La alegría de votar (el día de la marmota)

Santiago Roldós

Guayaquil, Ecuador

“Voy a elegir entre lo malo y lo peor”
Antonio Aguirre

Llevo dos semanas intentando escribir algo que contribuya al debate en el Ecuador actual. Pero en Ecuador el debate, al menos el público y el macro político, prácticamente no existe.

Nos lo mostraron en cadena nacional tanto lxs finalistas de la segunda vuelta como el mismo “comité de expertxs” que preparó un cuestionario metafísico, tecnocrático y apolítico.

Que dicho comité se creyera en Londres, con la que está cayendo aquí a la vuelta, confirma el imperio en nuestro país de la ignominia, etimológicamente: la pérdida del propio nombre.

Aquí, elección implica náusea; democracia, sufragio obligatorio; política, bolsas de valores y de testículos; y la justicia, chantaje, chanchullo, arbitrio mafioso, meada en la cara, cagarse en tus muertos.

Es lo que llamamos “crisis institucional”.

Por eso un amigo “de derecha” -él se percibe de centro, pero tu ideología la determinará tu contrario-, afirma que más importante que la elección de presidente será la de contralor.

Y otro amigo, socialdemócrata a su pesar -siempre se soñó revolucionario-, clasifica a sus amistades de izquierda en dos categorías: lxs que lo mandarían a fusilar, y lxs que no.

Avalan tal sabiduría historias distantes como la de Meyerhold, héroe teatral de la revolución de octubre asesinado por camaradas bolcheviques, convertidos en burócratas serviles de Stalin.

O próximas, como la del antimperialista Noam Chomsky asesorando a sátrapas del siglo XXI para que no afecten los intereses de los militares, a cambio de sostenerse en el poder.

Así, tras el fracaso de la “Real Politik” y las monstruosidades engendradas por las utopías, habrá que optar por hacer primar los afectos, los cuidados y la decencia.

No la decencia de algún candidato, inexistente no sólo en esta contienda, sino la decencia de los propios actos.

Qué palabra cargada de historias de mierda y moralina, para el feminismo, el teatro épico o la contra cultura: decencia. Rima con supervivencia, carencia y obsolescencia.

¿Por qué se me presentó esa casi mala palabra en el debate interno (ese que existe a cada segundo en nuestro fuero) sobre cómo votar en la pesadilla recurrente de la segunda vuelta?

Como todas las demás palabras y las cosas, resulta que “decencia” es un término más bien polisémico, y por ende problemático y generoso, es decir ambiguo.

Entre otros significados y significantes, decencia se asocia al aseo general, a la compostura física y moral y al adorno correspondiente a cada persona o cosa.

En su segunda acepción, parece implicar a una unidad o conjunto de virtudes: el recato, la honestidad y la modestia (demonios, ¿con dos de tres no podrás considerarte decente?).

Y, finalmente, siempre según la conservadora RAE, la decencia supone dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas y las cosas.

Ésa última me gusta, por pragmática, por más próxima a la ética.

Se relaciona además con la raíz etimológica, valga la redundancia, del vocablo latín decet, vinculado a las cualidades de lo “apropiado” y “conveniente”, lo que puede sentar bien.

Tal es mi inicio de respuesta a la catarata de whatsapps de amigxs de izquierda sin fusil preguntándome desde temprano: “¿ya decidiste cómo votarás mañana?”

Pues sí. Debatiéndome entre dos in-decencias.

La decencia ideal del voto nulo, frente a la decencia material y concreta de defender la democracia, aunque moribunda y formal, pero sobre todo la preservación de la vida de unos afectos, no sólo cercanos, amenazados por el cartel de Correa.

Amigxs de fuera y ex amigxs de dentro tal vez no podrán comprender esto, porque según yo tienen un velo en sus ojos: el velo del discurso, el velo de la fe, el velo del binario, el velo de la Historia entendida como una guerra bipolar donde resulta imposible que Daniel Ortega o Rafael Correa realicen funciones similares a las del Plan Cóndor en los 70.

Quizás en este punto resuene pertinente la respuesta de Hannah Arendt a los intelectuales judíos críticos por su supuesta falta de entendimiento de los móviles del Estado de Israel: “En esto tienen ustedes completa razón: la injusticia cometida por mi propio pueblo desde luego me altera más que la injusticia cometida por otros pueblos”.

De manera más prosaica, documentemos nuestro estado de ánimo electoral con el testimonio de un taxista, votante popular de “lo peor”; y el de una profesora, votante clase media intelectual de “lo malo”.

“Voy a votar por Luisa porque si es verdad que ese señor (Correa) pactó con las mafias, entonces lo que más nos conviene es que vuelva para que ya baje la violencia”.

“Creo que el cartón (Noboa) se va a ir cuando termine su periodo, a los otros no los saca nadie y les gusta mucho la venganza, perseguir a la gente, desalojar, reprimir y despilfarrar el dinero del IESS”.

Si tradicionalmente la alegría se manifiesta como imposible ante los comicios, tengamos al menos el coraje de la coherencia con nuestra obligada tragedia e ignominia, ofreciendo resistencia y madurez en la medida de lo posible.

Quiero creer que la mayoría de la gente que votará por Luisa no es consciente de su contribución a la persecución y la guillotina.

Nada que reclamar a quienes anulen. Si acaso decirles, sin ironías y con afecto: envidio su privilegio.

Si Daniel Noboa triunfase, sería vital que, a diferencia de Lasso, y por su propio bien y el del país, jamás olvidase que no votamos por él, sino en contra del poderoso cartel aglutinador de los demás carteles. Tal es nuestro esperpento.

Fotografía cedida por el Consejo Nacional Electoral de la candidata presidencial del movimiento Revolución Ciudadana, Luisa González (d), junto al candidato Daniel Noboa (i) durante el debate presidencial en las instalaciones de Ecuador TV, hoy en Quito.

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