
Guayaquil, Ecuador
El candidato del kirchnerismo, el ministro de Economía, Sergio Massa, acaba de llegar primero en la primera vuelta en Argentina, con el 36% del electorado, en unas elecciones en que los votos del anti-kirchnerismo (dividido entre Javier Milei y Patricia Bullrich) sumaban juntos poco más del 50%.
Nada nuevo bajo el sol. En el Ecuador, hace poco más de un mes, la candidata del correísmo, Luisa González, llegó también primera en primera vuelta con un porcentaje similar al de Massa, alrededor de un 32%, frente a otros seis contendientes, todos de alguna manera opositores del correísmo, pero que no dudaron en enfrentarse los unos a los otros con la consigna de entrar con Luisa en la segunda vuelta.
Daniel Noboa ganó, como probablemente ganará Milei en Argentina, al sumar los votos del anticorreísmo; solo para encontrarnos, una semana después del triunfo, con que los más probables aliados del nuevo presidente electo podrían ser precisamente los corrreístas, esto es, aquellos contra los que votó el electorado que llevó a Noboa a la victoria.
Es como si Milei, a la semana siguiente del triunfo, recibiera el apoyo público de Massa, y le ofrecieran su votación en el Congreso (una nada despreciable primera minoría) para aprobar la dolarización a cambio del apoyo de Milei a que se extingan las causas judiciales que se siguen en contra de la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Uno podría creer que Argentina, y la América Latina toda, se conmoverían hasta el alma si Milei termina aliado con Massa, ofreciendo impunidad para Cristina Fernández, a cambio de los votos para la dolarización. Sería señal de una grave crisis moral institucionalizada en la esfera pública. Sería una vergüenza internacional. Pero en el Ecuador de estos días, líderes de opinión, analistas, e incluso políticos, admiten esa posibilidad como algo de lo más normal.
“Si no acepta, le pasará lo mismo que le pasó a Lasso”, argumentan. Esto es, un bloqueo inmisericorde, cuatro intentos de destitución en dos años, dos levantamientos indígenas, una media decena de masacres carcelarias y quizás, acaso, una sospechosa matanza en las calles, algo que no ocurría en el Ecuador antes que Lasso asumió el poder negándose a compartirlo con ellos.
Es difícil creer que el presidente electo pudiera ceder a ese chantaje. Pero no conocemos quiénes integran su equipo político. Y uno puede suponer que unos asesores demasiado jóvenes no conozcan el pasado reciente y no sepan, o no recuerden, que el presidente Lucio Gutiérrez se cayó tras llegar a un acuerdo con el Partido Roldosista, para conformar una mayoría en el Congreso, a cambio del retorno del expresidente Abadlá Bucaram, exiliado en Panamá.
La ira de la clase media quiteña se expresó de inmediato en las calles. Se autoconvocaron en la Shyris. Y enrumbaron como unos forajidos hacia la Plaza Grande, día tras día, hasta que Lucio terminó huyendo en un helicóptero desde el tumbado del Palacio de Carondelet. Y eso que «los forajidos» no habían votado por Lucio para evitar el triunfo de ningún títere de Bucaram.
Para los que argumenten que un año y siete meses de gobierno es demasiado poco para temer una revuelta de esa magnitud, basta con recordarles que esa misma clase media tumbó a Bucaram a los seis meses de haber asumido el gobierno.
Ni siquiera es necesario que haya un líder. No lo hubo en la Revuelta de los Forajidos ni en la que tumbó a Bucaram. Bastaron unas Fuerzas Armadas celosas de la moral pública. Y una vicepresidenta, o un vicepresidente, dispuestos a sacrificarse por la democracia. No todo el mundo es Alfredo Borrero.
Así que es posible que el equipo político de Daniel Noboa, que todavía nadie sabe a ciencia cierta quién es, ni quién lo dirige, esté cometiendo un grave error al aceptar la alianza con el correísmo, y propicien que el joven presidente electo pierda de entrada, no solo su capital político, sino también la gobernabilidad en las calles, toda posibilidad de reelección, y lo que es más importante, el respeto de buena parte del electorado que votó por él.
