El vandalismo hacia la iconografía, un desafío a la herencia cultural

Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

Los radicalismos han encontrado en el ataque a las imágenes un medio para  socavar la esencia misma de la cultura. Este fenómeno no es nuevo; hace más de mil años, las restricciones en las representaciones pictóricas constituyeron un obstáculo para la formación de lo que se conocería como Occidente en el siglo XVI.

En la actualidad ejemplos contemporáneos como el ataque a la Piéta de Miguel Ángel en 1972, la destrucción de los Budas de Bamiyán en 2001 y las más recientes agresiones a la Mona Lisa durante este año han debilitado los valores democráticos de las sociedades civilizadas. A pesar de la notoriedad mediática que han alcanzado estos atentados, raramente han logrado avances en las causas que supuestamente persiguen.  A nivel global, valiosas obras maestras continúan enfrentando amenazas derivadas de dogmas y fanatismos políticos y religiosos.

León III, emperador bizantino entre 726 y 730, es reconocido como uno de los precursores del movimiento iconoclasta. No obstante, el punto culminante de la oposición a las imágenes se alcanzó durante el Concilio de Hiera en el 754, convocado por el emperador Constantino V. Fue en este contexto  que  se prohibió oficialmente el uso de las iconografías en los rituales cristianos, considerándolas heréticas. Los iconoclastas, impulsores de esta medida, buscaban no solo ocultar, sino también destruir las representaciones visuales, con el objetivo de eliminar la emotividad asociada a la imagen, atacando así una forma específica de religiosidad.

Este período histórico también marcó el surgimiento de una estética de la destrucción, estilo que perdura hasta nuestros días y se refleja en obras actuales de cineastas como Luis Buñuel y David Linch.

En oposición a esta corriente artística, uno de los atentados contemporáneos más impactantes en contra de las representaciones sagradas fue el ataque a la Pietá de Miguel Ángel en 1972. Lazlo Toth, un geólogo australiano, perpetró este delito contra la obra maestra del Vaticano, asestándole 15 golpes con un martillo mientras gritaba: “Soy Jesucristo, soy Jesucristo y he vuelto de la muerte”.

El acto condujo a la detención de Toth, quien fue condenado a 9 años de prisión. Debido a un diagnóstico sicológico que lo calificó como mentalmente inestable, fue trasladado a un hospital siquiátrico, del cual fue liberado en 1975. Aunque el hecho generó controversia a nivel mundial algunas personas lo justificaron como una suerte de performance cultural que encerraba una protesta adyacente. De ahí que el incidente evidenciara la fragilidad de las obras maestras frente a actitudes extremistas.

Décadas más tarde, en 2001, las estatuas de Bamiyán, que alguna vez se alzaron como los monumentos más altos de Buda en Afganistán, fueron destruidas por la furia de los talibanes. Las estructuras, que estaban inscritas como parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, representaban, para los seguidores del budismo, un símbolo del viaje espiritual de Gautama Buda.

Las fachadas esculpidas en las rocas de Bamiyán encarnaban la presencia inmaterial del Iluminado en una ciudad que, en el 630, era el epicentro de la religión budista ya que albergaba diez monasterios y un millar de monjes pertenecientes a esa fe. En la consumación de uno de los más atroces crímenes arqueológicos de la historia, los terroristas creyeron que, al erradicar el testimonio de una fe religiosa, preservarían las creencias del dogmatismo islámico.

Más recientemente, el radicalismo asociado a las causas medioambientales, ha desencadenado una epidemia de ataques iconográficos contra obras maestras. En 2022, cuadros como La Primavera de Botticelli, Muerte en Corea de Picasso, Los Girasoles de Van Gogh y Las Majas de Goya fueron vandalizados, y en 2023 la Venus del espejo de Velázquez y la escultura La pequeña bailarina de 14 años de Degas sufrieron ataques, mientras que la Gioconda fue víctima de una agresión a inicios de 2024.

Estos actos, en su mayoría perpetrados por jóvenes militantes, buscaron destacar la urgencia del problema climático, pero la violencia ejercida sobre el arte no logró generar empatía en la mayoría de las audiencias.

Mientras la iconoclasia se presenta como una corriente artística que aboga por la supremacía  de lo abstracto sobre lo icónico, las acciones de estos radicales, a pesar de su destacada presencia en los medios, son estrictamente vandálicas y carecen de  justificación, ya que no logran una sensibilización sobre el problema climático y no generan empatía en la mayoría de las audiencias.

Por otro lado, la creación de una obra de arte resalta la agudeza del experto al plasmar y canalizar sus emociones, dando forma a piezas que capturan un amplio espectro, desde las pasiones más terrenales hasta las cumbres de la espiritualidad. Dentro de esta dinámica es digno de mención el trabajo de Bansky, el británico que ha elevado el grafiti a la categoría de arte. El inglés logró redefinir la percepción del arte urbano, trasladándolo de las calles a los espacios sagrados del museo. Sus obras, aclamadas a nivel mundial, mantienen un espíritu contestatario y crítico que no solo desafía, sino que también educa, concienciando a las audiencias sobre problemáticas como el cambio climático.

En contraste, los actos atroces cometidos por radicales ambientalistas han desencadenado únicamente un debate sobre cómo cuidar y preservar de manera más efectiva el patrimonio cultural, el cual constituye una parte fundamental de la experiencia humana.

La paradoja radica en que, mientras artistas como Bansky utilizan el arte como una potente herramienta para estimular la conciencia social y ambiental, los actos de los fanáticos religiosos y ecologistas  poco contribuyen a estas causas y tan solo socavan los valores democráticos y de tolerancia propios de las sociedades occidentales.

Este hecho subraya la necesidad de promover enfoques más constructivos en la búsqueda de soluciones para los desafíos de la sociedad, evitando así acciones que, en lugar de fortalecer, debilitan los cimientos de nuestra convivencia global y nuestra cultura.

Momento del ataque al cuadro de Da Vinci, este domingo en el Louvre de París. Foto difundida en X.

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