
Quito, Ecuador
1.
A la izquierda, el karaoke, frecuentado por unos gringos nostálgicos de los sesenta; a la derecha, la fiesta de quince años de Nayerli. “Solo hasta las diez de la noche” -son las ocho- nos dice, refiriéndose al karaoke, el inquilino de la casa donde nos hospedamos en Olón. ¿Los quince años? “Hasta las seis de la mañana”, amenaza el D.J. Henrry.
Excepto abandonar la casa, no hay salvación posible del fuego cruzado: The Doors a la izquierda; y el “Tu-ta-tu-ta” a la derecha.
“¡Viva la familia Domínguez!”. “¡Viva la Basilio Reyes, la Tomalá!”, aúlla, eufórico, el D.J., en medio de la calle que han cerrado para celebrar la fiesta. “¡Gracias, Ecuador!”. “¡Qué bonita bandera!”. “¡Una bulla, rencorooosos!”. “¡Un silbidooo!”, grita, y los invitados silban.
A las cuatro y quince de la mañana del día siguiente, “Las mañanitas”, coreadas por los invitados que quedan, opacan el canto de los gallos. Se viene, entonces, “La hora loca”, pero primero, “directamente de la Perla del Pacífico”, una mujer borracha, que casualmente cumple un año más de matrimonio, “Veintisiete años de ilusión, emoción y decepción”, según el D.J., canta una pieza de la mexicana Ana Gabriel y, antes de que le silencien el micrófono, hace una declaración de amor a su marido: “¡Cómo te amo, mi amor!”. “¡Cómo te amo, hijueputa!”.
A las siete y media de la mañana temo que la fiesta no acabe nunca, pero acaba a las ocho y diecisiete. Solo entonces escuchamos el rumor del mar.
“Hombre desequilibrado por la falta de sueño pasó a cuchillo a los invitados a una fiesta de quince años. Hizo picadilllo al D.J.”, es un titular que ya no aparecerá en la prensa nacional.
2.
Sentado a la mesa mientras ordeno el desayuno, mi perspectiva de contrapicado me permite advertir un detalle fuera de lugar en la camarera, en cualquier camarera: un diminuto moco color crema no deja que aparte la vista de la fosa derecha de su nariz. Cuando nos sirve el desayuno ya ha desaparecido.
El perro lanudo que trota al lado de su dueño en la mañana tropical está más fuera de sitio que el moco de la camarera, pero no tanto como la familia cuencana que, empeñada en sacarle toda la rentabilidad posible al día de sol, ha recorrido todos los restaurantes de la zona, pidiendo, por boca del padre -atentamente vigilado por su esposa- que les den lo que tengan preparado, “pero ya”.
La camarera del lugar donde desayunamos le responde que no tiene nada hecho y que lo que ordenen tendría que prepararlo. La familia, enojada, se retira a perder tiempo -pretendiendo ganarlo- en su absurdo peregrinaje.
Los turistas casi siempre están fuera de sitio. Y los pueblos que viven de esta actividad se han visto obligados a transformarse adecuándose a sus necesidades. Cuando sus pobladores se dan cuenta de las renuncias que han realizado, ya no hay nada que hacer: los turistas se han tomado la plaza.
Uno de los grandes problemas de turismo es que el turista y el lugareño no llegan a encontrarse. Antes bien, el primero termina expulsando al segundo de parte de su territorio. La zona turística es un lugar apto para el negocio, pero no para la residencia y el disfrute de los nativos. Repárese si no en la situación de Las Ramblas de Barcelona, paseo tradicional de los barceloneses, recorrido ahora solo por turistas.
La gente de Olón es muy civilizada. Todo el mundo saluda, incluso a los desconocidos, y el vendedor de pan y rosquillas de Ayampe no deja ir a sus clientes sin la yapa correspondiente. Quien ha recibido la yapa siente que más que una mercancía ha recibido un regalo. Y dar un regalo, por los sentimientos que despierta y los lazos sociales que crea, es un acto más civilizado que vender. Este acto reúne al turista y al lugareño en el mismo sitio. La yapa, la que se da con ánimo desinteresado, es una forma de aproximarse al otro. El agradecimiento consiguiente sella el encuentro.
¿Qué rasgo me diferencia de manera decisiva de los habitantes de Olón? El color excesivamente blanco de mis tobillos: un fuera de lugar mil veces más evidente que el de Enner Valencia en el partido de inauguración del mundial de Qatar.
