Quito, Ecuador
Un jefe mafioso, personaje de El día de la lechuza, novela de Leonardo Sciascia, publicada en 1961, identifica a la cosca mafiosa con una iglesia: una comunidad de fieles en la que la traición se paga con la muerte.
La cosca y sus relaciones con los demás se manejan de acuerdo con la “ley del hombre”: la que ha sido creada por el que manda. De ahí que quien quiera aprovecharse de los beneficios de la ley debe estar con él.
La organización y la ley mafiosas se sostienen en una visión peyorativa del orden social y las personas. El pueblo, para el capo mafioso de la novela de Sciascia, no es más que un grupo de cornudos, en el que son poquísimos los hombres y pocos los medio hombres. Los demás son apenas homúnculos -monos que imitan a los mayores-, “toma por saco” y “cuácuácuá” -cuya vida no tiene más sentido y expresiones que la de los patos-. Por eso, el jefe mafioso conoce a todos pero no aprecia a nadie.
El profesional del crimen vive en la desconfianza y no tolera riesgo alguno. Tampoco se permite tener remordimientos. Vive para satisfacer sus deseos y se deshace de cualquiera que deje de serle útil o se interponga en su camino (Jim Thompson, La huida, 1958).
Tanto como desprecian a las personas, los mafiosos desprecian la democracia y ven a las instituciones del Estado de derecho como opresoras. La democracia es un invento de escritorio, producto de los que saben manejar las palabras, y la opinión pública solo una “voz al aire”, “voz del aire”.
En la psicología criminal hay un componente de inconformidad y rebeldía con el orden constituido (La huida). Y este, que se expresa muchas veces como voluntad de marginación, es una de las razones del fracaso de los objetivos de reintegración social de la política criminal.
Los criminales desprecian la ley y las instituciones, sin embargo, los comprometidos con el crimen, los pedantes y los biempensantes, cuando se ven en la necesidad de enfrentarlos o de simular que lo hacen, suelen caer en el formalismo jurídico. Vicio que, según uno de los personajes de Sciascia, consiste en que la ley se ve en el espejo de la ley sin tomar en cuenta el peso humano de los hechos: su sustancia.
No solo el formalismo jurídico es un problema para enfrentar a los criminales, también, en palabras del capitán Bellodi, personaje principal de El día de la lechuza, la angostura de la ley. Librado a la prepotencia criminal, al formalismo jurídico y a la estrechez de la ley, el ciudadano común y corriente clama por la dictadura.
En el caso de Sicilia, lugar en el que se ubica la novela de Sciascia, la dictadura fascista significó una liberación. “Esta región, la única en Italia, había sacado de la dictadura fascista libertad, la libertad que hay en la seguridad de la vida y de los bienes”. “En el estado en que se encontraban, afirma el capitán Bellodi, les bastaba con una sola libertad, y con las otras no sabían qué hacer” (El día de la lechuza), pues poco se puede hacer cuando, como en la Sicilia a la que se refiere Sciascia, “gobierna la recortada”.
Bellodi, de todas maneras, no está de acuerdo con que la dictadura sea la solución del problema y piensa que lo que habría que hacer es atacar a la mafia por el lado del delito fiscal y perseguir el lavado de dinero. Se debería, dice, “arremeter contra los bancos; meter mano a la contabilidad, generalmente doble, de las grandes y pequeñas empresas; revisar los catastros”.
¿Qué es un capo mafioso al estilo del Don Mariano Arena retratado por Sciascia? “Al margen de la moral y de la ley, al margen de la piedad, (es) una masa irredenta de energía humana, una masa de soledad, una ciega y trágica voluntad” (El día de la lechuza).
Ahora, en Ecuador, una fuerza sin ley, moral ni piedad; voluntad pura, es la que debe enfrentar el Estado, ¿lo entendemos todos?