La Habana, Cuba
«¿Qué calificativo debo usar para ganarme el título de guataca mayor?», le pregunté un día a Carlos Alberto Montaner. «Egregio», respondió, y no podíamos parar de reír.
Lo conocí en 1996 en mi primer viaje a España. Llamé al número de la editorial Playor y una secretaria lo puso al teléfono. «Soy un periodista cubano de paso por Madrid y me gustaría hablar con usted», le dije a modo de presentación. Luego de un breve silencio respondió: «Lo espero aquí mañana en la tarde.»
Como Montaner figuraba en los primeros lugares de la lista de «enemigos de la Revolución», supuse que antes de entrar a su oficina ubicada cerca de la Puerta del Sol sus guardaespaldas me registrarían y que con toda seguridad habría cámaras controlando mi visita. Pero no. El propio Montaner abrió la puerta y me invitó a pasar a su despacho. «¿Trabajas en Granma?», me preguntó, y cuando le expliqué que yo era un defenestrado de la prensa oficial me hizo el primer chiste que inauguró el lazo de humor que nos unió: «Entonces le aviso a los marines y a la CIA que ya pueden desactivar el operativo».
Al terminar aquel primer encuentro me invitó a tomar un café en un kiosco cercano, donde me confesó que ese acto, que él repetía cada día, era su terapia contra la nostalgia por Cuba.
He leído todos sus libros y la mayor parte de los artículos que publicó a lo largo de su extensa carrera. Todas las veces que nos encontramos en Miami o Madrid me hacía preguntas puntuales sobre asuntos cubanos de los que siempre estaba profundamente informado. Para muchos, donde me incluyo, hubiera sido el mejor presidente de la República en cualquier momento en que se produjera una transición a la democracia. Un día, pasados sus 70, dijo que ya estaba muy viejo para aspirar a esas responsabilidades políticas. En mayo de este año, ya con 80 cumplidos, aquejado de una cruel enfermedad, se retiró de la misión de escribir columnas.
Hoy he sabido que ya no estará en La Habana celebrando con sus amigos el fin de la dictadura. Si alcanzo a ver ese final, prometo brindar por él, por sus ideas, por su coraje y su brillante inteligencia.
Adiós, mi egregio amigo.
- Reinaldo Escobar es periodista y editor jefe del diario 14ymedio.