
Quito, Ecuador
Me impactó leer “Eichmann en Jerusalén”, de la filósofa Hannah Arendt. La autora fue testigo del juicio a Adolf Eichmann, y describe su percepción de los intereses de fondo que supone movieron a actuar a este teniente coronel de la SS nazi, responsable de la muerte de millones de judios.
Eichmann fue juzgado por genocidio contra el pueblo judío en abril de 1961. La obra describe la conducta de un ser humano que no puede calificarse como una persona mala o capaz de cometer grandes males, termina cumpliendo con gran capacidad técnica el deber que le ha sido impuesto por un orden superior, sin tomar conciencia de sus propios actos.
Cabe preguntarse: ¿Por qué personas que ejercen un cargo de poder, muchas veces dejan de medir las consecuencias de sus actos, aun cuando sean contrarias a sus principios? Son personas normales que se vuelven capaces de cometer actos criminales. Peor aún, personas que no ven la maldad o el error en su actuación aunque participen de alguna forma en actos que generan un mal colectivo.
Pensemos por ejemplo, en varios de los que se han candidatizado para ocupar algún cargo público en las próximas elecciones. En la mayoría de estos casos, estoy segura de que tienen un interés inicial por servir. No obstante, habrá casos en los que la motivación sea mera vanidad personal o el ansia de poder. Sin embargo, me permitiré analizar solo el primer caso, es decir, aquellas personas que buscan un espacio para servir a la sociedad.
Las preguntas en este sentido pueden ser diversas. ¿Cuál es el factor real que hace que una persona con valores y principios éticos cambie de conducta en el desempeño de su cargo? ¿Existe una falla en el proceso de selección? ¿Son los votantes o las personas encargadas de designar a estos funcionarios quienes no cuentan con los criterios suficientes para elegir a las personas más probas? ¿Es el sistema quien las corrompe?
La respuesta podemos encontrarla en la misma teoría de la “Banalidad del Mal”. Más allá de la personalidad del individuo existen algunos factores que inciden en su conducta como son: el afán del cumplimiento del “deber”; conseguir la aceptación de sus superiores o electores; o, simplemente, el ansia de poder y crecimiento personal.
Para Arendt, en sí mismo Eichmann no era una persona mala o un monstruo como lo tachaban la mayoría, sino que era un burócrata cumpliendo las órdenes impuestas por un sistema de exterminio. Lo que queda claro, es que Eichmann había, poco a poco, silenciado su propia conciencia. Así, ha quedado marcada la expresión “banalidad del mal” cuando encontramos este fenómeno de acallar la propia conciencia.
He aquí la importancia de que ahora, dentro de un proceso electoral en curso, todas aquellas personas que han optado por participar en esta elección, asuman el compromiso de mantener una coherencia entre sus principios morales y éticos y sus actos.
Participar en una contienda electoral conlleva la gran responsabilidad de cumplir con un servicio social de la mano de nuestra conciencia. La sociedad ecuatoriana demanda personas que no se dejen llevar por la “banalidad del mal”. Personas coherentes, con principios fundamentales sólidos. Que sepan renunciar a sí mismas, a su aceptación social o el reconocimiento personal o profesional. Que dediquen todos sus esfuerzos a servir a quienes más lo necesitan y que sobre todo actúen según su conciencia.
- Dignidad y derecho
