
Quito, Ecuador
El alma rota. La tarde del 9 de agosto, víspera de la fecha histórica que hizo de Quito, Luz de América, cuando el sol se ocultaba tras el gran volcán Pichincha, el espanto se esparcía por las redes sociales.
Un atentado criminal, al cierre de un acto proselitista de la campaña presidencial de Fernando Villavicencio Valencia una ráfaga incontable de disparos traía esa noticia que ningún periodista quiere dar, que ninguna persona de bien se resigna a aceptar. Minutos después Carlos Figueroa, médico y víctima, como Fernando, de la persecución en los tiempos oscuros de la Revolución Ciudadana confirmaba que los asesinos consumaron el vil objetivo. Villavicencio no tenía signos vitales.
El horror, el escalofrío, la parálisis, el silencio, la perplejidad.
Luego de las inefables redes sociales los noticieros de televisión contaban una y otras vez distintos detalles del atentado. La amenaza criminal que el propio Fernando advertía días antes al país ejecutado con brutal efectividad.
Cuando el corazón late ansioso y la cabeza revuelve la memoria histórica llegan a la mente, como en cascada episodios siniestros de la historia política. Jorge Eliécer Gaitán, liberal populista fue asesinado y desató el Bogotazo en 1948 y tras el levantamiento popular llegaron más de 70 años de imparable violencia política en Colombia.
En 1989 el candidato del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán fue asesinado en un mitin. Sus victimarios fueron sicarios del poderoso cartel de Medellín. Su jefe de Campaña tomó la bandera, ganó las primarias liberales y se erigió como presidente de Colombia.
En 1994 en Tijuana cayó asesinado Luis Donaldo Colosio, en plena campaña hacia la presidencia de México. Hace pocos días conocí en una boda a su hijo, un joven alcalde de Monterrey, y hablábamos del preocupante derrotero que el crimen organizado y el narcotráfico deparan al Ecuador de hoy.
La historia de los magnicidios en Ecuador también es impactante. Quien parecía destinado a ser nuestro primer presidente, Antonio José de Sucre fue asesinado en Berruecos en su viaje rumbo a Quito en 1830.
Gabriel García Moreno murió trágicamente asesinado al volver de misa al Palacio de Carondelet en 1865.
En 1912 Eloy Alfaro, que había regresado al país desde Panamá, fue arrastrado desde el Penal García Moreno hasta el parque de Mayo, hoy El Ejido, donde se encendió la ‘hoguera bárbara’.
En 1978, en la puerta del Templo Masónico de Guayaquil, Abdón Calderón Muñoz, que meses antes fue candidato presidencial del FRA, recibió un balazo y murió luego de unos días.
Años después, en 1999 el ex legislador y ex candidato presidencial por el MPD fue asesinado.
Muchos de estos crímenes quedaron en la impunidad y el juicio de la historia y el paso del tiempo, en algunos casos, se diluye.
El rostro espantoso de la muerte sorprende al Ecuador en el tramo final de la campaña presidencial de la primera vuelta electoral, en vísperas del cierre de la divulgación de las encuestas, cuyos estudios de investigación quedan sobrepasados por el rigor de la tragedia.
Villavicencio, con al menos dos de sus rivales, tenía expectativas de pasar a la segunda vuelta.
El martes le hice una larga entrevista en Radio Quito. Desafió al miedo y atacó a las mafias en un diálogo salpicado de dramática narración descriptiva sobre las angustias de las madres atormentadas por la dependencia de la droga en los barrios populares de Guayaquil. Era la historia de su diario de campaña narrado en tono periodístico.
El país se ve en una de sus encrucijadas mayores de la historia. La muerte de Villavicencio puede ser un punto de inflexión. O el país de las personas de bien se levanta y da un sacudón definitivo y se decide a luchar contra las mafias, la violencia y el crimen o sucumbe el averno y al imperio del mal.
Solo los ecuatorianos de bien con su voto en la mano pueden dar un vuelco histórico al destino y al futuro de las generaciones venideras. La hora clama por una gesta patriótica para sepultar a la corrupción, la penetración de las mafias en el tejido institucional y dar una batalla dura pero definitiva o este barco se va a la deriva.
Que la sangre de este valiente y polémico periodista y político, de este candidato presidencial cuyo proyecto fue cortado de un tajo no se haya derramado en vano.
En los millones de personas de bien con una sabia elección en las urnas, está el presente, el futuro y el valor de luchar, ya quisiéramos hacerlos con una milésima de aquel valor que dejó en su lucha un mártir de la democracia contra las fuerzas oscuras. Que Quito, Luz de América, derrotando las tinieblas, sea luz para el Ecuador del mañana.
¡Qué descanse en paz, Don Villa!, como lo bautizó un vecino de uno de los tantos lugares de la patria profunda que descubrió en el último capítulo de una biografía que quedó trunca en su aventura por la utopía…