Rochester, Estados Unidos
Los criterios no son sino eso. Opiniones que hay que tomar con pinzas porque responden a la peculiar forma de ver la vida de cada uno de los que las redactan.
En ningún caso están esculpidas en piedra, en muchos casos son meras especulaciones, y raramente se convierten en hechos.
Hay siempre una distorsión entre la realidad y el vaticinio, pero para el agorero basta un atisbo para ratificar su teoría y esparcirla a los cuatro vientos.
Y se retira feliz hasta el próximo «acierto».
El Ecuador está repleto de opiniones y criterios de todo tipo.
El noventa por ciento de especulación y un diez por ciento de realidades palpables.
Si el País se hubiera definido en base a fabulaciones ya nos habríamos extinguido como nación.
Ahora miremos los hechos:
Mahuad, el único presidente que se atrevió a plantear soluciones de fondo, esas que han perdurado por más de dos décadas, ha sido implacablemente perseguido por haberlas tomado, aunque hayan logrado enderezar el rumbo de un estado quebrado.
El costo fue alto, pero la recuperación fue muy rápida. La hiperinflación nos habría asemejado a la de la empobrecida Argentina.
Su sucesor tampoco logró escapar del odio de uno de los tantos dueños del País, y tuvo que aislarse en la embajada de algún país amigo para evitar la cárcel.
La siguiente víctima, encumbrado en el poder por un público inmediatista, resentido y mediocre, no pudo ni supo plasmar un plan de gobierno plausible y fue derrocado sin pena ni gloria.
Su sucesor, pálido estadista, desapareció de la mirada pública a tal punto que pocos recuerdan sus ejecutorias.
Su único «mérito» fue haber dado visibilidad al infalible.
Ninguno de los antes mencionados, a parte de los dos primeros, ejecutores de la paz con Perú y de la dolarización, logró trascender por algo más que su incapacidad para ejercer el poder. Los grandes problemas permanecieron intocados, la economía se mantuvo inestable y dependiente de choques externos, sin olvidar que la política rayó varias veces en lo ridículo.
El periodo correista fue el paradigma del engaño, del populismo, del abuso de poder y de los negociados millonarios.
La bonanza del precio del crudo logró apenas ocultar el volumen del despilfarro, que terminó agravando una crisis permanente y de responsabilidad compartida con los gobiernos anteriores, por su inacción frente a los cambios del mundo y su ceguera ideológica.
Cuando se acabó la bonanza, explotó la bomba.
La salida del poder de Correa fue accidentada y sorpresiva.
Su delfín le dio la espalda a una década de complicidad y abusos. Acorralado, tuvo que huir porque fue incapaz de demostrar que las acusaciones en su contra no tenían sustento.
Prefirió exiliarse y ocultarse en un ático.
El pueblo lo ha rechazado en dos elecciones libres.
Lasso venció a Arauz y Noboa a González.
Increíblemente, no logramos mirar hacia adelante.
En vez de apoyar y respaldar a estas opciones, nos obsesionamos con una ola de radicalismos y descontento por parte de determinados sectores, que se sienten dueños de la verdad y que excomulgan a todo aquel que osa contradecirles.
Esa actitud caníbal, ególatra e irresponsable es la que mantiene vigente a la alternativa populista en determinados medios de opinión.
Como buitres al acecho, niegan todo acierto al Presidente saliente, infaman al entrante, idolatran al ausente, pretenden inmortalizar a quien fue penosamente silenciado, y no realizan lo nefasto de sus actos para el resto del país, desorientado y asustado ante la ofensiva de los rumores sensacionalistas.
La situación del Ecuador es muy delicada. Va más allá de los nombres y afecta a todos por igual.
La abulia de los líderes, empeñados en su agenda personal antes que en los verdaderos requerimientos nacionales, solamente logra aumentar el desconcierto.
Los medios y los analistas privilegian los conflictos a las realidades. Las fallas se relatan con más fluidez que las realizaciones. Se soslayan los motivos del estancamiento para no reconocer el inmenso retraso que sufre el país por la ceguera y demagogia de sus políticos.
Hoy le toca a Noboa.
Con lo que hay.
En dos años escasos.
Solo los débiles mentales y los fanáticos pueden exigir que el Ecuador cambie radicalmente en tan corto plazo. Y peor aún con un entorno destructivo y mal intencionado.
Pragmático, el nuevo presidente apuesta a lo importante, a lo urgente, y cede en el teje y maneje político. Finalmente, son los votos y no los gritos los que determinan la impunidad, las sanciones y las destituciones.
La Asamblea está en deuda con el País.
Sus actos los definirán nuevamente.
Los de siempre se rasgan las vestiduras.
Tal parece que Noboa tiene que pedirles permiso para gobernar.
No lo ha hecho y eso los enfurece.
Olvidan que los resultados se conocen al final.
Lo prudente es esperar y no adelantarse.
La especulación en un momento tan delicado es contraproducente y malhadada.
Aplaudo el silencio del mandatario . Está allí para gobernar, no para enredarse en disputas bizantinas.
A palabras necias …..