Quito, Ecuador
En Ecuador, hasta junio de 2023 han muerto de forma violenta 3.326 personas. Sin embargo, la semana pasada, el sicariato de Fernando Villavicencio conmocionó al país. No es la primera figura política que es asesinada en los últimos meses, pero sí una que contiene una especial gravedad desde la perspectiva democrática.
Conceptualicemos el problema: todas las personas sin excepción tenemos derecho a la vida. Nadie debería morir producto de un asalto, un accidente de tránsito, falta de atención médica o incluso por haber cometido de un delito. Así como no hay vidas más valiosas que otras, tampoco hay muertes que sean menos dolorosas para un padre, una madre, un hijo, y para la sociedad.
Sin embargo, en un contexto político y social, se reviste de especial gravedad el asesinato de un candidato a la presidencia, reconocido por denuncias frontales de actos de corrupción, marca un antes y un después cuando se da en un contexto electoral.
Para Rosanvallon, las elecciones democráticas tienen cinco funciones políticas y sociales, una de representación de intereses de grupos sociales, una de legitimación de instituciones y gobiernos, una de control social sobre los representantes en el cumplimiento de sus promesas de campaña, una de universalidad de la participación democrática donde el voto de cada persona cuenta, y una de animar a la deliberación y participación política a los electores.
El repudiable asesinato de Villavicencio nos afecta a todos los ciudadanos, independientemente de nuestra preferencia política e ideológica, en estas cinco dimensiones. Un Estado que no puede garantizar la protección de los presidenciables, tampoco puede proteger a otros políticos y actores sociales que trabajamos por los intereses comunes. Pierde legitimidad cuando el asesinato ocurre en las narices de la policía nacional, y cuando no existe una justicia imparcial y expedita que pueda dar una respuesta clara a la situación, y en vez de eso se trasladan la responsabilidad de la muerte del sicario capturado en la escena del crimen.
Además, es un golpe duro para un gobierno saliente, la falta de capacidad de protección y reacción ante este vil crimen. Directamente, la coyuntura política se dirige hacia la protección de la seguridad de los ciudadanos, incluso a costa de su propia libertad y de otras necesidades igual de vitales en un estado democrático. También podemos ver ya la confusión del electorado, donde se ha perseguido con medios legítimos e ilegítimos la candidatura del sucesor de Villavicencio, de modo que se afecta sustancialmente los porcentajes de votación y ahonda en la falta de representatividad de sus votantes, tal vez aumentando la cantidad de indecisión.
Finalmente, la herida más punzante de este deplorable suceso es la forma en la que la delincuencia organizada influenciará la política, que ya estaba fuertemente afectada por la corrupción. Hoy, ser periodista de investigación, denunciar actos de corrupción, efectuar política pública en contra del crimen organizado, es de las tareas más peligrosas que puede emprender un ecuatoriano, después de la primera línea de las fuerzas del orden.
Lastimosamente, si no se realiza un voto responsable y una ejecución concreta de medidas de seguridad en el presente y medidas socioeconómicas a largo plazo para erradicar la drogadicción, la deserción estudiantil y la falta de empleos y medios de subsistencia, Ecuador seguirá el mismo camino que otros países latinoamericanos donde el período electoral se tiñe de sangre.
Para que exista una sana democracia, necesitamos paz. Una paz que contenga, al menos, las condiciones mínimas para que cada ciudadano pueda vivir y desarrollarse con libertad. Mientras tanto, independientemente de la adhesión a sus ideas, Fernando Villavicencio seguirá siendo un ícono de la lucha democrática, porque nadie debería morir por lo que denuncia, por lo que piensa, y por lo que cree. La vida y muerte de Villavicencio, su voz que, lejos de ser silenciada, nos ha llamado a todos a un ejercicio responsable de la política y la participación democrática.
Consternados, pero valientes, seguiremos luchando por una democracia de paz.
- Dignidad y derecho