Don Villa: eterno presidente

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

«El futuro no pertenece a los iluminados de corazón, pertenece a los valientes»

Ronald Reagan, 40º presidente de los Estados Unidos

Cuando San Jorge se enfrentó al dragón montado en su caballo blanco, se volvió un símbolo indiscutible de la valentía en tiempos de crisis que llevaría al ocaso a un gran imperio. Jorge fue un soldado de Capadocia, al servicio del emperador romano Diocleciano, que murió mártir por no querer renunciar a su fe cristiana. Fernando Villavicencio tampoco renunció a sus convicciones y se enfrentó a ese monstruo que tomó cuerpo en la mafia política y social. Villavicencio tenía claro que la cruzada de “La Gente Buena” no era fácil y por ende le resultaba muy riesgosa. A pesar de ello, se atrevió.

Más allá de números y encuestas, lo que realmente importaba era que éstos se traducían en algo valioso: el respaldo ciudadano. No hay nada más grato no sólo para un político sino para un ser humano íntegro, ser amado por su pueblo. Esto para nada hace referencia a un ser de carácter de tipo “mesiánico” sino que apela a un tipo de acción de cercanía con la gente.

Fernando Villavicencio era un hombre frontal e irónico, hasta para los temas de relevancia política y que eran delicados, mantenía un muy inteligente sentido del humor. No tenía rabo de paja por lo que era capaz de mirar “la paja en el ojo ajeno” sin que nada lo salpicara. Caballero de las causas justas y un hombre de honor. La mayor característica suya era decir la verdad en tiempos de celestes mojigaterías y lobos disfrazados de corderos que ocultan sus malévolas intenciones en ahumados cristales azules de torcidos lentes de sol.

Era incómodo para la política aborregada de rebaño que sigue a un líder sin un ápice de crítica (aunque esto signifique llevarlos al despeñadero). Villavicencio tenía otros pecadillos para el progresismo del Siglo XXI: tener voluntad, ideas propias y demostrar su corrupción.

Si bien, atrás quedaron los hidalgos de brillante armadura, espadas plateadas, adargas relucientes y lanzas para las justas, las ideas de la hidalguía se tradujeron, más para el Ecuador, en pruebas contra los enemigos de la patria que encontraron en la putrefacción moral, la trampa y el robo su modus vivendi.

Ese dragón que don Villa combatió tenía las cabezas de los guacharnacos, los de los Sobornos, de los desdolarizadores, de los vagos que no fiscalizaban, de las veloces (pero no pilosas) voces que injuriaban y difamaban, pero que se trababan en el Parlamento a la hora de decir discursos o sostener sus falsas acusaciones y que a duras penas podían mantenerse en pie en las horas de show político que ellas mismas se inventaban y que luego ocultaban sus rostros en burkas iraníes.

Fernando conocía muy bien a sus rivales de lo que eran capaces. Aun así, se embanderó con el tricolor nacional y como abanderado luchó por lo que muchos creen justo, pero por lo que pocos se atreven a dar el primer paso.

El Villavicencio News dejó un gran legado en la ciudadanía, con una amplia dosis de verdad al pueblo ecuatoriano. La Pizzería Don Villa en cambio regaló el tierno y jugoso sabor de sus recetas caseras que era pan para los hambrientos de veracidad y justicia, mientras que su arroz fue amarguísimo para los corruptos y terminaron —no sólo indigestados por su contundencia— sino presos o prófugos. Su álbum del mundial no podrá ser llenado más con sus cromos, pero su legado sí que será para siempre. ¡Hasta siempre, Don Villa: el eterno presidente! 

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