalista enemigo, sino también, por intromisión de lo que sucede en nuestra propia sociedad, por nuestra actitud resignada y de abandono hacia la mediocridad y por creer que todo nexo de dominación y dependencia se solucionan “haciendo una revolución” o “un estallido”, y que por arte de magia superaremos nuestros problemas sociales y entraremos en una vía rápida hacia la prosperidad, la justicia y la libertad?

La historia latinoamericana nos ha mostrado todo lo contrario, sino, solo nos basta con darle un vistazo a la situación que atraviesa Cuba, Nicaragua y Venezuela, y para no ir tan lejos, las nefastas consecuencias económicas y la terrible conmoción social que causaron las protestas de octubre del 2019 y la última, después de la pandemia, la de junio del 2022; las dos promovidas por algunos mal llamados dirigentes, aparentes representantes de movimientos y organizaciones defensoras de la naturaleza y de grupos sociales marginados y oprimidos, pero que en realidad, muchos de ellos, son títeres al servicio de la tiranía, la corrupción y el crimen organizado, con la única y verdadera intención de generar terror, inestabilidad y caos.         

Han pasado 15 años desde que la Revolución Ciudadana cambió los parámetros constitucionales del Ecuador, y 12 años desde que, de manera astuta y engañosa, promoviera una consulta popular que ha traído consecuencias desastrosas al país, especialmente en lo que se refiere a la falta de transparencia en el manejo de la administración pública, al debilitamiento del sistema de justicia y la ausencia de garantías ciudadanas al derecho a la seguridad y el buen vivir; generando una sociedad indiferente al sufrimiento y a la desigualdad, despótica, esclavista y ajena a toda idea de equidad y de justicia social.

¿Cuánto tiempo más seguiremos durmiendo “como lagartos entre las ruinas” y siendo incapaces de sospechar que del ingenio y del trabajo se pudiera derivar la posibilidad de derrotar la injusticia social y la miseria? Esperemos que éste despertar se dé mucho más temprano que tarde.

Protestas del 16 de junio de 2022 en Santo Domingo.

                                                                    

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