Rochester, Estados Unidos
Qué hermosa es la ilusión.
Es ese estado de gracia que nos hace creer en imposibles, alimenta nuestros sueños y utopías, reaviva nuestra fe en los milagros y resuelve todas las dudas.
Por supuesto, va acompañada de la ignorancia, que nos regala la capacidad de asombro, nos justifica el desconocer cómo se logran los resultados y por lo tanto admite soluciones mágicas de talla única y efecto inmediato.
Es un regalo para la niñez y los pueblos, que lucran de ambas con fruición y desparpajo porque les permite ilusionarse sin preocuparse de la realidad ni de los hechos.
Cada cuatro años nos permite soñar en un País mejor gracias a la mano del líder, que va a catapultarnos hacia el bienestar sin que ningún esfuerzo sea requerido por nuestra parte, porque la sabiduría del voto lo dota mágicamente de todos los poderes necesarios para el éxito.
Para un público necesitado de recompensa inmediata, saliva por delante como el perro de Pavlov, no importa el mañana ni sus consecuencias.
Se trata de solucionar su problema hoy, y si posible con efecto retroactivo.
El efecto colateral es la decepción posterior, casi inmediata, cuando el líder de fantasía recobra su dimensión humana y nos hace concienciar sobre la magnitud de la estafa.
Empieza entonces la búsqueda incesante para hallar al nuevo líder, o reincidir con el farsante, aquel cuyas mentiras nos gustaron, cuyas obras nos encandilaron y cuyos delitos soslayamos para no reconocer que nos estafó, porque reconocer nuestra torpeza es un esfuerzo sobrehumano, porque pensar en nuestros intereses por encima de los del País es práctica corriente, y aplaudir a los milagreros es más sencillo que acometer acciones por nuestra cuenta para salir del engaño.
El 14 de agosto los escucharemos hablar de sus milagros, sin que el tiempo ni el formato les permita explicar el cómo. Quedará la frase de efecto grabada en piedra, y por esa ilusión votaremos, solo para verificar en los hechos la imposibilidad de plasmarla en realidad .
¡Viva la democracia!