Corleone presidente, la serie de Netflix que el Ecuador precisa

Santiago Roldós

Guayaquil, Ecuador

“Lo justo es asqueroso y lo asqueroso es justo”

Las brujas de “Macbeth”, Shakespeare, 1606

La segunda vuelta de Ecuador enfrentará a una socialista del siglo XXI, opuesta al derecho al aborto y a la conservación del Yasuní, con un oligarca 3.0, ecologista y keynesiano, según esto: “un socialdemócrata de toda la vida, de centro-centro izquierda (sic)”.

El asalto al poder de Daniel Noboa Azín (35 años) evoca el sueño frustrado del patriarca Vito Corleone-Marlon Brando en “El Padrino” (Coppola, 1972): que su hijo Michael-Al Pacino jamás se ensucie con los negocios de la familia y labre una noble carrera política hasta convertirse en el John F. Kennedy de los inmigrantes italianos, limpiando su apellido.

La novela original de Mario Puzo, llena de alusiones a la realidad, sabía que el jefe del clan Kennedy, Joseph Patrick, padre de John, se hizo millonario en los tiempos y con los procedimientos de Al Capone.

En las primeras secuencias de “El Padrino”, un Michael de ojos cristalinos y uniforme militar de héroe de guerra jura a su novia, anglosajona y aspecto de instagramer o muñeca de torta, que él no es ni será como su familia, paradójicamente, siguiendo a pie juntillas el mandato de su progenitor jefe de la mafia.

Pero después de un atentado contra su padre, este enésimo avatar de Hamlet -el arquetipo del joven heredero que odia hacerse cargo de su destino mientras lo realiza-, optará por entregarse al crimen, y con un talento extraordinario, en las antípodas de su primitivo hermano, gracias a su templanza intelectual y su sofisticación universitaria.

Tras la secuencia clásica -copiada por miles de subproductos hollywoodenses- donde sus esbirros asesinan a todos sus enemigos durante el bautizo de su sobrino, huérfano por obra de su tío, Michael vuelve a jurar ante su ahora esposa que nada ha cambiado.

Luego, entra a su despacho, donde lugartenientes de su difunto padre hacen fila para ir besando, uno a uno, el anillo del joven Rey León, ungiéndolo como nuevo Padrino. Música clásica. Mirada triste de mujer lánguida y resignada. Cierre de puerta. Varones a solas. Oscuro final. Lluvia de Oscar. 

Mis tíos admiraban con devoción esa película, llegando a tomar apuntes mientras la veían. Para muchas familias políticas del Ecuador, “El Padrino” es una obra didáctica sobre la lealtad familiar específicamente masculina, pacto patriarcal resguardado también por mujeres como Lady Macbeth, Barbie, Agripina y la Madre Teresa de Calcuta.

Michael Corleone, interpretado por Al Pacino, en El Padrino, de Mario Puzo.

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Desde Jaime Roldós hasta Rafael Correa, Ecuador lleva medio siglo optando por la juventud. Sin embargo, politólogxs profesionales del marketing político despolitizador de la política, nos están vendiendo una lectura de la primera vuelta electoral de 2023 como un quiebre generacional y un adiós al pasado que la ciudadanía estaría, al fin, enterrando.

No dudo del peso de lo bautizado por el pensador italiano Franco Bifo Berardi como generación post alfa, un fenómeno mucho más complejo, imbricado por múltiples enajenaciones.

Pero las ominosas genealogías político-empresariales de “lxs jóvenes” Luisa González, Daniel Noboa y Jan Topic claman deconstruir interpretaciones apresuradas y superficiales, postuladas ya ante casos como los del mismo Correa o Ruptura 25, una cofradía de jóvenes que, desde su mismo nombre, venía a romper con el ayer, para en realidad reproducirlo con ellxs al mando.

Alemania, país ejemplar en la tramitación de su Historia, resolvió en su momento conservar ruinas bombardeadas de edificios del III Reich, buscando no tanto “recordar acciones que no deberían repetirse en el futuro”, como aclarar sus vínculos con un presente y un porvenir donde cada generación habrá de convivir con sus consecuencias.

Así, el fascismo no es una pieza de museo, sino un fantasma constituyente de nuestros afectos.

Daniel Noboa, el oligarca 3.0, ha sido muy estratégico en el manejo del espectro (la imagen y la memoria) de su multimillonario padre, Álvaro Noboa Pontón, el oligarca 2.0 cinco veces frustrado candidato a la presidencia.

Líder del Movimiento ADN, doble guiño mesiánico al peso de su estirpe y al carácter caciquil de su modus operandi (Acción Democrática Nacional es un acróstico infantil de Ah, Daniel Noboa), ha administrado a cuentagotas los memes con que usuarixs de redes sociales lograron, sin querer queriendo, blanquear la corrupción de su progenitor.

A lo largo de dos décadas fuimos dulcificando a Álvaro hasta volverlo un inocente payaso involuntario, una caricatura fácil de mirar por encima del hombro, que terminó por invisibilizar-enterrar por completo al explotador de sus trabajadores, al especulador sistemáticamente beneficiario de información privilegiada, y al pirata que apoyado en el poder político de Abdalá Bucaram se agenció la herencia de su padre, Luis Noboa Naranjo, el oligarca 1.0.

Figura clave de nuestra desigualdad colonial contemporánea, y paradigma criollo del self made man ecuatoriano, el abuelo de Daniel amasó su fortuna haciendo harina a los demás, evadiendo impuestos a mansalva (esto es: robando a sus conciudadanxs), y en menos de medio siglo forjó una dinastía de pedigrí tinturado.

Tramitador sapo y arribista, rebasó por la derecha a los agroexportadores “gran cacao” para quienes trabajaba, una vez aprendidas y mejoradas sus artimañas: en un solo viaje, cualquiera de sus embarcaciones mercantiles cambiaba de bandera más veces que sus tripulantes de calzones.

Despectivamente descalificado como “cholo con plata” por la misma oligarquía seudo aristocrática que, a golpe de talonario, le perdonó su origen y piel trigueña, esas mismas clases lo erigieron, una vez vuelto archimillonario, filántropo de las artes, empresario del siglo y paladín de la competitividad y la libre empresa.

Nos falta una serie de Netflix sobre esta prehistoria de las tropelías de la rutilante tía Isabelita, la princesa Noboa, y sus vasos comunicantes y transversales a los gobiernos de Correa, Moreno, Lasso y los que vengan, con todo y su corte de súper sobrinos, súper yernos y súper amigos de los alcaldes Nebot, Aquiles o cualquier otro potencial recalificador de terrenos.

Nuestras élites, incluyendo a emblemáticos rectores universitarios de izquierda y de derecha, lo saben todo, todo acontece en sus narices, pero prefieren mirar a otro lado y fotografiarse con este jet set de la concupiscencia. El arte de enterrar el pasado consiste en maquillarlo.

Al revés del sacrificio postulado por las imágenes narcóticas de Marvel, el prestigio de Tony Stark sólo precisa de la complicidad del establecimiento y la desmemoria de los pueblos.

Daniel Noboa, en Manabí, la tarde del 27 agosto de 2023.

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En el asombroso éxito de Daniel-Michael Corleone hay mucho de ajuste de cuentas y eterno retorno, concretamente al momento en que la mayoría optamos por Correa en la segunda vuelta de 2006, por terror a lo que su padre Álvaro, el oligarca 2.0, haría en el poder.

No sabíamos todavía que un gobierno auto denominado socialista y con profesores de la FLACSO, la Universidad San Francisco o el Instituto de Altos Estudios Nacionales podía ser igual o peor de voraz, obsceno, sanguinario y extractivista que uno de Industrial Molinera (como el de León Febres-Cordero, insolente recadero del oligarca 1.0).

Si tal afirmación les parece exagerada, favor consultar los archivos de Acción Ecológica o la CONAIE sobre la represión, expolio y masacre extractivista; los informes de derechos humanos en 10 años de despotismo ilustrado; los catálogos de persecuciones y exterminios humanos e institucionales del correísmo realizados por Plan V o “La revolución malograda”, de Ana Karina López y Mónica Almeida; o las crónicas de violencias contra mujeres, pueblos y migrantes de Cristina Burneo Salazar en “Historias de desobediencia”, entre muchísimas otras fuentes documentales de la falta de sindéresis con la ilusión que el socialismo del siglo XXI, sin embargo, sigue despertando en grandes sectores de un país secuestrado por la inequidad.

Acabamos, además, de atestiguar una cruel muestra de la ética de la Revolución Ciudadana (RC, otra coincidencia caudillista con las iniciales de su respectivo cacique): su conducta en torno al magnicidio del candidato presidencial Fernando Villavicencio.

No sólo intentaron descalificar a su reemplazo, en base a una mentira y al límite de los tiempos institucionales, faltando por completo al luto y al mínimo decoro, sino que promovieron una millonaria campaña en medios internacionales, donde se presentaban como las grandes víctimas y los mayores perjudicados del silenciamiento eterno de su mayor crítico y adversario.

Narciso patriarcal de libro, e inmortalizado en caricaturas de Bonil pisándose su propia lengua mientras boxea contra un saco de arena que resulta ser su propio hígado, Rafael Correa llegó a afirmar que el móvil del asesinato del periodista, cuyas investigaciones lo convirtieron en prófugo de la justicia, era que RC no triunfase en una sola vuelta.

Sus feligreses comprendieron ipso facto la justicia y necesidad de tal razonamiento: hacer contrapeso a las sospechas de los villistas, que lxs señalaban como principales sospechosxs intelectuales, o al menos grandes beneficiarixs, del crimen. Así quedamos empate, parecían decirnos.

Mientras tanto, literalmente en Ciudad Gótica, Amy Goodman, vaya ironía de apellido, le regalaba al candidato vicepresidencial de RC, Andrés Arauz, un publirreportaje disfrazado de entrevista en Democracy Now, una suerte de la FOX de Trump del socialismo del siglo XXI.

Con serenidad profesional de burócrata de la banalidad del mal, la presentadora estrella fingió desconocer la historia reciente del Ecuador, y con total impunidad permitió a Arauz vender un relato donde RC y su archienemigo Villavicencio resultaban ser “de un pájaro las dos alas”.

No hace falta apelar a la dictatorial ley de medios del correísmo para sostener cuán inadmisible resulta escupir a un muerto, un crimen que no debería olvidarse fácilmente.

El candidato presidencial Fernando Villavicencio participa en un mitin de campaña, minutos antes de ser asesinado hoy, en Quito (Ecuador). Villavicencio fue asesinado este miércoles durante un tiroteo mientras realizaba una acto de campaña en un céntrico sector de Quito. EFE/ STR

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Ecuador no es un estado fallido, sino algo peor. Su crisis es más molecular, subcutánea e íntima.

Tendremos que agradecer a los movimientos que apoyaron las candidaturas de Villavicencio y luego de Christian Zurita, el recordarnos que Correa y sus adláteres no son lxs -únicxs- malxs de esta película.

Algunxs partidarixs y parientes del asesinado “don Villa” no hallaron mejor relación con su legado que intentar vampirizar su cadáver y proyectar desde su tumba su carrera política, reproduciendo la criminal pesadilla histórica del PRE y la crueldad desquiciada de la propia RC, ambas organizaciones, en sus orígenes e incluso ahora, colmadas “de gente buena”.

Que uno de los escenarios de la batalla por los restos de don Villa se llamase precisamente así, “Gente Buena”, no sólo es una ironía, sino un signo desde el vamos de la falta de complejidad con que lxs viejxs y lxs nuevxs operadorxs piensan y actúan la política en Ecuador.

Antes del imperio visible del narco ya éramos una sociedad con códigos de convivencia fracturados. “Por lo demás -escribió el poeta y ensayista guayaquileño Mario Campaña, en un texto casi tan terrible como este: “Ecuador, ¿cuándo y por qué se va demasiado lejos?”-, los ecuatorianos tenemos muchos motivos para la esperanza”.

Más allá de seguro conocer el desprecio de Cioran y Nietzche hacia la esperanza, como un mal que prolonga el sufrimiento a través de la ilusión, no creo que Mario, desde su longevo auto exilio, una distancia que habilita a pensar con más oxígeno, haya querido burlarse o engañarnos, sino más bien abrazarnos y provocarnos.

Después de todo, en medio de tanta violencia y atropello, la mayoría seguimos intentando trenzar pequeñas y asombrosas historias de afecto, cuidado y placer.

Hace casi un siglo, en “El tamaño de mi esperanza”, apenas su segundo libro, Jorge Luis Borges escribió: “Nuestra famosa incredulidá no me desanima. El descreimiento, si es intensivo, también es fe y puede ser manantial de obras (…) Una incredulidá grandiosa, vehemente, puede ser nuestra hazaña”.

En un país donde los narcos en sus ruedas de prensa han incorporado con pulcritud y solvencia el tono solemne, la cívica del simulacro y la retórica del adefesio, hegemónicas en consejos de judicatura, cámaras de comercio o escuelas, no hace falta rogar que, votes nulo, por Luisa o Daniel, votes con incredulidad. Pero sí que te alegres, y no te deprimas por ello.

Incredulidá borgeana es lo que les faltó a lxs operadorxs y lugartenientes del primer Correa, ya no digamos el segundo, tercero y cuarto, amigxs de Daniel Ortega; pero también a don Villa,respecto a su propio poder como único elemento de cohesión entre amistades e intereses de tan distinta ralea.

Supongo que la incredulidá se resiente cuando empiezas a andar en autos híbridos 4×4 o un estadio entero te aplaude, pero también cuando asociamos eso a la riqueza: según Bifo Berardi, el de la generación post alfa, la revolución del futuro será una de sujetxs satisfechxs en sus necesidades básicas, ricxs en tiempo y afectos.

La candidata presidencial del correísmo, Luisa González, en una foto de su página de Facebook.

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