Miami, Estados Unidos
Es evidente que uno de los denominadores comunes más significativos en los regímenes inspirados en el castrochavismo es la represión y la intimidación a la ciudadanía, como lo evidencia el reciente arresto por presunta conspiración de la abogada venezolana Rocío San Miguel, una activista que ha demostrado fehacientemente que favorece la solución pacífica de los conflictos.
La decisión de Nicolas Maduro de apresar a la señora San Miguel —la captura de personalidades relevantes solo se produce cuando el alto mando lo ordena— se suma a la reiterada negativa de suspender la inhabilitación de la candidata presidencial María Corina Machado, siendo ambas actuaciones claros mensajes a quienes creen que es posible negociar de buena fe con sujetos intrínsecamente perversos.
Los regímenes inspirados en el castrochavismo no aceptan la libertad de los otros. Pensar en diplomacia con Daniel Ortega o cualquiera de sus pares es más fantástico que viajar en el tiempo. El gobernante nicaragüense es capaz de apresar a su sombra por tal de destruir a su país tranquilamente, como lo ha demostrado al encarcelar y deportar a cientos de sus conciudadanos.
El caso de Miguel Diaz-Canel, el faldero más fiel de los Castro, no queda atrás, ya que mantiene en prisión a cientos de jóvenes por una simple protesta popular, entre los que se encuentra la joven embarazada Lis Dany Rodríguez Isaac, de 25 años, a quien los agentes de la Seguridad del Estado quieren obligar a abortar.
Lis Dany y su hermana, ambas presas desde julio de 2021, por el supuesto delito de protestar pacíficamente en las calles de una ciudad cubana en reclamo de respeto a sus derechos ciudadanos cumplen una sentencia de ocho años, mientras, Fidel y Raúl Castro por atacar un cuartel y causar la muerte de decenas de personas fueron sancionados a 15 y 13 años respectivamente, de los cuales solo cumplieron 22 meses, mientras las hermanas Rodríguez Isaac que no maltrataron ni a un solo semejante, han cumplido hasta ahora 31 meses.
El castrochavismo no distingue formas ni fondos entre aquellos que le hacen oposición. Su divisa fundamental es que quienes no juran y practican una lealtad absoluta son enemigos por destruir, lo que motiva el alto número de prisioneros políticos que habitan sus cárceles.
Una de las dos consignas claves de Fidel Castro fue «con la revolución todo, contra la revolución nada», lo que hace oficial la no existencia de espacios para la neutralidad. La otra, que ejemplifica el compromiso de todos los ciudadanos con el proyecto oficial, fue «si Fidel es comunista que me pongan en la lista», una muestra de obediencia ciega al caudillo.
Para las autocracias castrochavistas no hay diferencias entre rivales y enemigos. Solo la sumisión absoluta libera a los ciudadanos de ser reprimidos. No actuar con extrema lealtad y diáfanamente a favor del régimen puede conducir a la muerte, como le sucedió al prisionero, general y ministro de Defensa de Venezuela, Raúl Isaías Baduel, el militar que repuso a Hugo Chávez en el poder en el 2002, o el final repentino, en la cárcel, del general castrista Jose Abrantes, sin pasar por alto las ejecuciones del también general Arnaldo Ochoa y otros tres altos oficiales del totalitarismo.
Todos estos tiranos han cumplido fielmente el severo consejo del asesino en serie Ernesto Che Guevara: «ante la duda, mátalo».
Los autócratas del castrochavismo no entienden de negociaciones si no están convencidos de que cargarán con la parte del león. Por eso, intercambian experiencias represivas tal y como aconteció con los frecuentes viajes que realizaba a Venezuela el verdugo de miles de cubanos Ramiro Valdés.
El totalitarismo insular ha transferido eficientemente sus conocimientos y habilidades represivas a los Gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. En todos estos países hay numerosos prisioneros políticos y una parte considerable de su población se ha tenido que radicar en el exterior, porque siempre la represión política va acompañada de una miseria cruel.
Es importante no subestimar a los gestores y operadores de un proyecto que ha sintetizado con eficiencia culpable la política, el narcotráfico y el crimen organizado. Un feroz cóctel que ha puesto en peligro a las democracias americanas, incluida la estadounidense, debilitada por la inclinación de muchos de sus funcionarios por convencer a los lobos de que se vuelvan veganos.