Chile y la cuadratura del círculo

Ricardo Israel

Santiago de Chile, Chile

En columnas publicadas hace algún tiempo, me permití vincular el proceso chileno con el Síndrome de Casandra y la leyenda del Santo Grial, y la verdad es que igual que en la antigüedad, el Santo Grial (constitucional) no fue encontrado.

Votaré a favor de la propuesta constitucional que busca ser aprobada en el plebiscito de este próximo domingo 17 de diciembre, a pesar de mis críticas al hecho que permanecieron errores que venían del proceso anterior, el de la Convención, y a diferencia de Einstein, se repitieron estrategias que no resultaron, pero incomprensiblemente se esperaban resultados distintos.

Se pudo haber tomado el camino de lo dispuesto en la propia reforma que hizo posible la fracasada Convención, en el sentido que el rechazo de la propuesta haría que se obedeciera a la ley vigente, es decir, que se radicara, como es habitual en democracia en el Congreso, uno que había sido recientemente renovado.

Además, e imperdonable en democracia, no se escuchó la voz del pueblo, y en una desviación conocida como partitocracia, los políticos suplantaron al voto soberano con un nuevo proceso, con el argumento que originalmente habían existido dos plebiscitos, argumento falso porque el 62% ya lo había resuelto, desde el momento que no pueden existir procesos eternos, sin final.

Quizás, en la derecha tradicional y en la ex Concertación, predominó la fantasía que así se podría evitar la crítica recurrente al origen dictatorial de la constitución vigente, ya que, por el error de no haberse plebiscitado, nunca había sido legitimada, a pesar de sus múltiples reformas y que desde el año 2005, la firma del expresidente Ricardo Lagos había reemplazado a la del General Pinochet.

En otras palabras, aun hoy, Chile sigue tropezando con la piedra constitucional, y se apruebe o rechace la propuesta que se votará el 17 de diciembre, el proceso seguirá abierto, y simplemente no son creíbles las afirmaciones del actual gobierno y de sectores de la ultra izquierda, que no habrá un tercer proceso, y que “ahora sí” se le pondrá fin a esta búsqueda del santo grial constitucional, y que definitivamente se cerrará la puerta que abrió Sebastián Piñera, cuando ofreció una nueva constitución, sin que sus interlocutores se lo pidieran.

Hasta el día de hoy no existe una buena explicación de porque actuó así. ¿Lo hizo por cobardía? ¿Para evitar acusaciones de violación de derechos humanos? ¿Para que su gobierno pudiera terminar? Lamento que no hubiera continuado una acusación constitucional en su contra después que entregara el poder, como un mecanismo para poder responder esa pregunta.

Han sido cuatro años perdidos para Chile, trajo inestabilidad y el entusiasmo inicial sobre el tema constitucional se transformó en desinterés, y guste o no, le ha hecho daño a Chile que sale maltrecho, mal parado. Quizás, más que un presidente que no aplicó todas las normas a su alcance, el origen estuvo en la naturaleza de la violencia antidemocrática que sufrió el país, donde es indudable que pudo haber caminado hacia el barranco, y con una venda en los ojos.

Chile destaca por su capacidad para canalizar el disenso, característica que es más verdadera que el supuesto funcionamiento de las instituciones, y estos cuatro años son ejemplo de lo anterior, ya que importantes instituciones cedieron a la violencia, y solo cerca del abismo, el proceso pudo ordenarse, y salvarse.

En octubre de 2019 la policía fue sobrepasada, las fuerzas armadas se negaron a intervenir, y la violencia callejera fue tal, que marca un antes y un después. Lo más llamativo sigue siendo la forma como una gran proporción se encandiló con la idea que el país tenía un “problema” de tal naturaleza, que solo podría ser superado con una nueva constitución, que, además, sería la solución para problemas colectivos del país y los privados de cada uno de sus ciudadanos.

Es decir, realismo mágico en estado puro, que además coincidió con una clase política profundamente desprestigiada que dejó de creer en sí misma, con lo que empujó al país a la aventura, y donde poco había cambiado se quiso cambiar todo, hasta la idea del Chile que se había conocido por siglos. Fue la hora de los vendedores de humo en la Convención, y demasiada gente, incluyendo gente cercana y querida, aplaudió la violencia como “partera” de la historia.

REFERENCIA | Miles de manifestantes se enfrentan a las Fuerzas Especiales de Carabineros este viernes durante una nueva jornada de protestas en contra del Gobierno y en demanda de mejoras sociales, en la plaza Italia, rebautizada popularmente como “Plaza de la Dignidad”, en Santiago (Chile). EFE/Alberto Valdés

Sin embargo, a pesar de todo, el pueblo de Chile recuperó la cordura, no así sus fuerzas políticas, quienes en vez de escuchar a ese 62%, desde la derecha tradicional a sectores del Frente Amplio de Boric, pensando en ellos mismos, se hicieron parte de esa desviación de la democracia conocida como partitocracia, y corrieron presurosos a apoyar este extraño segundo proceso.

Muchos millones de pesos han sido desperdiciados en estos dos procesos, y ganen o pierdan el plebiscito, ya existió un castigo para los partidos políticos detrás de la iniciativa, desde el momento que existe un gran desinterés hacia una nueva Constitución, entre otras razones, por la multiplicidad de problemas reales y de crisis que enfrenta hoy Chile, incluyendo la mala gestión de Boric.

He terminado no solo de leer sino también de estudiar la propuesta. Son 216 artículos y 62 disposiciones transitorias, contenidas en 17 capítulos. A mi juicio, demasiado larga y de “nueva” tiene poco, aunque no tengo dudas que se mejora lo hoy existente, la constitución más modificada en la historia del país. Y si se habla que es “nueva” es solo para intentar convencer a sectores que nunca quedarán satisfechos, a no ser que la escriban ellos mismos.

En el fondo, existe un comprensible cansancio con una “solución” constitucional para Chile, que a última hora podría ayudar a su aprobación, a pesar de que todas las encuestas hablan hoy de rechazo, pero al igual que en la mayoría de los países democráticos, hay un sano escepticismo hacia encuestadores que parecen haber perdido la brújula para captar la opinión pública, en un periodo de evidentes cambios, causados entre otras razones, por la irrupción de las redes sociales.

A lo que se agrega que en Chile, más que en relación al texto propuesto, se discute sobre situaciones y argumentos que nada tienen que ver con su contenido, y se vota pensando en temas de otra naturaleza, pero que hoy son las preocupaciones que predominan, olvidando (y ahí se nota la falta de educación cívica) que por algo una propuesta de este tipo recibe el nombre de Constitución “política”, incluyendo a aquellos que votan en contra, para empatar el resultado de la Convención, prefiriendo tapar ese fracaso con otro rechazo en las urnas. O aquellos que votan a favor, solo para molestar a Boric, por lo que el plebiscito puede terminar siéndola acerca de su persona y gobierno.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, en la Cumbre de Brasilia, el 30 de mayo de 2023.

En lo personal, he dedicado parte de mi vida a este tema, ya que aun antes de egresar de Derecho en la Universidad de Chile, me correspondió a mediados del año 1972 reemplazar a mi maestro don Jorge Ovalle Quiroz, en lo que sería mi primera clase y después vendrían muchas más en Chile, y también en universidades de Estados Unidos, Suecia e Inglaterra.

A pesar de que nunca me dediqué al ejercicio de la profesión de abogado, mi trayectoria académica me permitió ser nombrado por el Senado de Chile- y sin votos en contra- como Suplente de ministro del Tribunal Constitucional como también ser Abogado Integrante de la Corte de Apelaciones de San Miguel en la Región Metropolitana, y redactar fallos sobre temas constitucionales.

De estas experiencias debo decir que el poder judicial me aportó una mejor imagen de la que tenía al llegar a diferencia del Tribunal Constitucional, donde completé mi periodo con una más mala.

En la vida académica, me correspondió enseñar la Constitución Americana de 1787, su primera línea con palabras que se escribían por primera vez, el inolvidable “nosotros el pueblo”, constitución todavía vigente con solo 7 artículos y 26 enmiendas, una obra de verdadero genio, lo que se compensó con la lectura de aquellas donde abundaban los “derechos”, las chavistas y antes, la de Stalin, lo que me aportó un sano escepticismo sobre cuánto puede aguantar el papel.

Una de las cosas inolvidables que aprendí en este largo transitar fue el valor de la brevedad, que las mejores constituciones se escribían con una goma más que con un lápiz, que buenas eran aquellas que se limitaban a lo fundamental, dejando que los electorados democráticos se preocuparan de hacer las modificaciones que fueran necesarias vía elecciones. También aprendí que ninguna constitución produce felicidad, pero que una mala puede generar mucho llanto y desilusión.

A pesar del tiempo invertido en entender para poder explicar, sigo sin comprender al realismo mágico latinoamericano al cual Chile se ha incorporado, aunque sea con tardanza, que todo se puede resolver con palabras de buena voluntad, aunque no se entienda el para que ni la función de una constitución.

He dicho que voy a votar a favor, aunque sigo echando de menos, una mayor y mejor elaboración de temas que han sido muy importantes para mí persona. El primero es la descentralización y regionalización de Chile, proceso desconocido en la historia de Chile, ya que ha sido un territorio excesivamente centralizado, tanto en la colonia como en la vida independiente.

Esta propuesta avanza, pero es insuficiente, y al parecer, quizás faltó mayor conocimiento del tema por el cual fui candidato presidencial el 2013 o simplemente, predominaron los intereses de los mandantes de los partidos políticos, lo que es una pena, ya que, por su propia naturaleza, es un tema clave para toda constitución.

El segundo tema está relacionado con las definiciones estratégicas del país, tema también de gran relevancia para una constitución y que fue tratado en forma insuficiente. Por su parte, un tercero que además está muy ausente es la ética como guía, y no se trata de una ética cualquiera, sino la que corresponde a la ética pública, es decir, una ética de principios y no de valores, ya que estos últimos son por naturaleza cambiantes, mientras que los principios son pocos, orientan más y son más difíciles de modificar.

Creo que además, hay un cuarto tema, ya que tanto este proceso como el anterior de la Convención desaprovecharon una oportunidad histórica, la de ser la primera carta fundamental que en el mundo podría no limitarse a mencionar, sino que podría darle tratamiento sistemático a un tema que está definiendo la era histórica que nos ha tocado vivir, se trata de los derechos digitales, en el sentido de aquellos que también tienen relación con nuestros cerebros, dado el avance científico-tecnológico, y sobre todo, lo que está significando la aparición de la inteligencia artificial, como tema-país y también de derechos humanos.

En quinto lugar, aunque no son en ningún caso comparables, hay elementos de la fracasada Convención que están todavía presentes, como la tendencia a excluir de la conversación a aquel o aquellos que piensa(n) diferente, además de un debate pobre con desinformación y mentiras que se agregan a medios de comunicación de mala calidad, con periodistas que son verdaderos activistas. Opinión esta última que sale de años de experiencia como comentarista en televisión y radio, y también, columnista en prensa e internet en Chile.

En un texto que fue más largo de lo que debiera, no me gusta que se hubiese entrado en temas que no corresponde que aparezcan en una constitución, como son la expulsión rápida de migrantes irregulares o el pago de contribuciones. Por otra parte, requerían otro tratamiento aquellas normas que contradicen principios democráticos como lo son los mecanismos de paridad o la posible reelección indefinida, cuando alcaldes y concejales vayan a utilizar el expediente de cambiarse de comuna para acceder a esos cargos, ayudados por el nombre, como ocurre cuando han competido en varias elecciones a través del país.

Dadas las limitaciones de espacio, me limito a mencionar solo algunos de los aciertos de la propuesta. Es así como me gusta la mantención de las 3 causales de aborto (violación, inviabilidad fetal y peligro de vida de la madre) como solución de compromiso en un tema que divide, y donde es imposible satisfacer del todo a quienes piensan distinto, aunque hay engaño cuando se afirma que la propuesta no brinda protección, de partida por normas internacionales que tienen primacía.

También me gustan los aportes en seguridad, la definición del terrorismo como contrario a los derechos humanos, el deber del Estado de garantizar protección y la defensoría de las víctimas, ya que el garantismo extremo, al igual que el delito común, desprestigian a la democracia ante los ojos de mucha gente que sufre este flagelo.

En lo relativo al sistema político, el texto establece un umbral electoral con un mínimo de 5% y se mantiene la separación de los 3 poderes del Estado, el régimen presidencial, un sistema bicameral y un Poder Judicial independiente, aunque mucha de la satisfacción proviene de que es mejor que las propuestas de la Convención.

Aunque la propuesta expresa plena consonancia con el artículo 3 de la Carta Democrática Interamericana del 2001, se pudo haber ido más allá, toda vez que esta institucionalidad recoge lo de una transición democrática, es decir, que basta con que las instituciones funcionen, cuando en realidad yo pienso que Chile pudo haber avanzado hacia lo que no existe ni ha existido en la historia de América Latina, como es ir hacia una democracia de calidad, siendo la diferencia que no basta que las instituciones existan, sino que además deben funcionar bien y en forma prestigiosa.

Creo que los derechos sociales están tratados en buena forma, sumando el derecho a la vivienda adecuada y el acceso al agua, además de un mayor desarrollo de los ya existentes como salud, educación, seguridad social y trabajo.

Por cierto, considero que la experiencia de los últimos años ha sido un buen aprendizaje para los chilenos, en el sentido que poco valen los derechos sociales en una Constitución si no hay suficientes recursos para su materialización, ya que, sin financiamiento, son palabras al viento. Fue además un aprendizaje que llegó a tiempo, a diferencia de otros países de la región donde se dieron cuenta con tardanza.

En materia sanitaria, en un país que lo hizo bien en temas como las vacunas para la pandemia, un plan de salud universal se convierte en un derecho exigible al generar una obligación para el Estado, y el abordaje constitucional es necesario dada la demora demostrada por los legisladores, siendo un ejemplo cuando en el 2010, el Tribunal Constitucional resolvió, que al ser la salud privada un tema de seguros y probabilidades, la tabla de factores era ilegal, ya que discriminaba a mujeres y personas de mayor edad, al ser grupos que consumían más salud.

Sin embargo, nunca se legisló al respecto, a pesar de haber pasado varios gobiernos y renovaciones del Congreso. Incluso, la tercera sala de la Corte Suprema cayó en un abuso, el del activismo judicial, toda vez que lo suyo debe ser solo la aplicación de la ley y no la creación de esta. De ahí, mi comentario anterior, que, dado el mal funcionamiento de una atribución, la nueva constitución debió haber avanzado hacia una democracia de calidad, hoy inexistente, como obligación para los políticos electos.

Ha habido mucha actuación poco afortunada en muchos de quienes participaron en este segundo proceso, y no tengo dudas que, en muchos aspectos, esta constitución es un avance sobre la vigente y que por, sobre todo, Chile debe salir de una trampa constitucional auto creada, con mucha participación del ultrismo y facilitada por el mal gobierno de Piñera.

La izquierda ultra tuvo su oportunidad y fracasó. En la derecha, el Partido Republicano, que ha reivindicado al general Pinochet, la ha tenido ahora, y dada la mayoría que le concedió la lotería electoral chilena, ha actuado con la convicción que en lo que pase después del plebiscito, más que jugarse la suerte constitucional, lo que está en juego para ellos, es si su líder José Antonio Kast, podrá o no ser electo presidente el 2025.

El líder del ultraderechista Partido Republicano, José Antonio Kast (c), posa para la prensa convocada tras conocer los resultados parciales de las elecciones constituyentes, hoy, en Santiago (Chile). Kast dijo este domingo que «triunfó el sentido común» en las elecciones constituyentes chilenas y pidió «que nunca más el sectarismo se apodere del país». Kast, partidario de mantener la actual Constitución y el modelo económico instalado en la dictadura militar, señaló que los ciudadanos han elegido a su lista por su «compromiso y coherencia», después de que su partido se proclamara claro ganador con el 35,6 %. EFE/ Elvis González

Para el resto (en el que me incluyo), el voto se refuerza con la posibilidad de salir de la trampa constitucional en la que Chile cayó hace 4 años, y con una propuesta constitucional que ha sido valorada por un referente mundial en temas constitucionales y democráticos, la Comisión de Venecia (ver Ex-Ante, 24-X-2023)

La partitocracia no escuchó al 62%, pero ahora se ofrece una oportunidad para no volver a lo que pasó el 2019, cuando la violencia en las calles sacó a Chile de un camino que le había traído tantas satisfacciones, lo que ahora se reconoce, al igual que aparece un gran acto de hipocresía, ya que aquellos que descalificaron “esos 30 años”, ahora, por fin, después de muchas mentiras llaman a votar en contra, asegurando, con inconsecuencia, que la constitución vigente no es la de Pinochet, sino la de Lagos. Es decir, cómo se puede creer en tamaña voltereta, que no volverán a intentarlo después del plebiscito, ya que, al existir un menor quorum para la reforma, volverán sÍ o sÍ a la carga.

Que defiendan la propuesta rechazada por el 62% es aceptable, pero que ahora ellos crean que la mejor alternativa es la de Pinochet es hasta inmoral, precisamente por tratarse de quienes estuvieron en la negación más absoluta.

Chile lleva demasiado tiempo peleando con molinos de viento y sobre arenas movedizas. Puede parecer raro lo que voy a decir a continuación, pero es rigurosamente cierto: la constitución original de Pinochet no alcanzó a regir ni un día en plenitud, ya que entre 1980 y 1990 no rigió esa redacción, sino el articulado transitorio, que incorporó elementos redactados con posterioridad al plebiscito de 1980 por Mónica Madariaga, su ministra de justicia y prima, que años después se convertiría en disidente, lo que al mismo tiempo, da una idea de cómo el 62% salvó el 2022 a Chile de un cambio igualmente brusco, toda vez que la propuesta de la Convención tenía tal enorme cantidad de artículos transitorios, que por la supremacía constitucional, hubiese empezado a regir in actum en forma inmediata, haciendo irreversible un “nuevo” Chile.

En 1989 se reformaron vía plebiscito 54 artículos de la constitución del 80 haciendo posible que el gobierno de Aylwin asumiera en democracia, imperfecta pero real, que se hizo totalmente democrática cuando el 2005 se reformaron 71. La constitución del 80 tuvo 120 artículos permanentes y 29 transitorios.

Mas aun, sin un debate informado, ni siquiera se puede motejar a la constitución vigente de “conservadora” sin que otros estén en desacuerdo, dada la cantidad de normas que se le han incorporado, algunas avanzadas, parte del pensamiento liberal o socialdemócrata, tanto que después del 62% en contra, el debate en este nuevo proceso ha sido más bien de agregar derechos que de quitarlos.

El problema es otro y uno, la actual constitución no genera legitimidad, y por ello, quienes buscan el rechazo de la actual propuesta, lo que quieren es volver a la carga, apenas se pueda, con una Asamblea Constituyente refundacional.

Pobre Chile. Es tanta la frustración que hoy se debe evitar un nuevo fracaso de la política, y, por lo tanto, de la democracia, toda vez, que después de haber extraviado su rumbo, por sobre todo Chile hoy desea estabilidad, mejor dicho, necesita visualizar un punto final.

Y con urgencia.

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