Sobre los libelos

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Me impresiona ver el entusiasmo que causa cualquier escrito encaminado a zaherir a alguien.

Personalizar la frustración dándole nombre y apellido causa un efecto inmediato.

Y es lógico.

El publico está harto de la prepotencia, de la suficiencia, de tanto tono presuntuoso para opinar, juzgar y desparramar ignorancia con una solvencia digna de mejor causa.

Su anhelo es que alguien responda en los mismos términos a este hartazgo colectivo, tanto del que lo provoca como del que lo convierte en un carrete infinito para denostarlo.

A veces pienso que sería más eficaz emular a los sabelotodo, adoptar ese tono grandilocuente y melodramático para ensalzar o hundir al personaje de turno y convertirlo en leyenda porque conviene a los intereses del momento. Una cita profunda y ad-hoc ayuda a pigmentar el escrito y darle brillo, aunque sepamos que los pies son de barro, que los elogios no calzan, que la realidad se encuentra varios niveles más abajo de la que le atribuimos, pues vivimos del fetichismo, de la fabulación, de ese mundo en que el malo es malísimo y el bueno tiene que ser un súper héroe para derrotar al villano y revolcarlo en el fango.

Si no es así no estamos satisfechos.

Tiene que haber sangre. Pero debo reconocer que no es mi estilo.

Prefiero el análisis frío, sin afeites, basado en hechos y no en presunciones, calumnias y fantasías, porque el mundo es más complejo que la lucha entre gañanes de barrio y las fabulaciones de los “ analistas “ .

Finalmente, nadie es intrínsecamente malo o bueno.

En los requiebros del comportamiento está la realidad del ser humano y su magia.

Así hay que juzgarla.

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