
Quito, Ecuador
Los ecuatorianos hemos contemplado con horror la espiral de violencia desatada desde hace algún tiempo en nuestro país, donde ejércitos enteros (especialmente de jóvenes), se han puesto al servicio de organizaciones criminales, muchas de ellas vinculadas directamente al narcotráfico, desplegando un grado de deshumanización espeluznante, siendo capaces de cometer los actos más atroces sin exhibir el menor rastro de remordimiento.
Es evidente que no hemos llegado a esta situación de la noche a la mañana y que el hecho de que Ecuador se encuentre al borde de convertirse (si es que no lo somos ya) en un narcoestado, está directamente relacionado con decisiones equivocadas en política de seguridad (en algunos casos deliberadas); como el haber renunciado a la cooperación internacional, la adopción del absurdo concepto de ciudadanía universal, entre otros.
Pero también es el resultado directo de un modelo económico que ha fracasado estrepitosamente, condenando a una miseria también inhumana a millones de ecuatorianos, a quienes se les ha negado la posibilidad de acceder a un empleo formal y de esta manera generar ingresos que le proporcionen una vida digna a sus familias.
Un modelo “garantista” en lo laboral, cuyas promesas ilusorias no han sido más que humo, ofreciendo una falsa estabilidad a costa de dejar fuera del mercado laboral a la mayoría de ecuatorianos. Es ahí donde la pregunta del referendo sobre contratación a plazo fijo y por horas, se torna en una cuestión fundamentalmente moral.
No tiene sentido alguno que aquellos que tenemos un empleo fijo con beneficios sociales, vacaciones pagadas, seguridad social e indemnizaciones por despido; le neguemos la posibilidad, a quienes hoy no tienen empleo, a acceder a un trabajo, aunque sea a tiempo parcial; si voluntariamente están dispuestos a renunciar a una “estabilidad”, que hoy les resulta una quimera.
Visto de esta forma, resultan de una temeridad insolente, los argumentos de quienes se oponen a la contratación a plazo fijo y por horas so pretexto de salvaguardar “conquistas laborales” y los derechos de los trabajadores. Hay que tener una falta de empatía muy grande con la dramática realidad que afecta a millones de ecuatorianos; para impedir la libertad de elección de aquellos, que necesitan desesperadamente generar un sustento para sus familias.
El mundo cambió y nuestro país también. Resulta una necedad pretender mantener rígidas normas laborales centenarias, que no se adecúan a la nueva realidad que es dinámica por esencia, donde los horarios, responsabilidades y preferencias de todas las personas; distan de ese mundo monocromático de los trabajos de 8 horas laborables diarias en una oficina, a la que pretenden reducirnos quienes buscan imponer sus anquilosadas visiones ideológicas más propias de la era de la guerra fría, que del vertiginoso mundo globalizado actual, al que temen y no entienden.
El Ecuador no puede pretender obtener resultados distintos, si seguimos haciendo lo mismo en materia de políticas públicas. El referendo al que nos enfrentaremos los ecuatorianos el próximo 21 de abril, constituye una oportunidad excelente para abrazar con optimismo a la modernidad y darles una alternativa a las nuevas generaciones para desarrollarse sin caer en las garras del crimen organizado. Negarles esa posibilidad resultaría imperdonable.
