El hombre (o la mujer) del segundo lugar

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

“Razón tenía César al preferir el primer puesto en una aldea que el segundo en Roma”, escribe Marguerite Yourcenar, en sus “Memorias de Adriano. “No por ambición o vanagloria, sino porque el hombre que ocupa el segundo lugar no tiene otra alternativa que los peligros de la obediencia, los de la rebelión y aquellos aún más graves de la transacción».

La primera vez que escuché esa frase fue en 1985, en un fervoroso discurso que el entonces vicepresidente de la República, Blasco Peñaherrera, daba en respuesta al homenaje que le daban sus amigos en medio de su enfrentamiento con el presidente León Febres Cordero, que lo había aislado y relegado en su gobierno por sospechas de querer sucederlo.

Como casi siempre ocurre, esas sospechas eran infundadas. Yo tenía poco más de veinte años, no conocía la obra de Yourcenar y la frase me impactó. Y desde entonces la he recordado siempre y la recuerdo ahora en medio del enfrentamiento que ha llevado al presidente Daniel Noboa a exiliar a su vicepresidenta, enviándola de embajadora a un conflicto en el que no podrá mediar, por el simple hecho de ser ella, públicamente, partidaria de una de las partes en conflicto.

Escribo pocas horas antes de la rueda de prensa que la vicepresidenta Verónica Abad ha convocado para anunciar su decisión y no sé lo que dirá. Pero estoy consciente de que más allá de su destino, cabe reflexionar no solo sobre la vicepresidencia de la República como institución, sino sobre la figura del hombre o la mujer que ocupa el segundo lugar.

Escuché ayer a Jorge Ortiz decirle, acertadamente, a Lenín Artieda que la vicepresidencia es una institución incómoda: una persona que es elegida con la única función de reemplazar al que manda. Y que por lo general no forma parte del equipo cercano del Presidente.

Para mi, el mejor vicepresidente que hemos tenido desde el retorno a la democracia ha sido el de Rodrigo Borja. El vicepresidente Luis Parodi Valverde, a fines de la década de los ochenta del siglo pasado, fue un ejemplo de lealtad y discresión. Borja no le asignó ninguna tarea, y él entendió que su principal función era apoyar al gobierno del que formaba parte. Creo que no hemos tenido otro vicepresidente de ese talante hasta Alfredo Borrero.

Hay matices, obviamente. Gustavo Noboa Bejarano, que fue tan buen presidente como antes un gran vicepresidente, hizo dos cosas estupendamente bien. La reconstrucción del sistema vial de la costa, tras un Fenómeno de El Niño. Y luego, tomar las precauciones necesarias para, en defensa de la Constitución y la democracia, asumir el mando si el presidente Jamil Mahuad fuera derrocado, como efectivamente lo fue, por una conspiración de la CONAIE y mandos del Ejército liderados por el coronel Lucio Gutiérrez.

Yo creo que la Historia ubicará a Borrero en el papel que le corresponde: uno de los mejores vicepresidentes que han existido en el Ecuador desde 1979, que aún en los momentos más críticos fue leal al gobierno del presidente Guillermo Lasso, obediente de la ley y celoso defensor de la democracia.

Y es probable que el enfrentamiento entre la vicepresidenta Abad y el presidente Noboa, a menos de una semana de haber asumido el cargo, sirva para valorar de mejor manera, simplemente por constraste, el importante servicio a la Nación de un hombre como Borrero, que ante las alternativas de la obediencia o la rebelión no demostró más ambición que la de ser fiel a sí mismo.

El presidente de la República, Guillermo Lasso, y el vicepresidente, Alfredo Borrero, en una foto de noviembre de 2022.

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