Yo ya no pertenezco a ningún ismo (?) 

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Hay frases que caracterizan un pueblo, la gente de un lugar o cierto género de personas. La de Fito (el músico, no el criminal), yo ya no pertenezco a ningún ismo, bien puede decir mucho del ser políticamente volátil e inmaduro que es el ecuatoriano. 

Los ismos de hoy y de ayer se mantienen. Capitalismo, comunismo, socialismo, liberalismo, neoliberalismo, garantismo, centrismo, y la lista continúa. La cuestión es que el ecuatoriano no se entrega a ninguno (lo que aplaudo), pero no por autonomía ni porque el pensamiento ideológico se presente como una aberración para la honestidad intelectual y la búsqueda de la verdad, sino porque en esta tierra gobiernan las emociones (lo que no aplaudo). 

Aunque, en este afán de bosquejar el perfil político del ecuatoriano, al trazar líneas más delgadas, encontramos que no se trata de evitar que el pensamiento le declare amor a un determinado sistema y se case con todos sus postulados. Al contrario, es más bien un emperro, una actitud de rehusarse a ejercer la inteligencia. Las razones pueden ser variadas, internas y externas, pero eso no importa ahora.  

Victor Hugo veía en el gorrión la forma de estudiar al águila. Para él, observar a la gaminería, al pilluelo parisino, era la manera de entender la ciudad. Siguiendo el método opuesto, en el caso que nos ocupa, es lo general lo que nos hará entender lo particular. Somos un colectivo volátil, capaz de cambiar encuestas de un día a otro, porque no nos identificamos con ninguna idea ni con quienes las representan. Y, en consecuencia, le entregamos nuestra lealtad a cualquiera que ofrezca alimento para nuestras emociones. 

Hay que agregar que, a menudo, quienes se muestran apáticos por el fenómeno político, lo son no por una libertad superior sino por una esclavitud pasional. Ahora bien, si nadie nos emociona con suficiencia, entonces escogemos la rebeldía como forma de protesta. Nos desentendemos de nuestras responsabilidades y dejamos en otras manos las riendas de nuestro futuro. En efecto, es lo que haría un niño y es lo que hacemos con nuestro país.  

 En conclusión, es evidente que el pueblo ecuatoriano se encuentra atrapado en sus emociones, renunciando a la responsabilidad intelectual y cívica. Para ser un país adulto, es esencial que dejemos de permitir que nuestras emociones dicten nuestras decisiones políticas -causando que nos comprometamos con una ideología, o nos desentendamos de nuestros deberes- y, en cambio, adoptemos un enfoque más reflexivo y decidido. Solo al liberarnos de la esclavitud pasional y asumir una posición de madurez intelectual podremos contribuir de manera efectiva al desarrollo y la estabilidad de nuestro país. 

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