Jenny

Por Lola Márquez

Guayaquil, Ecuador

Puedo escribir los versos más cursis este día.

Escribir, por ejemplo, hoy hace dos meses que Jenny Estrada anotó su último día.

En luna nueva. En año bisiesto. En plena lluvia. En el inicio del año del dragón.

Viernes 9 de febrero de 2024.

Se fue con la luna de estreno, que esa noche le abrió la ventana de par en par.

La última vez que la visité, primer día de este 2024, me preguntó qué año

del horóscopo chino correspondía al nuestro actual.

“Es el año del dragón”, le contesté.

Entusiasmada, me respondió: “Ah, es mi año, yo soy dragón en el horóscopo chino”

(Y al oírte Jenny, confieso que sentí una inquebrantable tristeza)

Pero el dragón es un animal mítico -por no decirle inexistente- le acoté, para distraer mi punzada.

Después averigüé que está considerado “imaginativo, magnánimo, emprendedor, afortunado y poderoso. Está lleno de fuerza y vitalidad”.

Y sí, Jenny, al igual que el dragón, era todo eso. Pero ¿por qué no encaja que se haya ido justamente el día en que para los chinos ya empezaba ese año? (10 de febrero, para ellos, mientras acá aún era 9).

Además, ahora comparte la fecha de partida con nada más y nada menos que J.J. el Ruiseñor de América. El personaje para quien creó con su nombre un museo dedicado a la música popular guayaquileña. Fue su proyecto estrella, cristalizado por la confianza que generaba su buen nombre y su honestidad a toda prueba.

Por eso le confiaron donaciones de instrumentos musicales y aparatos antiguos, fotografías y materiales que, con su hilo conductor sensato y solvente, plasmaron un museo pequeño en tamaño pero grande en sus alcances.

Era la joyita de Guayaquil, incluso en su ubicación, muy cerca del cerro que recibió el último asentamiento de su ciudad natal, a la que amaba con devoción edificante.

Quisieron apartarla de allí, pero -oh ironía oportuna- ya está inevitable y definitivamente ligada a su génesis y esplendor, el que le imprimió con una gestión aún no igualada ni superada.

Otro desconcierto: sus últimos días permaneció en el hospital de Solca, la institución que la había llamado para hacer una nueva publicación actualizada a los avances de hoy, que complementara la anterior, también de su autoría.

Cuando empezó el tratamiento, me comentó que ahora como paciente conocía de Solca las áreas y los recursos que antes solo repetía de memoria. Que los dos últimos capítulos los culminó calibrando la información con toda la objetividad de que era capaz, para no dejarse llevar por la emotividad del agradecimiento al trato preferencial que estaba recibiendo (no era para menos). Seguramente logró la justa ponderación a ese “servicio como de un hotel 5 estrellas”.

(Jenny, esos lugares no son para ti, por más estrellas que tengan)

Quedan pendientes la enseñanza de la preparación de la polenta, la función de Platero y yo, el comentario sobre El infinito en un junco, las amenas conversaciones de almuerzos en nuevos lugares, las tertulias junto a su piano con el feeling único en su género y, sobre todo, ver la edición de lujo de su obra principal: “Matilde Hidalgo de Procel: una mujer total”, que dejó lista para la imprenta, para conmemorar el 9 de junio (otra vez el 9) por todo lo alto, los 100 años del primer voto femenino en Latinoamérica.

“Ella se lo merece”, me dijiste, y esta es la ocasión.

(Ay Jenny, pero sin ti, comprende, se acaba todo lujo si la autora no concurre a la gran conmemoración).

Jenny historiadora, Jenny periodista, Jenny escritora, Jenny gestora cultural, Jenny pianista, Jenny hija, hermana, madre, tía, abuela, Jenny maestra, Jenny amiga solidaria, Jenny guerrera de madera fina:

Sentimos la ciudad inmensa, más inmensa sin ti.

La intelectual Jenny Estrada, en una foto difundida por el diario El. Universo, con motivo de su muerte.

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