Entre el ajedrez político y la necesidad de una nueva cancha

Gustavo Izurieta

Guayaquil, Ecuador

En el desconcertante tablero político ecuatoriano, estamos asistiendo una vez más, a una recurrente partida de ajedrez donde los jugadores (cada uno con su historia, sus ambiciones y sus intereses) son conocidos y sus movimientos bastante predecibles.

Cuando el presidente saliente ascendió al poder en 2021, trajo consigo la esperanza de un cambio, pero su alianza con la vieja partidocracia sembró la semilla de la desconfianza. Intentaron, junto al movimiento de los revolucionarios, un acuerdo para asegurar la mayoría legislativa. Sin embargo, la sociedad ecuatoriana, vigilante y crítica en ese momento, rechazó esta maniobra. Seguramente unos tenían intereses en designar autoridades a su antojo, mientras otros buscaban la impunidad de sus actos de corrupción.

Ahora, la historia se repite con el nuevo inquilino del Palacio, pero el clima de opinión en el Ecuador parece más permisivo. Como si existiera una licencia para sentarse con actores que conspiraron en el pasado reciente, bajo el pretexto de la gobernabilidad. En ese sentido, y ante las desalentadoras noticias, es momento de reflexionar sobre la dirección que está tomando nuestro país.

Hace dieciséis años, un expresidente tuvo la valentía de desafiar al establishment, convocando a una asamblea constituyente que finalmente promulgó la constitución del 2008. La misma que hoy padecemos. Aunque polarizador, su proyecto político tuvo un amplio apoyo popular y una visión ambiciosa para combatir a las viejas oligarquías y la corrupción arraigada.

Sin embargo, ni el presidente saliente ni el nuevo inquilino han demostrado la valentía necesaria para enfrentar a estos grupos poderosos. Aquí vale la pena preguntarse, ¿Es la falta de coraje o su arraigo en el establishment lo que les impide actuar con determinación? Históricamente, el establishment ecuatoriano, con sus décadas de entrenamiento en colegios de élite, barrios privados y clubes exclusivos, parece incapaz de confrontar o combatir a sus adversarios, limitándose a acaparar sus espacios de poder, o a pactar con ellos, cuando las cosas se empiezan a salir de control.

En ese sentido, la persistente desigualdad en Ecuador ha sido tradicionalmente examinada desde la pobreza, la marginación y la exclusión. Es decir, desde abajo para arriba. En contraste, pocas veces en el debate público nacional, la desigualdad en el Ecuador ha sido analizada desde arriba hacia abajo, desde la riqueza y el poder. La tarea es empezar a mirar ahí. Aunque parezca complejo y a ratos, impenetrable.

El mentalizador de los revolucionarios, a pesar de sus errores, no pertenecía al establishment y tuvo la valentía de desafiar al sistema. Precisamente, su proyecto político nació de un histórico resentimiento contra las oligarquías que indudablemente abusaron del país. Sin embargo, la receta del socialismo del siglo XXI resultó notablemente equivocada. Quince años después, ese proyecto dio como resultado, la realidad de un país sumido en la mediocridad y en la decadencia.

Es hora de que los ecuatorianos pateemos el tablero y rompamos con las ataduras del viejo y el nuevo establishment. ¿Cómo? Convocando a una constituyente. Este acto requiere valentía, pero es necesario para cambiar las reglas del juego y construir un país próspero y pujante. Tenemos que entenderlo de una vez por todas: Ecuador no puede ni podrá salir del colapso económico, político y social en el que se encuentra, con las macabras reglas de juego del socialismo del siglo XXI.

El reto es monumental, y la tentación de huir de esta cruzada puede ser abrumadora. Lastimosamente, los grandes damnificados son los ecuatorianos que han construido sus vidas en Ecuador. Los pactos espurios de los políticos de turno, dan cuenta de que es sumamente complejo seguir confiando en los proyectos políticos que nacen desde las grandes chequeras.

Las soluciones y las nuevas voces deben venir desde la clase media y los sectores populares, aunque ciertamente es difícil despertar políticamente cuando la realidad de muchas familias ecuatorianas pasa por deudas apremiantes, la complejidad cada vez mayor de parar la olla y como consecuencia, la tentación de migrar es cada vez más una opción para considerar.

En este contexto de desangre, Ecuador necesita una causa ciudadana, una estrategia ambiciosa que rompa con el pasado y trace un camino hacia un futuro con más oportunidades y prosperidad. Es hora de que los ciudadanos, la verdadera fuerza motriz de este país, definan las reglas y lideren el camino hacia un Ecuador donde los protagonistas sean ellos mismos, y no los políticos de turno.

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