
Guayaquil, Ecuador
Lo siento Andrés Neuman, Jordi Serra i Fabra, Laura Restrepo, Mariuxi Balladares, Miguel Molina, Ernesto Carrión, Mariella Manrique, María Paulina Briones, María Cecilia Velasco, etc.
En la Feria del Libro de Guayaquil 2023, constituida por decenas de escritorxs de enorme valía, el terror es Agustín Laje, y la miseria es Orlando Pérez.
Ubicados en antípodas ideológicas, aun sin conocerse, el uno no podría vivir sin el otro.
El fascismo anarcocapitalista de Laje se nutre como chinche de las líricas revolucionarias de Pérez, cuyo socialismo del siglo XXI sería nada sin el negacionismo de la desigualdad a lo Laje.
Guardián de las esencias de Milei, Laje es un sofista capaz de argumentar que negros y demócratas fueron los culpables de la muerte de George Floyd, aunque todos viéramos a un policía racista asfixiarlo.
Y Pérez es un sicario de tinta, célebre por violar sistemáticamente y con total impunidad la misma Ley de Prensa con que su régimen sojuzgó a sus colegas durante 10 años.
Laje evangeliza a la ignorante burguesía conservadora, no sólo guayaquileña, y a clases medias reaccionarias aterrorizadas por Dios y el feminismo.
Pérez es un desvergonzado maltratador de mujeres, a quien cierta intelectualidad de izquierda, no sólo quiteña, soporta en nombre de Dios, es decir: de Correa.
Y mientras para Laje la libertad es un concepto unívoco y cerrado, patrimonio exclusivo de liberales de derecha, para Pérez justicia es lo que hagan él, su líder y su partido.
Ambos creen en los derechos humanos sólo cuando sus adversarios los violan.
El problema no es la pluralidad, sino la calidad de la divergencia y la convivencia, precisamente entre alteridades e infinitas posibilidades de contradicción con una misma.
Heidegger llegó a filo nazi, pero era Heidegger: su filosofía, articuladora de los avatares del pensamiento en el siglo XX, colisionó y sigue colisionando con sus posiciones coyunturales.
Y Gabo abrazó lo mismo a Fidel que a Salinas de Gortari, pero Cien años de soledad o Noticia de un secuestro, por citar sólo dos ejemplos, hablan mejor que sus cabildeos sociales.
Si abogásemos por la cultura de la cancelación, quizá media feria del libro estaría tachada, tan sólo por el machismo compartido por tanta celebridad de conspicua trayectoria literaria.
Se trata, más bien, del derecho y el placer de cultivar la crítica, elemento clave para la creación y la democracia tan poco practicado en nuestro medio y nuestros medios.
Como dijo Antonio Machado: “La libertad no consiste en poder decir lo que se piensa, sino en poder pensar lo que se dice”.
El jueves 14 de septiembre Romina Muñoz Procel, directora del Museo Nacional (MUNA), inauguró la muestra “Judith Gutiérrez. Otro paraíso” con un discurso que le costó su puesto.
Quienes deseen, pueden leer en sus redes sociales esa serena y firme crítica a gobiernos, ministerios y otros agentes responsables de la pérdida de nuestra cultura y patrimonio.
Y es que desde que el Ministerio de Cultura recibió sus bienes del Banco Central hace 16 años, el MUNA no sólo carece de recursos: ni siquiera tiene una propia sede. Repito: 16 años de esto.
Como en tantos otros frentes, pareciera que la institucionalidad cultural es más un simulacro a mantener que un compromiso a cumplir, gobierne quien gobierne.
Por eso en su discurso Romina no atacó a nadie en singular, sólo relacionó las perspectivas poéticas y vitales de Judith con un pertinente llamado a la transparencia y la discusión pública.
Pero en la conventual Quito y el colonial Ecuador eso resultó completamente inapropiado, y en lugar de suscitar un debate, mereció un cese cobarde y arbitrario.
María Elena Machuca, ministra de Cultura, ni siquiera dio la cara: el cese fue notificado administrativamente por una tecno burócrata de finanzas. “Y aquí no ha pasado es nada”.
Haciendo caso omiso de los cientos de adhesiones a Romina en redes sociales, algunos periódicos se limitaron a reproducir, vía agencia EFE, el boletín oficial del Ministerio:
“Otro Paraíso: La Brillante Resurrección de Judith Gutiérrez en el Museo Nacional”, adoptando un titular tan involuntario como irónicamente insultante: “Una muestra apunta al rescate de la memoria”.
¿Cómo puede hablar así un periódico sin mencionar una gota del conflicto? Como si su tarea y la del propio Ministerio consistiera en confinar la rebeldía ejemplar de Judith al pasado.
Pero no sólo la propia potencia de la exposición -concebida y articulada por la propia Romina- habla de Judith y de los desafíos de nuestra memoria y nuestro presente de otras maneras.
“Estamos acostumbrados a que nos cuenten nuestra historia sin hablar de los conflictos, ni de qué intereses están en juego”, dijo Manolo Sarmiento en el Museo Por Venir hace un año.
Una respuesta anticipada y siamesa a la brindada por Romina cuando le insistí si de verdad ningún medio, fuera de la solidaridad de las redes, se había hecho eco de su violento despido:
“Es que no hay medios. Eso es parte de la voz y de la falta de músculo político de la ciudadanía”.
Hace 20 años Tina Zerega afirmó, no sólo sobre el modelo socialcristiano en Guayaquil: “Aquí no hay ciudadanxs, aquí hay súbditxs”.
Bajo esa perspectiva, no sólo la revolución ciudadana consistió, en una sociedad acrítica, en una revolución de súbditxs en pos de nuevos amos.
Mientras me pregunto si en esas seguimos, demos la bienvenida a nuestro reino de todavía a los petimetres de Laje y Pérez: nuestra servidumbre les honra y está a su altura.
